viernes, 10 de junio de 2011

EL VIAJE DEMAHAN


El viaje de Mahan
Había una vez en El Cairo un hombre llamado Mahan, cuyo aspecto superaba en hermosura a la luna llena: era el José de los egipcios en belleza y tenía por siervos mil turcos. Un grupo de amigos de su misma edad, que disfrutaban con su rostro, se dedicaron a deleitarse con cantos bajo el firmamento azul durante varios días, y cada uno de ellos dispuso un recibimiento en casas y jardines para aquella lámpara gloriosa. Un día llegó un rico noble de no poca importancia para invitarlo a su jardín. Si el verjel era dulce y delicado, cien veces más lo fueron los amigos. Se solazaron allí hasta la noche, ora bebiendo vino, ora comiendo fruta, cada instante con una nueva alegría, cada momento con un nuevo sabor. Cuando la noche elevó su estandarte de almizcle y manchó de pez la plata, se amplió el placer en aquel jardín, con la copa de vino en la mano y la melodía en el canto. En aquella rosaleda empeñaron el corazón y renovaron el júbilo del placer. El claro de luna que iluminaba el cielo convertía la noche en un día resplandeciente. Cuando el vino caldeó su mente, Mahan vio el claro de luna y como un ebrio recorrió todos los rincones del jardín hasta llegar a un bosquecillo de palmeras, más allá del prado, donde vio a un hombre que avanzaba hacia él. Lo informó de su presencia y, al reconocerlo, Mahan vio que era un compañero y socio comercial. Le preguntó: "¿Cómo vienes a estas horas, sin compañía ni siervos ni esclavos?" Respondió aquél: "He llegado esta noche de lejos, pero no podía esperar a verte porque, gracias a Dios, he conseguido unas ganancias sin límite, pero al acercarme a la ciudad era demasiado tarde, las puertas estaban cerradas y no pude ir a casa. Al enterarme de que estabas aquí como invitado he venido, porque volver juntos será más fácil y tú deberías venir a la ciudad, ya que como dice el proverbio, nadie asegura mejor la hacienda que su propio amo y, de ese modo, será posible esconder la mitad de la ganancia a los aduaneros de la noche tenebrosa". El corazón de Mahan, alegre ante la perspectiva de la riqueza, siguió al compañero, y abrieron a escondidas la puerta del jardín, sin que nadie lo viera ni pudiera decirles nada. Caminaron ambos como el viento, hasta que hubieron pasado una o dos vigilias nocturnas: el socio viajero iba delante y él lo seguía como el polvo. Pero cuando dejaron atrás la casa y la flecha del pensamiento dio en el blanco, dijo Mahan: "Desde mi casa hasta la orilla del Nilo no hay más de una milla de distancia, así que hemos caminado al menos cuatro pasarangas de más y nos hemos desviado de la circunferencia adecuada". Y añadió: "Quizás haya visto mal o se deba a mi embriaguez, porque mi guía conoce el camino y es persona avisada". Así andaron de acá para allá, el de detrás iba despacio, el de delante más ligero, llamando al de detrás cuando se rezagaba, de modo que uno y otro dieron pocas vueltas hasta que cantó el gallo. Cuando batió las alas el pájaro del alba, se vació de fantasías el cerebro de la noche y la mirada de los hombres inclinados a los sueños se salvó del engaño vano de las imágenes. El compañero de Mahan había desaparecido y Mahan se encontraba perdido y desesperado. Con el cerebro traspasado por la embriaguez y el cansancio, se durmió. Derramó lágrimas como la vela a medio consumir y quedó allí dormido hasta el mediodía. Cuando el calor del sol le calentó la cabeza más aún que el fuego calentaba su corazón, abrió los ojos y buscó el camino a su alrededor. Quiso hallar el jardín de rosas y no vio rosa en el jardín, sino un corazón lleno de mil llagas. Vio que el lugar donde se encontraba plagado de cavernas, donde las serpiente eran peores que dragones. Así que, aunque ya no tenía fuerzas en los pies, predominó en él la voluntad de irse: caminó sin fuerzas, anduvo sin guía y tuvo miedo incluso de su sombra hasta que vino la noche a colocar su trípode. Y cuando ésta extendió su entramado negro y el tiempo quedó liberado de su actuar blanco y honrado, cayó, fuera de sí, en la entrada de una caverna, donde cada brizna de hierba se le antojaba una serpiente. Aún se hallaba medio desmayado en aquella morada de ogros, cuando le llegó al oído una voz humana. Abrió los ojos y vió a dos personas, un hombre y una mujer, cada una de las cuales llevaba un peso a la espalda que le obligaba a caminar lentamente. Al verlo en su camino, el hombre avisó a la mujer para que se detuvieran y avanzó, gritando: "Oye, ¿quién eres tú? ¿De quién te acompañas como viento?" Respondió: "Soy un desgraciado forastero y me llamo Mahan Kusyar". Dijo: "¿Cómo has llegado hasta este lugar desolado, sin ninguna habitación, a esta tierra de