El libro La Buena Suerte es una fábula que va desgranando las claves de la buena suerte, las claves de la prosperidad. Es un cuento muy sencillo. El mago Merlín cita a todos los caballeros de un reino y les informa de que en el bosque encantado nacerá en el plazo de siete días un trébol mágico de cuatro hojas, que es el trébol de la suerte ilimitada; a quien lo encuentre le sonreirá la suerte durante toda su vida en los negocios, en la guerra o en el amor.
De todos los caballeros, sólo dos aceptan el reto porque el bosque encantado es enorme, el trébol es diminuto y no hay ninguna pista. Uno de los caballeros viste de blanco y se llama Sid, que es la afirmación, el sí, mientras que el otro prefiere el negro y se llama Nott, que es la negación.
La historia es muy sencilla y se lee en menos de una hora. Los caballeros van por el bosque encontrando toda una serie de personajes que son arquetipos muy deliberadamente escogidos (el agua, la piedra, la tierra, el árbol, la roca...), y cada uno va facilitando a los dos caballeros exactamente la misma información. Lo interesante es que reciben lo mismo, es decir, les dicen lo mismo cuando preguntan; aun así, la diferencia estriba en que el caballero negro sencillamente no hace nada, sino que espera a que otros le traigan la buena suerte, mientras que el caballero blanco, en cambio, va pensando qué tiene que hacer con esa información para que la buena suerte llegue.
Es lógico imaginarse que, al final, el caballero blanco hallará el trébol. Sin embargo, no es así, no lo encuentra. Aunque no desvelaré el desenlace, sí puedo adelantar que al final hay un golpe dramático y una bruja que, como en todas las películas de Disney, pone la tentación. Creo que el final es lo que ha colocado el libro en más países, porque, si este libro terminara con que el caballero blanco encuentra el trébol, no lo habrían comprado en ningún país. Es un final muy revelador, muy sorprendente, que nadie espera.
Voy a desgranar a continuación las diez reglas de la buena suerte y a ilustrarlas con algunos ejemplos reales de científicos, deportistas, proyectos empresariales, etc. Esos ejemplos irán apoyando cada una de las tesis, ya que realmente esto no es sólo una fábula de inspiración, sino que, por el contrario, La Buena Suerte es un libro basado en varios años de lectura y de observación.
La primera regla de la buena suerte establece que la suerte no dura demasiado tiempo porque no depende de uno, mientras que la buena suerte la crea uno mismo, por lo que dura siempre. Hay un dato muy revelador que salió en un reportaje de Informe semanal, de Televisión Española. Se trataba de un reportaje sobre varias personas a las que les había tocado la lotería y a las que, diez años después, volvían a visitar. Pues bien, el 90% de los premiados estaba arruinado, o peor que antes o igual que al principio; y, además, peleado con todas sus familias.
Es decir, la suerte, aunque llegue, no dura. Precisamente la gente a la que le toca la lotería –que muchas veces es lo que todos deseamos– cae en la actitud de abandonarse al destino porque, cuando llueven muchos millones de golpe, lo que se piensa es que ya no merece la pena hacer nada, ya que realmente no hay nada que dependa de uno. Esto hace que se adopte una actitud de abandono merced a la cual se gestiona muy mal esa gran suerte y se empieza a depender sólo de la suerte.
La segunda regla de la buena suerte dice que muchos son los que quieren tener buena suerte, pero pocos los que decidimos ir a por ella.
Aquí me gustaría hablar de tres cifras muy interesantes. La primera es un estudio que se hizo en Harvard en 1953 para el cual se entrevistó a toda una serie de estudiantes que ya se licenciaban. Se les preguntaba cuántos de ellos tenían claro lo que querían hacer para ir en pos de su meta, de sus deseos. Sólo el 3% declaró que lo tenía claro frente al 97% restante, que aseguró que no lo había pensando, pero que ya lo iría viendo. Esa misma muestra de estudiantes fue de nuevo entrevistada veinte años después, en 1973, y se le pidió que enumerara todo lo que había podido acumular a escala patrimonial, de prosperidad y de negocios. Pues bien, ese 3% que había contestado que sabía lo que tenía que hacer o que, por lo menos, lo tenía claro y ya lo había decidido aglutinaba nada más y nada menos que el 98% del valor de todo el grupo: un 3% concentraba el 98% de la riqueza de todo ese grupo.
