Pocos saben que éste es un país de selva, que dos terceras partes del territorio peruano se encuentran ubicadas en regiones alejadas de la gran capital, áreas verdes, bosques espesos y pueblos remotos. De comunidades nativas que aún sobreviven de los recursos de la selva y de su relación con los colonos. Pero sigue siendo selva al fin de cuentas. Una selva a la que a veces es difícil llegar, donde la presencia del Estado es casi inexistente, donde la ilegalidad se respira en la esquina de cualquier pueblo o en la oficina de muchos funcionarios del gobierno, pero también donde se encuentran enormes riquezas y demasiados contrastes.
Aunque no se puede meter todo en el mismo lugar común, y tampoco puede decirse que la selva es así en el sur o en el centro, en el norte o en la misma amazonía. Tanta diversidad difícilmente puede ser reducida a una simple experiencia de campo de unos cuantos días, a la visita de algunos pueblos ribereños y al contacto con unos pocos pobladores. Aunque sí les puedo hablar sobre mi paso por la selva central de este país. Así sea de manera rápida.
Los rubios de Oxapampa
Si se sigue la ruta de la carretera central se llegará a uno de los pueblos donde está el más alto porcentaje de rubios por metro cuadrado del Perú. Se llama Oxapampa y fue colonizado hace más de 120 años por colonos austriacoalemanes que llegaron invitados por el gobierno peruano para poblar la selva central, con la promesa de una mejor calidad de vida.
Apenas desembarcaron en el puerto del Callao el gobierno se hizo el de la vista gorda y los extranjeros tuvieron que arreglárselas por sus propios medios para sobrevivir. Todas esas historias se conocen apenas uno pone un pie en la selva central.
Por eso es tan común encontrar allí familias con apellidos como Muller, Bottger o Schemidt, que poco a poco se han ido mezclando con las comunidades nativas de la zona y con los colonos andinos.
El pueblo del “Estado etílico”
Si uno se interna un poco más en la selva se empezará a encontrar comunidades nativas de la etnia Yanesha que te contarán muchas historias sobre su relación con la naturaleza y la manera cómo han utilizado sus recursos para sobrevivir. También sobre su conocimiento en el manejo de las plantas medicinales y las amenazas que ahora encuentran con la llegada de nuevos colonos y los traficantes de madera.
Si se entra un poco más se llegará a otro pueblo donde la corrupción es la madre que reemplaza hasta el mismo catecismo católico, y donde todos tienen la certeza de que “el único estado que se conoce es el estado etílico”. Un pueblo donde cada quince días cambian a un funcionario público, según cuentan sus mismos pobladores, y donde hasta los mismos policías trafican con la madera. En palabras de otro de sus pobladores, “la historia de Macondo se queda chica”.
Las historias de la selva aún asombran hasta a los mismos peruanos que no se han tomado el tiempo y el esfuerzo para mirar a sus hermanos nativos y valorar sus experiencias. Para integrarlos a un país de múltiples culturas que se confunde en su propia diversidad.
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