ogros donde los propios leones gimen de terror?" Respondió: "¡Buen hombre, por amor de Dios, haz lo que te ordena tu humanidad, porque no he llegado hasta aquí por culpa mía! Olvídate de los ogros, que yo soy humano. Ayer gozaba de delicias y comodidades; era huésped sobre los tapices del jardín de Iram (1), cuando llegó un hombre y dijo ser mi compañero y socio, me sacó de aquel paraíso para arrojarme a esta desolación y desapareció al anunciarse el día. Así que aquel amigo ignorante de los deberes que impone la amistad o estaba equivocado o ha querido engañarme. Al menos tú actúa humanamente conmigo y, por amor de Dios, muéstrame el camino que he perdido". Entonces el hombre: "Hermoso joven, te he salvado por un pelo de un gran luto, porque el que tú llamas hombre era un ogro, conocido como el "Horror de los desiertos", y cuando se te manifestaba como compañero de negocios, sólo buscaba tu perdición. Ya ha hecho perder el norte a cien como tú, y todos perecieron en una colina pedregosa. Esta mujer y yo seremos tus amigos y te custodiaremos esta noche; ten valor y camina entre nosotros, paso a paso". Así pues, Mahan se encaminó entre los dos guías, recorriendo con ellos millas y millas. Hasta el alba no digeron palabra, ni hicieron otra cosa que caminar uno junto a otro. Cuando el canto del gallo dejó oír su tambor y el alba ató su áureo atabal a la camella(2), aquellos dos se transformaron en prisión sin llave y desaparecieron por la puerta del pueblo. Mahan, desesperado de nuevo, se detuvo abatido por el cansancio, y cuando el día brilló plenamente y la tierra, alumbrándose de rojo, dió testimonio del asesinato de la noche, entró Mahan por una estrecha garganta donde sólo vio montes y cuevas de tigres. Ya no le quedaban fuerzas, porque el único alimento que había recibido era dolor y llanto: púsose a recoger raices y semillas, que convirtión en su comida. No se atrevió a dejar de caminar, ni abandonó el camino, aunque ya no había tal cosa. Así, anduvo de monte en monte hasta la noche, entristecido con el mundo y la vida. Cuando el mundo blanco se hizo negro, el fatigado caminante se introdujo en una hendidura y durmió algo, escondiendo el rostro a los viandantes. Al poco, oyó el sonido de los cascos de un caballo, salió al camino y vio aproximarse a un caballero que, espoleando su cabalgadura, sostenia otro corcel por la brida. Al acercarse a Mahan, observó la figura que se agazapaba entre las piedras, y tirando ligeramente de las bridas de su caballo, dijo: "¡Oh caminante hipócrita!, ¿quién eres y que vienes a hacer aquí? ¡Informamé de tu secreto o te cortaré inmediatamente la cabeza!" Mahan temblando de pavor arrojó, como un campesino, semilla de palabras persuasivas, y dijo: "Oh caminante de hermosa andadura, oye bien lo que me ha sucedido!" Luego , mientras aquél escuchaba, lo contó todo lo que sabía, manifiesto o escondido. Cuando el caballero oyó la historia, se mordió la mano estupefacto y dijo: "Bien puedes exclamar que Dios nos libre, porque te has salvado de morir de manos de dos grandes monstruos. Se trata de dos ogros engañadores, hombre y mujer, que desvían a los hombres del camino recto, los arrojan a un pozo, derraman su sangre y escapan con el canto del gallo. La hembra se llama Hilan; el macho Gila; y no ocasionan más que males y desgracias; agradece a Dios que te haya salvado de la muerte a sus manos, y ahora, si eres un hombre monta a caballo, toma las riendas y no hables ni para bien ni para mal. Guía el veloz corcel tras el mío e invoca a Dios en tu corazón". Mahan, aturdido e impotente, desde la entrada de aquella caverna montó en el corcel volador y cabalgó tras el otro a tal velocidad que aventajaban al viento. Después de recorrer un buen trecho, pasado el peligro de las montañas, apareció tras el declive de un monte bajo una campiña llana tan lisa como la palma de la mano. De todas partes llegaban melodías de laúd, melífluas notas de arpa y tonos de canto. Por una parte llamaban: "¡Ven hacia nosotros!" Por otra, gritaban: "Bebe y buen provecho te haga la copa!" Aquella llanura no estaba llena de flores y vegetación, sino de ogros y de gritos. Montes y valles aparecían infestados de demonios, el monte huía en el llano y el llano en el monte, y millares de demonios sentados uno junto a otro elevaban gritos desde montes y valles, y levantaban remolinos de polvo como trombas de aire, largos y negros como gusanos; hasta el punto de que, a derecha e izquierda, se elevaba hasta el cielo un enorme clamor. Danzas y palmas formaban el estrépito que enloquecían las mentes, en un tumulto que aumentaba a cada instante. Pasado algún tiempo, aparecieron a lo lejos mil antorchas de luz y, de pronto, se vieron numerosas