viernes, 13 de noviembre de 2009

EL PROFESOR Y LA HISTORIA

Recuerdo como un antiguo profesor de castellano nos comentó cómo estaría de feliz si algún día pudiera hablar acerca del contenido del Quijote o del de La Celestina y no de la última jugada de Ronaldinho o del último numerito salido de la basura televisiva, en una de esas entrañables reuniones tertulianas. Quizás por el paso de algún cometa por una galaxia muy lejana, o más seguramente, por la excelsa gentileza de un hombre entregado a la sabiduría y la docencia, ayer pude experimentar tal sensación. La conversación no sólo me sirvió para conocer a nuevos y utilísimos autores sino que me abrió la barrera que tuviera frente a todo lo metafísico a nuevas ópticas y consideraciones.

Sin ánimo de herir volátiles sensibilidades, me gustaría empezar mi artículo realizando cierto paralelismo con ese fenómeno conocido como “lengua muerta”. Poca duda cabe, de que en el campo de la práctica cotidiana una lengua muerta viene a ser como un cuadro; bello y dador de ese sentimiento de ser afortunado por haberlo conocido, pero poco, o nada, útil para sacar beneficio alguno en el campo de lo pragmático. Sin embargo, una lengua muerta posee un “plus” a tener en consideración, y es todo el acervo cultural que arrastra, todos los conocimientos expresados por las gentes que otrora la utilizaron. Algo semejante acaece con las religiones antiguas.

Tal y como reconoce, el en buena hora conocido autor, Mircea Eliade, el excesivo énfasis en lo “profano” desvinculándonos radicalmente de lo “sagrado” no sólo es legítimo, en el sentido de ser una de la infinidad de opciones posibles para el individuo, sino que tiene, como toda cosa en la vida, ciertos inconvenientes. Al igual que en el caso de las lenguas muertas, las religiones “muertas” atesoran pequeños diamantes en forma de prácticas, ritos, creencias e incluso conocimientos, de civilizaciones pasadas.

La religión antigua comprende también al Derecho, la Moral y la Ciencia de civilizaciones pretéritas. Un “paleontólogo” del Derecho, de la Moral o de la Ciencia debe acudir a tales “huesos” con el sino de entender los extremos del pensamiento y de la ciencia antaño en vigor. Sin duda alguna, tal encomiable charla sería complementada con una posterior lectura de su libro (La ciudad cautiva) dónde uno puede percatarse de la afortunada elección del autor de querer inmiscuirse en la psique de los antiguos a través de su religión y de sus creencias. Un error grave en el que incurre el ojo foráneo, es querer trasladar nuestra óptica actual a tiempos pasados. Obviamente, existen ciertas normas (por ejemplo las de la Física) que permanecen inmutables, y pese a existir ciertos paralelismos, semejanzas y metáforas; no tiene excesivo sentido caer en el etnocentrismo religioso del que, quizás inconscientemente, adolecemos en multitud de ocasiones.

Recuerdo aquel aforismo del profesor Redondo que afirmaba que: “si se puede decidir tener creencias, se puede decidir tener creencias falsas; no se puede decidir tener creencias falsas; por lo tanto, no se puede decidir tener creencias”. En otras palabras, no podemos culpar a aquéllos que habitaron el Pasado, de tener creencias diferentes a las nuestras, ni, desde una óptica ofensiva o radical, creer que nos hallamos ante hombre primitivos o subdesarrollados. Ya sea des de una óptica teológica, o desde una óptica más evolucionista (empírica), con la que yo más me identifico, está claro que el hombre de civilizaciones pasadas no tuvo porqué ser menos feliz o estar sumiso en un mundo desgraciado y perverso. El campesino de la Edad Media, el asirio de la gran Nínive, el bizantino de Constantinopla o el maya de Tikal no fueron gentes partícipes de un estado de atávica tristeza. Cada cual le toca vivir en un tiempo y en un mundo, y participar en las creencias y pensamientos del Mundo en el que le toca vivir, o más concretamente, participar de aquellas creencias y valores que le insertan sus más primordiales educadores, sus progenitores.

El hombre no decide sus creencias; sin querer caer en la redundancia, quisiera volver a adjuntar aquellas palabras del profesor Óscar Valtueña Borque que afirman que: “el ser humano, el más prematuro de toda la tierra, nace con una organización cerebral prácticamente inactiva, y debe vivir con otros seres humanos para que se active su genoma. El niño sin socialización no es más que la esperanza de un ser humano”. El hombre no elige sus creencias, se halla sumergido en el paradigma que le toca vivir. Sin embargo, haciendo cierto símil con la teoría evolutiva, nuestro pensamiento, nuestra religión, nuestras creencias… cambian con el tiempo, a la deriva de la inercia. Ello nos metería en un debate sobre el camino hacia la complejidad, idea que yo rechazo. Nuestras ideas no son más complejas ni mejores que las que tuvieran los romanos, los mayas, Einstein, Cervantes o Julio César; son elementos impregnados por el condicionante del paradigma y del “hábitat” en que a cada cual le toca vivir. Quisiera hacer un último símil evolucionista que será motivo de otro artículo: un tiranosaurio no era una especie menos compleja ni evolucionada que un águila arpía simplemente se trata de especies que se han adaptado a medios en los que les ha tocado vivir, lo mismo que acaece con las personas y los grupos étnicos, medios que no elegimos ni controlamos, ¡pero es que acaso podemos controlar el futuro o los cambios!


sobre lobos y buitres

Homo hominis, lupus” es una idea sobre el hombre que siempre me ha seducido. Hobbes opinó que el hombre es un lobo para el resto de los de su especie. El Estado, Leviatán, debe concentrar el poder con el objetivo de evitar una cainísta carnicería. El hombre es malo por naturaleza, contrariamente a aquella opinión que asume la bondad inherente al hombre y su correlativa perversión por la vida en sociedad.

