Cuando tengas que partir quiero que sepas…
Era raro ser peruano, era raro sentirse peruano, era aún más difícil sentir la peruanidad. Pues ahora ya no lo es más, ¿porqué? Porque probablemente la peruanidad desde hace una semana haya dejado de existir. Pocos sabemos con seguridad si el concepto de peruanidad sobrevivirá al Zambo Cavero. Quien diga que no se sentía bien peruano, hasta orgulloso, al momento de cantar “Y se llama Perú” o el “Contigo Perú”, pues debe ser chileno, boliviano o, con suerte, arequipeño, con perdón de la Ciudad Blanca, claro.
Muy a mi pesar, siempre he creído que la Patria no existe. Que el concepto y el amor a la patria, lamentablemente, es parte del pasado, una concepción romántica que ya ha dejado de existir, que el concepto de patria como una extensión de tierra donde vive gente de una raza, costumbres y creencias en común, era una tontería. Lo sigo creyendo. A cambio creo o me esfuerzo en creer que la palabra Patria tiene un concepto distinto, que el mejor concepto de Patria es o debería ser el de la propiedad. Así podrían ser Patria, amigos, recuerdos, comidas, sonrisas, cervezas, pequeños momentos insignificantes que siempre perdurarán, como una mancha imborrable, en nuestra memoria.
Esta es una carta al Zambo pero también a un país, pues, vivimos en un país donde muchas veces, la mayor parte del tiempo, se vive entre y con las quejas en el aire, deambulando, durmiendo, soñando, fumando, comiendo con uno. “Que el país es una mierda” Disiento en algo. “Que mejor irse al extranjero”. Disiento en poco, en un poquito. “Que nuestra selección es una mierda”. Totalmente de acuerdo. “Que nunca volveremos a ir al mundial”. Disiento totalmente. “Que mejor no porque no”. Sin comentarios. “Que somos cangrejos que nos jalamos entre nosotros”. Típica frase del perdedor que siempre busca excusas. “Que mejor tirar con una blanquita o gringuito pa mejorar la raza”. Hace poco Balerio, ex-arquero del cristal en la mejor campaña que haya hecho un equipo peruano en copa libertadores, dijo que el peruano tenía cierto complejo de inferioridad. “Que el ceviche es el mejor plato del mundo”. De la comida peruana nadie puede hablar mal. “Que la culpa de todo lo tienen los españoles”. Jajaja, tanta risa como pena.
Esta quiere ser una carta al Zambo, que seguramente sabía todo esto pero no le importaba; Que sin dudar sabía que sus discos se iban a vender mucho más cuando haya muerto; Que el criollismo cual ave fénix iba a renacer de las cenizas, pero eso sí, sin él, lamentablemente sin él; Que la mayoría de discotecas pitucas que los sábados contratan a Tongo dejarían la payasada para dar paso a su gran amigo y sin duda el mejor guitarrista que haya tenido la música criolla y la música peruana en general, Oscar Avilés; Que muchos pedirían llorando, en el suelo, de rodillas, que el nuevo himno nacional sea el Contigo Perú; Que la orden del sol y el reconocimiento de parte de Alan García, el cual le debe la presidencia, y del gobierno solo le iban a llegar cuando haya muerto; Que cientos de cantantes, que ni lo conocían, iban a cantar en sus cientos de homenajes después de su muerte, pues la muerte también es un negocio, y muy rentable. El Zambo lo sabía, de eso estoy seguro, como también estoy seguro de que ya no le importaba, que para paliar todo esta suerte de predestinación lo mejor era un seco de gato, dos secos de gato, tres secos de gato con todo el sabor de nuestra divertida, extraña, peculiar forma de ser peruanos.
Nunca conocí al Zambo, lamentablemente nunca estuve en ninguno de sus shows, pero sí estuve en la puerta de uno de ellos. Era un sábado, un sábado caluroso, polo y muchas cervezas encima, pero ya no había espacio para mas, El Carajo estaba repleto y no entraba ni una mosca, mucho menos yo que no era una mosca pero, si se podía, podría haberlo sido. Mis amigos y yo nos resignamos a deambular por las calles de Barranco. Pero inesperadamente a la esquina de esta conocida peña, una voz y cientos de voces que le hacían coro cantaban, como llamando, como gritando, como acordándose que pues realmente, idealmente, solo los sábados por la noche éramos peruanos. Nunca escuché ni he vuelto a escuchar el clásico Contigo Perú, con la fuerza con la que la escuché esa emocionante noche. Cientos de voces la coreaban pero una se hacía escuchar más que ninguna. No era la voz del Zambo, era su grito, sus lágrimas y su emoción que a pesar de no poder verlo se podía sentir, una clara muestra de que la peruanidad no estaba ni en el pisco, ni en el ceviche, ni en el anticucho, ni en la mazamorra morada, aun ni en Machu Picchu, ni en nada. La peruanidad estaba en esa extraña voz pastosa, que cantaba emocionada, resignada, pícaramente, gritando a los cuatro vientos que la peruanidad solo estaba en ella, y que después de su muerte el sábado en Barranco jamás seria el mismo, que la peruanidad en el Perú se iría tanto como él. Que la patria en algunos años, no en muchos, se olvidará. Que como, Zambo, tú bien lo sabes, en estos casos es lo mejor que se puede hace
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