personas con figuras altas y horrendas, cabezas de carnero con prominentes labios de negros, todos con mantos oscuros y cabellos como la pez, todos con trompas y cuernos como una reunión de toros y elefantes, y todos con un horrendo fuego en la mano como furiosos guardianes del infierno que arrojaban de su garganta lenguas de fuego, entonaban versos y gritaban amenazas. Haciendo sonar las campanas que traían en torno al cuello, lanzaron el mundo entero en loca danza, de modo que el caballo de Mahan comenzó a bailar como el que anda con graciosos movimientos. Mahan miró entonces su corcel para saber por qué le habían salido alas en las patas, pero lo que vió debajo fue un monstruo horroroso, un dragón con cuatro pezuñas y dos alas y, lo que era aún mas maravilloso, siete cabezas (no debe asombrarnos que el cielo, que nos envuelve como un cinturón, sea un dragón de siete cabezas), y él, sobre el dragón infernal, se mantenía aferrado con los pies al cuello, mientras que el cruel demonio embaucador le hacía a cada momento un nuevo juego: batía las pezuñas con mil brincos, retorciéndose como una cuerda, mientras él, allá arriba, era como un husillo que transporta el torrente desde la montaña al valle. El monstruo le sacudía de un lado para otro, fatigándolo y machacándolo; lo obligaba a corre rápido como un borracho, arrojándolo hacia arriba y hacia abajo: unas veces lo lanzaba como si fuera una pelota; otras lo llevaba con los pies por alto hasta el firmamento. Hasta que llegó el alba y canto el gallo, le jugó mil trastadas como éstas. Cuando la aurora despuntó desde la roja boca leonina del horizonte, el monstruo lo arrojó de su cuello y se marchó, y con él desapareció del mundo el clamor y el tumulto y dejaron de bullir las negras cacerolas. Cuando el caballero del demonio cayó del demonio, salió fuera de sí como quien un demonio ha visto, y quedó desmayado en aquel camino, fatigado, más aún muerto, de modo que hasta que el sol no volvió a calentarse no tuvo más noticia ni de sí ni del mundo. Una vez que el calor le llegó al cerebro, la conciencia volvió al cuerpo del inconsciente: se frotó los ojos, se puso en pie y observó durante algún tiempo a un lado y a otro. Vio que le rodeaba un desierto infinito, de arenas de colores que se extendían en hileras rojas como la sangre y calientes como el infierno. Siempre que se avate la espada sobre la cabeza del condenado, se vierte arena y se extiende la alfombra de la ejecución, así, aquel desierto había elevado la enseña de sangre y dispuesto la alfombra del carnicero. El hombre, puesto a prueba por los sufrimientos de la noche anterior, esperó a que se recuperase su cuerpo y su espíritu y hulló de las trampas de aquellas fieras. Encontró un camino hacia el pueblo de los doloridos y corrió como el humo, aterrorizado por la atmósfera envenenada. Iba tan rápido que habría aventajado en la carrera a una flecha lanzada al máximo de su velocidad, de modo que, cuando la tarde adoptaba ya el negro de la noche, había atravesado todo el desierto. Descubrió entonces una tierra verde, donde corría el agua, y su envejecido corazón rejuveneció como su suerte. Bebió de aquella agua, se lavó con ella y buscó un lugar para dormir, diciendo: "Más valdrá que repose de noche, porque a esas horas se me turba el pensamiento. Mi propio temperamento melancólico, la sequedad del aire y la soledad del camino formaron imágenes horrendas. Es un juego de imágenes lo que me destruye la mente. Esta noche trataré de dormir tranquilo para no ver esos fantasmas engañosos". Cuando se apartó para encontrar un lugar saludable, descubrió un valle amplio en el que habían excavado una fosa profunda, donde se abría la boca de un pozo con miles de escalones, habitado unicamente por la sombra. Como José entró en el pozo(4), porque los pies eran cuerdas que ya no le respondían, y llegó al fondo como un pájaro llega a su nido. Escondido en aquel refugio profundo se sintió a salvo de los peligros y, apoyando la cabeza en el suelo, durmió durante algún tiempo. Luego al despertarse del sueño se puso a preparar como pudo una cama. En tanto, miraba alrededor del pozo, dibujando con los ojos imágenes de seda negrísima, cuando vio una luz blanca y redonda como un dracma, como un jazmín en la negra sombra de un sauce. Miró todo alrededor de la luz para descubrir su origen y percibió que la alta esfera del destino había abierto un agujero a través del cual pasaba el claro de luna. Cuando comprendió que aquel haz de luz procedía de la luna y que la luna estaba lejos de allí, excavó el agujero con las manos y las uñas, y con mucho esfuerzo amplió su estrechez, hasta el punto de que pudo introducir la cabeza y el cuello. Al sacar la