Hernán es un joven empleado en una pequeña empresa de reparto a domicilio (delivery). Mientras recorre los suburbios de la ciudad de Buenos Aires en su vieja motocicleta conoce a Patricia, quien trabaja en una estación de gasolina desde hace un tiempo. Hasta ese momento todo parece confluir en una esperada fórmula de amor de juventud entre un repartidor y su pretendiente. Pero cuando Hernán le ofrece a Patricia el alquiler de una habitación de su hogar la historia toma un destino insospechado. El inesperado desvío narrativo de Buena Vida (delivery), muestra un lado poco conocido de la crisis económica que afectó a Argentina desde el año 2001. Sin caer en el facilismo emotivo y evitando utilizar lugares comunes que evocaran la desdicha humana que conlleva toda gran depresión económica, la historia se adentra en la contemplación tragicómica de una familia de clase media que lo pierde todo y busca reinsertarse laboralmente en una ciudad que ha dejado sin casa a la mayor parte de los pequeños comerciantes bonaerenses.
2Con ese ambiente de fondo -en el cual la precariedad es la constante en un país abrumado por la inestabilidad de la vida y con la incertidumbre del irrefrenable desempleo de los trabajadores dependientes-, aparece en la historia la familia de Patricia, conformada por sus padres y una hija que ha dejado al cuidado de sus progenitores mientras trabajaba a tiempo completo en la estación de servicio. Esta familia intenta superar con dignidad el difícil trance de perderlo todo y quedar destinados a vivir en la calle. Para ello, llegan a casa del ingenuo Hernán con la excusa de quedarse un par de días mientras buscan a un familiar perdido. Pero detrás de las palabras de agradecimientos dirigidas al hospitalario Hernán, los padres de Patricia traman un ardid para asentarse indefinidamente en su casa y así sortear la mala vida que los embargaba.
3Cuando Hernán percibe que la invasión de su residencia es inevitable, todo le parece una acechanza del azar, una trampa de la que busca salir con el intento del desalojar judicialmente a los invasores. Pero eso solo logra aumentar la tensión en el interior de su casa, las relaciones humanas se vuelven cada vez más complejas y recrudecen cuando los padres de Patricia instalan en el comedor de la vivienda las antiguas máquinas de una fábrica de pasteles (“churros”) que años antes habían sido su fuente laboral.
4En el fondo, esta familia es un arquetipo de la gran crisis que asoló el territorio rioplatense, insinuando al espectador que dentro de los márgenes de la exclusión social existían pequeños intersticios en los cuales los sin-casa podían moverse, en el intento de sobrevivir dentro de los límites que las circunstancias y la realidad del país les permitía.
5El absurdo que envuelve la trama argumental utilizada por el director es sólo una excusa necesaria para hablar desde un ángulo distinto sobre una catástrofe socioeconómica, precisamente ahí radica el éxito de la fórmula planteada por Leonardo Di Cesare: mostrar lo absurdo de la decadencia a través de historias mínimas que se entrelazan de manera imprevista. Una mirada periférica para una tragedia infausta.
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