Si, por un momento, representáramos a todas nuestras ideas en un ficticio y metafórico, pero no por ello inútil, parlamento; nos percataríamos irremediablemente de lo radical que sería el escaño que debiera ocupar la Madre Naturaleza. Ciertamente, no existiría escaño más a la derecha de aquél que la Naturaleza debiera ocupar. Curiosa paradoja. El ecologismo no es una aproximación a la Naturaleza sino todo lo contrario, ir contra corriente, luchar contra la tendencia ultraconservadora innata de la madre de las madres, y por supuesto, matriarca de nuestra propia consciencia.

Aceptando los postulados de la ciencia moderna, la vida se basa en la evolución y en una idea clave, la selección natural. Parece obvio que no sólo actuará tal proceso sino que se deberán tener en cuenta las posibles mutaciones concebidas por la eventual recombinación producida en el proceso de concepción de un nuevo organismo. La mutación introduce la variabilidad, pero son los individuos, en si mismos diferentes, quienes compiten entre ellos bajo las reglas de la “ley de la jungla” o lo que es lo mismo, el imperio del más fuerte.

Ello me hace pensar en un posible motivo de separación entre las ciencias naturales y algunas de las más representativas ciencias sociales como pudieran ser el Derecho o la Moral. Las ciencias que tienen por objeto el medio natural se centran en aquello que es (empíricamente) y no en aquello que debiera ser (medio hipotético), como sí lo hacen el Derecho y la Moral. En palabras llanas, el Derecho y la Moral sirven de “camisa forzada” con el objetivo de evitar una brutal carnicería derivada del imperio de nuestra, por si misma, violenta y competitiva psique.

Que hoy he tenido un mal día será lo mínimo que pensará el lector. Bien. Pues ese no ha sido el caso, sino más bien todo lo contrario. En épocas de exámenes es quizás dónde un alumno, de cualquier disciplina, se percata, con mayor evidencia, de la competitividad irremediable que impregna todo lo que hacemos. Somos seres devotos de la inconformidad y del quererlo siempre todo: quién pudiera saber si no es ello el espejo que nos muestra la efectiva acción en nosotros de la selección natural.

Aquello que parece evidente es que toda acción que traspasa los artificiales moldes de la Moral y del Derecho cae en las fauces de nuestra violenta esencia. Cómo somos de competitivos e inevitablemente seducidos por la violencia se puede constatar en un simple ejemplo. Tengo la suerte de poder veranear en una bella aldea de poco más de cien habitantes. Alrededor suyo existen pequeños pueblecillos que dependen del ayuntamiento de mi pequeño paraíso estival, pero que tienen sus propios habitantes, y sobretodo, veraneantes.

El grueso de la población joven es veraneante, quedando pocas gentes nativas, cofrades de la lozanía, en tales lugares. Cada pueblo organiza su peculiar “selección de fútbol”, cursándose casa verano pequeños torneos. Al ser la gran mayoría descendientes de aquéllos que habitaron antaño tales pueblos, la mayoría tenemos casa y no faltamos ninguno verano por lo que los torneos acontecen entre las mismas personas año tras año. Inevitablemente, y no importa que se juegue a fútbol o a cualquier otro deporte, estas personas procedentes de Barcelona, Madrid o Valencia se identifican, curiosamente, con el pueblo (“de sus orígenes”) produciéndose rivalidades encarnizadas, que en la juventud, en no pocas ocasiones acaban en reyertas y escaramuzas. Ello sucede entre pueblos o entre bandas/equipos que se forman, con cierta vocación de estabilidad, en un mismo pueblo. Las personas tendemos a buscar motivos para identificarnos y oponernos/enfrentarnos al resto, dijo Genghis Khan que los mongoles sólo necesitaban establecer un enemigo común para unirse (¿a alguien le suena esto a nacionalismo, guerras religiosas o rivalidades interregionales...?).

En definitiva, sin Derecho ni Moral somos lobos, y si a ello le sumamos la ley, mayormente contrastada que la de la gravedad, del mínimo esfuerzo, nos encontramos ante uno de los motivos de que además de lobos podamos ser considerados como hombres-buitre.

¡Genial! ¡Vaya día a tenido el nene!. No, el caso es que tuve la suerte de cruzarme con un blog eln que mencionaba el terrible conflicto en la región sudanesa de Darfur y me hizo reflexionar. El hombre tiende al gusto y a la satisfacción, y de lo contrario, no sin razón, se le tilda a uno de masoca. Lo que pudiera explicar cómo nos importa un rábano, perdonad la expresión, aquello que pueda suceder en Darfur y muchísimo más lo que acaece, y no con menos gravedad, en Irak. Sudan no tiene interés, parece ser, para Occidente, será que no tenga “carroña económica” de la que nos podamos nutrir... No sé, quizás, como buitres, aún no hallamos puesto nuestro ojo en los despojos de un país donde, seguro, que en algún momento, cuando interese, se encontrará... carroña económica de la que sacar beneficio.

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