cabeza por el agujero, descubrió un jardín y un rosal, un lugar delicado y luminoso. Excavó la apertura de nuevo, hasta que con esfuerzo y habilidad logró salir entero. Vio un jardín, ¡qué digo!, un paraíso mejor que el de Iram, tanto en sustancia como en naturaleza, un vergel con cien imágenes, bojes y cipreses innumerables, y árboles frutales tan cargados que se inclinaban hasta el suelo. Las frutas, innumerables, eran frescas como el alma y el alma refrescaban. Manzanas como copas de rubí colmadas de néctar; granadas como cofres de gemas; membrillos como bolas rellenas de almizcle; pistachos que mostraban una sonrisa húmeda en los resecos labios. El color de los melocotones, en las cintas de las ramas, mostraban abundancia de joyas rojas y amarillas. El plátano, con el "bocado del califa"(5), daba en secreto tres besos por cada mordisco al dátil. La pera, riente de sonrisa azucarada, se engalanaba de collares de uvas. La miel del higo y la médula de la almendra hacían del paladar del jardín un plato de paluda(6). La vid, con el sombrero inclinado sobre la cabeza, veía negros y blancos a sus órdenes. La uva y la granada color de fuego eran como gránulos de sangre en una herida y la rama del naranjo y las hojas del fresco pomelo habían plantado en todas las esquinas figuras florales. El jardín parecía, en definitiva, un mago predistigitador, cuyas cajas de colores eran los melones. Al verse en tal paraíso, el corazón de Mahan se liberó del infierno de la noche anterior. Comió abundantemente de aquella fruta dulcísima y, saboreando aquel dulca de miel, el chasquido de sus labios llegaba al oído. Se encontraba aún estupefacto entre las frutas, de las que unas comía y otras dejaba caer, cuando de repente, se elevó un grito desde una esquina del jardín: "¡Al ladrón, al ladrón, cerradle el paso!" y apareció un viejo cargado de ira y odio, con un bastón al hombro, que dijo: "¿Quién eres tú, demonio y ladrón de fruta? ¿Qué vienes a hacer de noche a este jardín? Hace muchos años que no he soportado aquí asaltos nocturnos de ladrones, ¿quién eres?, ¿cómo te llamas?, ¿de donde vienes?" Cuando Mahan oyó aquellas palabras, el pobre quedó medio muerto de miedo, y dijo: "Soy un extranjero que se encuentra muy lejos de su casa, en lugar desconocido. Trata amistosamente a los extranjeros que sufren, para que el cielo pueda llamarte consolador de peregrinos". Al oír las excusas, el anciano mostró deseos de tratarlo gentilmente, bajó enseguida el bastón, le permitió acomodarse, se sentó a su lado y dijo: "Cuéntame tus aventuras. ¿Por qué has sufrido? ¿Qué cosas te acaecieron? ¿Qué injusticias han cometido contigo los necios, qué maldades los malvados?" Al ver que el viejo le hablaba con ternura e intentaba consolarlo, Mahan le contó sus aventuras y desgracias, su caída de un tormento a otro, los renovados desastres que lo afligían todas las noches y su desesperación, su hacer ora blanco ora negro hasta encontrar aquel pozo y la fausta lámpara que lo condujera desde las tinieblas al jardín. En resumen, le narró punto por punto su historia, descubriéndole todos los secretos. Oyendo tales palabras, dijo el anciano, asombrado de tanta maravilla: "Debemos dar gracias a Dios por haberte salvado de miedos y tormenos". Cuando Mahan, que era harto amable y amistoso, comprendió la deuda que había contraído con el viejo, le preguntó a su vez: ¿Qué tierra es aquel lugar infausto y a qué país pertenece? Me refiero al lugar donde ayer noche me atacó el desastroso tumulto, sin que criatura alguna escuchara mis gritos. Los humos de mi cerebro crearon un fuego tal que aquel desorden me pareció surgido de una chispa; vi un demonio y salí fuera de mí, porque así enloquece quien ve demonios: se me presentaros mil casas de demonios, todas habitadas por cien mil ogros y bestias; uno me tiraba, otro me daba golpes, otros me arrojaban, monstruos y fieras, añadiendo una maldad a otra. Llave de las tinieblas es la luz. Hay que descubrir el blanco en el negro, pero yo vi tanto negro sobre negro que llegué a temer hasta el negro de mis pupilas. Me vi turbado e impotente, con la boca reseca y los ojos húmedos: ora me lamentaba de mis ojos,ora me frotaba los ojos con la mano. Eché luego a andar y me abrí camino, pronunciando jaculatorias e invocando el nombre de Dios, hasta que Él me salvó de los tormentos y mi tiniebla se transformó en Agua de Vida cuando encontré un jardín más bello que Iram y un jardinero más gracioso que el propio jardín. Dime, pues, de dónde procede el terror de ayer, y de dónde la salvación y alegría de hoy". Dijo el anciano: "Oh tú que, salvado de la cadena del dolor, llegas al santuario de la salvación, has de saber que el desierto que circunda esta