El segundo dato es un estudio elaborado también en Estados Unidos, donde son muy propensos a este tipo de investigaciones. Corría el año 1960 y fue realizado sobre 1.500 másters en administración de empresas. Se les preguntaba qué preferían: si ir primero en pos de su sueño y, después, ya cuando su sueño o lo que ellos deseaban se hubiera cumplido, dedicarse a ganar dinero, o primero ganar mucho dinero y, después, ya cuando tuvieran dinero, hacer lo que les gustaba.
No sorprenderá que el 83% respondiera que primero ganar dinero y, con el dinero ganado, hacer lo que a cada uno le gustaba, y que sólo el 17% confesara que iría directamente a lo que era su sueño. Al cabo de veinte años, también en 1980, entre esos 1.500 MBA había 101 multimillonarios; además, al menos de esos 101 multimillonarios, 100 estaban en el grupo de los que habían dicho que primero irían a por su sueño y después, si acaso, ya pensarían cómo ganar dinero. Esto nos indica realmente que hay que ir a por lo que deseamos: eso es lo que trae la prosperidad (sea mucho o sea poco).
El tercer dato son dos cifras impresionantes, ambas provenientes de fuentes públicas (España, 2003): 118.500 es la cifra de números de identificación fiscal nuevos, casi todos correspondientes a autónomos, profesionales liberales o empresas. Voy a poner estos datos cerca de otra cifra, extraída esta vez del Ministerio del Interior: 53.000 millones de apuestas de juego hechas en España (desde un cartón de bingo hasta una moneda en la máquina tragaperras pasando por una apuesta en la lotería primitiva). Es decir, 53.000 mil millones frente a algo más de 100.000 iniciativas: una cosa es iniciativa, y otra muy distinta, apostar.
De todos los caballeros, sólo dos aceptan el reto porque el bosque encantado es enorme, el trébol es diminuto y no hay ninguna pista. Uno de los caballeros viste de blanco y se llama Sid, que es la afirmación, el sí, mientras que el otro prefiere el negro y se llama Nott, que es la negación.
La historia es muy sencilla y se lee en menos de una hora. Los caballeros van por el bosque encontrando toda una serie de personajes que son arquetipos muy deliberadamente escogidos (el agua, la piedra, la tierra, el árbol, la roca...), y cada uno va facilitando a los dos caballeros exactamente la misma información. Lo interesante es que reciben lo mismo, es decir, les dicen lo mismo cuando preguntan; aun así, la diferencia estriba en que el caballero negro sencillamente no hace nada, sino que espera a que otros le traigan la buena suerte, mientras que el caballero blanco, en cambio, va pensando qué tiene que hacer con esa información para que la buena suerte llegue.
Es lógico imaginarse que, al final, el caballero blanco hallará el trébol. Sin embargo, no es así, no lo encuentra. Aunque no desvelaré el desenlace, sí puedo adelantar que al final hay un golpe dramático y una bruja que, como en todas las películas de Disney, pone la tentación. Creo que el final es lo que ha colocado el libro en más países, porque, si este libro terminara con que el caballero blanco encuentra el trébol, no lo habrían comprado en ningún país. Es un final muy revelador, muy sorprendente, que nadie espera.
Voy a desgranar a continuación las diez reglas de la buena suerte y a ilustrarlas con algunos ejemplos reales de científicos, deportistas, proyectos empresariales, etc. Esos ejemplos irán apoyando cada una de las tesis, ya que realmente esto no es sólo una fábula de inspiración, sino que, por el contrario, La Buena Suerte es un libro basado en varios años de lectura y de observación.