región es patria árida y terrible de demonios, y sus habitantes, semejantes a negros, son ogros devoradores de hombres, a los que engañan con el objeto de destruirlos. Cantan derecho y juegan torcido, y si te toman de la mano es para tirarte al pozo. Su gentileza conduce al odio, porque tal es la costumbre demoníaca. El hombre engañoso es él mismo como los demonios de esas fosas, y estos demonios en el mundo son tales que, siendo necios, se ríen de los necios: ora visten una mentira disfrazada de verdad, ora vierten veneno en la miel. En la imagen mentirosa hay impotencia, porque sólo la eternidad es garantía de verdadero. La permanencia es la clave de la verdad, por eso proceden de la magia los falsos milagros. Tu naturaleza original era simple, por eso se introdujo esa fantasía, ya que los seres turbios juegan tales juegos sólo a los simples. Es tu miedo lo que te ha asaltado jugando fantasmagóricamente con tu imaginación, y el asalto que han echo por la fuerza derivó del terror de haber perdido el camino, porque si lo hubieras mantenido firme el corazón no habrías visto fantasmas en tu mente. Pero, puesto que has salvado la vida de aquella morada de ogros, ¿hasta cuándo beberás vino limpio de heces? Haz cuenta que tu madre te ha engendrado de nuevo esta noche y que Dios te ha traído hasta nosotros desde este mundo. Este jardín precioso, color de cielo, que has conquistado con sangre de tu corazón, es posesión mía, cosa que nadie objeta, pues no hay flor que no lo proclame. Hay en él frutas cultivadas con amor. Los árboles frutales como jardines enteros es lo único que saco de ello, pero aun cuando es poco, podrían hacer prosperar a una ciudad entera. Tengo, además, un palacio y un almacén, oro a quintales y gemas a montones. Pero, teniendo tanto, me falta un hijo al que vincular mi corazón. Cuando te he visto tan virtuoso he ligado mi corazón a ti, como a un hijo, y si aceptas, ¡oh tú de quien me declaro siervo!, pondré todo esto a tu nombre para que entres en el fresco jardín, comas de sus frutos y te solaces. Luego, si tienes intención, buscaré una esposa que arrebate los corazones, pondré en vosotros mi corazón y seré feliz, y os daré graciosamente todo lo que queráis. Si obedeces esta orden, dame la mano para sellar el pacto". Respondió Mahan: "Por qué hablas así? ¿Es acaso el espino digno de un cipres? Puesto que me aceptas como hijo, soy ya tu siervo y tú eres mi amo. ¡Bendito tú, que me has hecho feliz, por quien mi casa ha vuelto a ser próspera una vez más!" Lleno de alegría, le besó las manos y luego le dio la suya. El viejo se la estrechó con fuerza, sellando con él un pacto solemne. Luego le pidió que se levantara, y cuando el huésped lo hizo, de la izquierda donde se encontraba lo trasladó a la derecha y le mostró un patio elevado, todo cubierto de alfombras de seda; una terraza que llegaba al cielo, de altas arcadas, muros de mármol y espléndidas estancias como de plata virgen; un vestíbulo amplio y un ápice estrecho por la enorme cantidad de ramas de cipreses, sauces y chopos. De la jamba de la puerta colgaba una cortina cuyos pliegues besaba el cielo. Ante aquella terraza digna de un palacio imperial, crecía un árbol de sándalo alto y ancho, adornado de tantas ramas que aquel ornamento le obligaba a curvarlas hasta el suelo; en él habían construído un sitial elegante, un asiento de sólidas tablas, sobre el que habían extendido perfumadas y suaves alfombras como hojas de árbol. Dijo el anciano: "Acércate a aquel árbol y, si sientes necesidad de bebida o alimento, encontrarás una mesa bajo la cual hay una ánfora llena de pan blanco y agua azul; mientras, iré a prepararlo todo para ti y te embelleceré la casa, pero no has de moverte hasta que yo vuelva, ni descender del sitial. No atiendas a nadie, ni permitas que te engañe por mucha que sea su gentileza. Cuando vuelva, cerciórate de que soy yo antes de que me acerque, porque, puesto que entre tú y yo, según el pacto que hemos establecido, se ha creado una mistad como la de la leche y la miel, y ahora el jardín y la casa son tuyos y mi nido es tu nido, esta noche debes cuidarte del mal de ojo, hasta que otras noches puedas dencansar tranquilo". Luego de haberle dado estos consejos, el viejo, junto a los consejos, le ofreció juramento. Había una escalera de cuero para subir al sitial. Dijo el anciano: "Sube y pisa ese cuero, esta noche serán de cuero tus pies(7). Luego recoge esa larga escala larga para que nadie pueda tenderte alguna trampa. Esta noche hazte de ese cuero un cinturón de serpiente y mañana podrás jugar con el tesoro, pues, aunque nuestro dulce haya venido de noche, su azafrán regocijante ha de verse de día. Si la pera de la noche te estrangula, la aurora llegará con una granada risueña en la mano(8)". Dicho esto, el viejo se dirigió al palacio para preparar la comida del huesped, mientras Mahan se subía al árbol alto y recogía el cuero del lazo. Se sentó en el alto sitial y todas las cosas altas quedaron bajas a sus pies. Se retiró en una habitación semejante, vestida de perfume de ámbar como viento tramontano. Abrió la mesa y comió un poco de hogaza blanca y dulces amarillos. Bebió de aquel fresco jarro limpísima agua, criada por el viento del norte. Cuando en aquel trono de bizantinos ornamentos hubo descansado sobre alfombras chinas, la rama del sándalo perfumado de alcanfor le alejó del corazón el dolor de la melancolía. Se recostó y miró en torno al jardín, cuando, he aquí que a lo lejos brillaron numerosos cirios, cada uno de ellos en la mano de una recién casada, y el rey del nuevo trono se transformó en su nuevo adorador. Se acercaron por el camino diecisiete princesas que habían robado a la luna sus diecisiete cualidades(9), cada una adornada de forma diversa, envolviendo la rosa y el azucar(10) con un velo distinto. Cuando llegaron a la terraza del jardín con los cirios en la mano, ellas mismas lámparas, prepararon un banquete imperial extendiendo por el suelo ricos tapices, y mientras el rostro del tapiz se hacía cirio sobre cirio, se creaba dulzura y alegría, rostro sobre rostro. La muchacha de mejillas de hada que iba en cabeza, gema central de aquel collar de perlas, fue a sentarse sobre un trono especial y mandó que las restantes se dispusieran a su lado. Luego, comenzaron a cantar como pájaros, atrayendo a los pájaros del aire, y su voz era tan fascinante que no sólo a Mahan, sino a la luna, habrían robado la tranquilidad. Los pies danzaban rápidos como plectros que tocan las cuerdas y daban palmas para saquear las casas. Más tarde llegó el viento a narrar otras historias y descubrir redondos senos de naranja. La noche negra de melancolía destilaba azúcar y el sándalo se mezclaba con el naranjo, mientra en la pasión por aquellas naranjas ebrias, Mahan quedaba lejos, frotándose la cabeza con el sándalo. Pensó en cien formas de encontrar remedio para, bajando del árbol, entrar en el paraíso con aquellas huríes sin necesidad de resurrección, pero le vinieron a la memoria las palabras del viejo y amarró a los epilécticos de su naturaleza impulsiva, mientras que las hermosas continuaban el juego como hábiles predistigitadoras. Después de divertirse algún tiempo, dispusieron la mesa y comenzaron a comer: la mesa estaba llena de rubíes y perlas, alimentos que no habían visto ni el fuego ni el agua, perfumados de almizcle y áloe; de caldos preparados con azafrán y azucar; jugos de granada más exquisitos que el caldo; lechal húngaro; pescado fresco; pollos cebados; hogazas blancas como el alcanfor, tiernas y delicadas como los pechos y las espaldas de las huríes ; una bandeja de halva(11) confitada, más de lo que puede describirse; y turrón y mil especies distintas, elaboradas en aceite y perfume. Cuando hubieron dispuesto aquella mesa (aunque más que mesa era un mundo) la reina de las hermosas dijo dulcemente: "Aquella de entre nosotras que esté sola, pronto encontrará un compañero. Siento el olor del áloe del sándalo virgen, vayamos hacia ese áloe que se halla en el sándalo. Un perfumado de áloe está, cubierto de áloe, sobre el sándalo, inmerso en el sándalo y vestido de él. Nuestro laúd perfeccionó con sándalo la noche negra como áloe y el sándalo amarillo. El perfume ha llegadao hasta nuestra nariz: por otra parte, bien se llevan lo dulce y lo perfumado. Me parece que allí arriba , en el árbol, se encuentra un amigo que se abrasa de pasión por nosotras. Dile que baje, que sea amable y juegue con nuestras imágenes de fantasía. Y si no quiere, añade: "La mesa está lista, pero el amor de aquella graciosa es superior a todo lo demás, porque no quiero poner la mano en la mesa antes de que venga el huésped; ven, pues, y goza la unión con ella. La mesa está puesta no quieras hacerla esperar". Se dirigió la hermosa hada hacia la rama del sándalo, con boca pequeña y súplicas grandes, y gorgeando como un ruiseñor lo bajó del árbol como si se tratara de una flor. Él siguió rápidamente a la mediadora, ya que él mismo no buscaba otra cosa en ese momento que una intermediaria, y la juventud de su cabeza le impedía recordar las palabras del viejo. ¿Cómo puede acordarse de los consejos de un viejo el joven cuya naturaleza hierve? Puesto que el amor había apartado la verguenza, Mahan se hizo huesped de la luna (mah). La luna, viendo el rostro de Mahan, se arrodilló ante él, como se hace ante los tronos de los reyes, y lo acomodó sobre el tapiz privado, junto a sí; ella