La primera regla de la buena suerte establece que la suerte no dura demasiado tiempo porque no depende de uno, mientras que la buena suerte la crea uno mismo, por lo que dura siempre. Hay un dato muy revelador que salió en un reportaje de Informe semanal, de Televisión Española. Se trataba de un reportaje sobre varias personas a las que les había tocado la lotería y a las que, diez años después, volvían a visitar. Pues bien, el 90% de los premiados estaba arruinado, o peor que antes o igual que al principio; y, además, peleado con todas sus familias.
Es decir, la suerte, aunque llegue, no dura. Precisamente la gente a la que le toca la lotería –que muchas veces es lo que todos deseamos– cae en la actitud de abandonarse al destino porque, cuando llueven muchos millones de golpe, lo que se piensa es que ya no merece la pena hacer nada, ya que realmente no hay nada que dependa de uno. Esto hace que se adopte una actitud de abandono merced a la cual se gestiona muy mal esa gran suerte y se empieza a depender sólo de la suerte.
La segunda regla de la buena suerte dice que muchos son los que quieren tener buena suerte, pero pocos los que decidimos ir a por ella.
Aquí me gustaría hablar de tres cifras muy interesantes. La primera es un estudio que se hizo en Harvard en 1953 para el cual se entrevistó a toda una serie de estudiantes que ya se licenciaban. Se les preguntaba cuántos de ellos tenían claro lo que querían hacer para ir en pos de su meta, de sus deseos. Sólo el 3% declaró que lo tenía claro frente al 97% restante, que aseguró que no lo había pensando, pero que ya lo iría viendo. Esa misma muestra de estudiantes fue de nuevo entrevistada veinte años después, en 1973, y se le pidió que enumerara todo lo que había podido acumular a escala patrimonial, de prosperidad y de negocios. Pues bien, ese 3% que había contestado que sabía lo que tenía que hacer o que, por lo menos, lo tenía claro y ya lo había decidido aglutinaba nada más y nada menos que el 98% del valor de todo el grupo: un 3% concentraba el 98% de la riqueza de todo ese grupo.
El segundo dato es un estudio elaborado también en Estados Unidos, donde son muy propensos a este tipo de investigaciones. Corría el año 1960 y fue realizado sobre 1.500 másters en administración de empresas. Se les preguntaba qué preferían: si ir primero en pos de su sueño y, después, ya cuando su sueño o lo que ellos deseaban se hubiera cumplido, dedicarse a ganar dinero, o primero ganar mucho dinero y, después, ya cuando tuvieran dinero, hacer lo que les gustaba.
No sorprenderá que el 83% respondiera que primero ganar dinero y, con el dinero ganado, hacer lo que a cada uno le gustaba, y que sólo el 17% confesara que iría directamente a lo que era su sueño. Al cabo de veinte años, también en 1980, entre esos 1.500 MBA había 101 multimillonarios; además, al menos de esos 101 multimillonarios, 100 estaban en el grupo de los que habían dicho que primero irían a por su sueño y después, si acaso, ya pensarían cómo ganar dinero. Esto nos indica realmente que hay que ir a por lo que deseamos: eso es lo que trae la prosperidad (sea mucho o sea poco).
El tercer dato son dos cifras impresionantes, ambas provenientes de fuentes públicas (España, 2003): 118.500 es la cifra de números de identificación fiscal nuevos, casi todos correspondientes a autónomos, profesionales liberales o empresas. Voy a poner estos datos cerca de otra cifra, extraída esta vez del Ministerio del Interior: 53.000 millones de apuestas de juego hechas en España (desde un cartón de bingo hasta una moneda en la máquina tragaperras pasando por una apuesta en la lotería primitiva). Es decir, 53.000 mil millones frente a algo más de 100.000 iniciativas: una cosa es iniciativa, y otra muy distinta, apostar.
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