destiló azucar, y él, arrope. Fue su compañera en la comida, porque es costumbre de los anfitriones, y con afecto y amor le ofreció a cada instante un bocado especial. Al acabar de comer, la copa de rubí se convirtió en alimento del alma, y cuando hubieron bebido varias copas de vino, perdida por completo la vergüenza y rasgado por la embriaguez el velo del pudor, aumentó el fuego de Mahan por aquella luna. Mientras la apretaba en un abrazo, ella volvió púdicamente la cabeza. Estrechó contra su pecho a la muñeca china, a la rosa de cien pétalos, al ciprés de plata, y posó los labios sobre la fuente de nectar, sello de rubí puso sobre el ágata. Pero cuando dirigió una mirada gentil de amor a aquella luz de los ojos, a aquella fuente de azúcar, vio un monstruo de los pies a la cabeza, creada por las iras de Dios. Un búfalo con colmillos de jabalí; un dragón nunca visto, más aún, un Ahriman(12), todo él boca del cielo a la tierra, con una joroba a la espalda de la que Dios nos libre, que era un arco tragado a duras penas; una joroba con el hocico de un cangrejo y un hedor que llegaba a mil pasarangas; con una nariz como el horno para cocer ladrillos y una boca como el caldero de los tintoreros. Abriendo los labios como el paladar de una ballena, estrechaba contra su pecho al huésped y le besaba el rostro y la cabeza, diciendo: "Oh tú, cuya cabeza ha caído en mi poder! ¡Oh tú, cuyo pecho desgarran mis dientes! Has alargado hacia mí la mano e incluso los dientes para besarme en los labios y en el gracioso hoyito de la barbilla, mira ahora una mano y unos dientes como espadas y lanzas; así, no como los tuyos, han de ser los dientes y las manos. Los labios son los mismos ¡pídeme besos! Las mejillas son la mismas, ¡no cierres los ojos! ¡No tomes vino de las manos de un copero que te engaña y te da vinagre! ¡No alquiles una casa en el barrio donde se esconde, como un ladrón, el policia! ¡Ay, desgraciado, es justo que yo haga lo que debo, porque si no me comporto como es digno de ti, sería como la que has visto antes!" De esta forma, a cada instante le procuraba un nuevo tormento y le infligía violencias de fuego. Cuando el pobre desesperado Mahan vio una luna transformarse en dragón, una muchacha de piernas de plata transformarse en bestia de pezuñas de jabalí, y una hermosa de ojos de vaca mudarse en monstruo con rabo de toro, bajo aquel dragón negro como la pez, comenzó a hacer aguas por debajo (entiéndase el sentido) y elevó un grito como un niño que resquebraja el seno materno o una madre que acaba de parir, mientras que aquel jabalí negro como el Demonio Blanco prendía fuego en el sauce de los besos. Así continuó hasta que despuntó la aurora y se oyó el canto del pájaro de la mañana, se levantó del mundo el telón de las tinieblas y desaparecieron los fantasmas, todos ellos viles terrones con apariencia de gemas que desaparecieron sin dejar rastro. Sólo quedó Mahan, tirado en tierra a la puerta del palacio, hasta que se hizo completamente de día. Una vez recuperados los sentidos, gracias al aroma del día luminoso, abrió los ojos y vió un lugar horrendo, un infierno ardiente en lugar del paraíso. Habían desaparecido las ricas visiones. Sólo quedaba frotarse los ojos, porque estaban llenos de polvo de la fantasía. Se asombrño de que el edificio, que en origen era fantástico, no hubiera durado más que un abrir y cerrar de ojos, y vio que el jardín era un zarzal y la mesa una nada llena de vanos vapores; cipreses y bojes no eran sino espinas y zarzas; las frutas, hormigas; las ramas, fructíferas serpientes; las pechugas de pollo y las costillas de cordero era carroña muerta diez años atrás; las flautas, los laudes y los rabeles de los músicos, huesos de onagro y otros animales; los velos incrustados de gemas, pelos sucios de excrementos; las piscinas limpias como lágrimas, pozos de agua pútrida y estancada; y las sobras de la comida y lo que quedaba del vino de las copas bien sabe Dios que nada tenían que ver con alimentos sabrosos, sino que era pus inmundo procedente de heridas; y lo que parecía albahaca y aroma era solo la escurridura de una sentina. De nuevo quedó asombrado Mahan, incapaz de recitar jaculatorias, carente hasta de fuerza para emprender camino o de coraje para quedarse a esperar, diciendo para sus adentros: "¡Qué extraño es todo! ¿Qué compás o que conexión hay entre estas cosas? ¡Ayer veo un jardín florido, hoy un lugar de tormentos! ¿Que será este parecer rosa y resultar espina? ¿Cuál era, pues, el fruto del jardín del tiempo?" No sabía que en todo lo que tenemos hay un dragón escondido bajo el velo de la luna(13). ¿Sabes acaso con quién galantearán los necios cuando por fin se levante el velo? Estas figuras bizantinas y chinas se han convertido, como ves, en un horror negro; solo piel estirada sobre sangre sucia, perfume por fuera y sentina por dentro. Si aquella piel se quitan con el baño, nadie querría la inmundicia. ¡Ay, cuántos perspicaces compraron "piedras de sierpes"(22), creyendo que era piedra pero encontraron sierpes en el cesto! ¡Y cuántos necios en esa árida bolsa encontraron un nudo de madera de áloe, en vez del húmedo almizcle! Cuando Mahan quedó a salvo del martirio de los malvados, tal como yo me he salvado de la historia de Mahan, formuló una firme intención de hacer bien, se arrepintió he hizo votos: refugió en Dios su corazón puro, mientras caminaba y le llovían lágrimas de sangre por las mejillas. De este modo llegó hasta un agua reluciente, se lavó, bajó el rostro a tierra, se arrodilló, barrió humíldemente el polvo con la cara, implorando así al amigo de los desesperados: "¡Oh Tú, que abres y deshaces, deshaz mis dificultades! ¡Oh Tú, que muestras la vía, guía mi camino! Tú solo puedes deshacer este dificil nudo y mostrarme el camino. Carezco de guía en mi soledad, pero ¿a quién no muestras Tú la vía?" Durante algún tiempo se lamentó de esta manera ante su Dios, barriendo con el rostro el polvo de su oratorio, y cuando alzó la cabeza del pecho vio a un hombre de aspecto semejante al suyo. Todo él vestía de verde como la estación de abril, y tenía el rostro rojo como el alba luminosa. Mahan preguntó: "¿Quién eres, señor? !Preciosa perla es en verdad tu naturaleza!" Respondió aquél: "Soy Jidr(14), oh devoto adorador de Dios, y vengo a socorrerte. Tu buena intención te ha servido de guía y te conducirá de nuevo a casa. Levántate y dame la mano, cierra los ojos y vuelve a abrirlos". Cuando Mahan oyó el saludo de Jidr estaba sediento y halló el Agua de la Vida: puso enseguida su mano en la del otro, cerró los ojos y volvió a abrirlos enseguida, y he aquí que se encontró en el mismo lugar seguro en que estaba cuando el demonio lo desvió la primera vez de su camino. Abrió la puerta del jardín y a toda prisa regresó a El Cairo desde aquella tierra desolada. Vio que todos sus amigos guardaban silencio, vestidos de azul por el luto, y les contó de cabo a rabo lo sucedido, comprendiendo que llevaban luto por él, porque estaban acostumbrados a su compañía(15). Los lavó, pero el fuerte color azul no se iba de la piedra, ni desaparecía: entonces, trató de ponerse en sintonía con ellos, se hizo un vestido azul y se lo puso. Así, el color azul se implantó en él y, como el firmamento, tomó el color del destino.
Miniatura persa representando a Jidr, el que reverdece
NOTAS:
1. El jardin de Iram es un lugar mítico localizado en Yemen del que dice la leyenda que se construyó a imagen del paraíso.
2. Imagen poco clara que se puede interpretar de la siguiente manera: cuando el alba ató el disco áureo a la joroba de la montaña.
3. Hilan y Gila, ogros de la tradición árabe.
4. Alusión a la historia de José, a quien sus hermanos arrojaron al pozo para librarse de él. La historia bíblica de José forma el argumento de una azora coránica que lleva su nombre.
5. "Bocado de califa" es el nombre de un dulce.
6. El paluda es una especie de sorbete.
7. Dovalpa, "pies de cuero" pueblo fabuloso cuyos miembros tenían llas piernas flexibles como correas.
8. La imagen se fundamenta en el contraste de la forma de la pera y la granada, la primera caracterizada por una redondez que luego se estrecha como un cuello; la otra rellena de semillas perláceas, similar a una boca sonriente. El sentido completo es que a las dificultades de la noche seguirá el alba sonriente y consoladora.
9. "Las diecisiete cualidades" se refiere a virtudes lunares de carácter astrológico.
10. La boca.
11. Halva es el dulce por escelencia del mundo islámico.
12. Ahriman es el demonio opositor de Ahura Mazda en el zoroastrismo.
13. Juego de palabras vinculado al hecho de que en persa se llaman "dragones" los dos nodos de la órbita lunar, es decir, los puntos en que se cruza con la elíptica. La luna sólo puede eclipsarse cuando se encuentra con uno de los nodos, de ahí el nombre, porque se creía que durante el eclipse se la comía un dragón. La imagen se utiliza aquí para decir que bajo el velo de la belleza exterior se esconde a menudo la fealdad.
14. Jidr o Jadir, enigmático personaje que viste de color verde, produce el nacimiento de la yerba allí donde pisa. Fue capaz de llegar hasta el Agua de Vida alcanzando la inmortalidad. Aunque no se le nombra esplicitamente aparece en el Corán (XVIII) como guía del profeta Moisés. En la mística sufí es considerado el guía interior.
15. El azul era considerado el color del luto en Persia.

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