martes, 2 de agosto de 2011

EL ARTE DE AMAR..............POR ERICH FROMM

En El arte de amar, su libro más conocido, Erich Fromm expone su teoría del “amor maduro”, no como un manual donde se den recetas para amar y ser amado, sino exponiendo que el amor no es un sentimiento fácil sino un arte que requiere conocimiento y esfuerzo para ser dominado. Erich Fromm.
es natural de Frankfurt, donde nace. en 1900. Estudia sociología en la universidad de Heidelberg, donde se interesa por el psicoanálisis. En 1929 empieza su carrera de psicoanalista en Berlín, donde abandona el judaísmo y estudia a Marx. En marzo de 1934 emigra a Estados Unidos debido al ascenso del poder Nazi.
Durante los 40 publica varios libros y se muda a México para enseñar en la UNAM, abandonando con el transcurso de los años las ideas socialistas, adoptando el anarquismo y criticando siempre la sociedad de consumo capitalista.
El arte de amar es una reflexión sobre la condición humana en una de sus facetas principales, el amor y todo lo que se necesita para poder sentirlo de forma madura, acompañado de fuertes críticas al occidente actual por la banalización que de este hace.
Ya en la introducción advierte:
La lectura de este libro defraudará a quien espere fáciles enseñanzas en el arte de amar. Por el contrario, la finalidad del libro es demostrar que el amor no es un sentimiento fácil para nadie, sea cual fuere el grado de madurez alcanzado. Su finalidad es convencer al lector de que todos sus intentos de amar están condenados al fracaso, a menos que procure, del modo más activo, desarrollar su personalidad total, en forma de alcanzar una orientación productiva; y de que la satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin la capacidad de amar al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina. En una cultura en la cual esas cualidades son raras, también ha de ser rara la capacidad de amar. Quien no lo crea, que se pregunte a sí mismo a cuántas personas verdaderamente capaces de amar ha conocido.
Capítulo I: ¿ES EL AMOR UN ARTE?
Sentimiento placentero y automático o un arte posible de aprender. Esa es la interrogante que se intenta absolver en este capítulo.
El autor se decanta por lo primero, y procede a hacer un análisis del amor en el occidente moderno.
No se trata de que la gente piense que el amor carece de importancia. En realidad, todos están sedientos de amor; ven innumerables películas basadas en historias de amor felices y desgraciadas, escuchan centenares de canciones triviales que hablan del amor, y, sin embargo, casi nadie piensa que hay algo que aprender acerca del amor.
El amor es percibido como algo que se recibe, un objeto y para obtenerlo debemos ser dignos de este. Cumplir los patrones sociales de éxito comúnmente aceptados, ser sexualmente atractivos y otros por el estilo. La creencia es que lo fácil es amar y lo difícil conseguir a quien amar, este pensamiento causado por el predominio del Amor Romántico en la actualidad donde el principal problema es conseguir la pareja y no se considera al sentimiento más que una reacción automática.
Hay en la cultura contemporánea otro rasgo característico, estrechamente vinculado con ese factor. Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir. “Atractivo” significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad.
A pesar de las pruebas en contra, la capacidad de amar es considerada un don innato al hombre, no un arte que se debe estudiar a conciencia y practicar el mismo para alcanzar dominio de la materia. Y este libro pretende dar algunas pautas para poder afrontar con éxito este problema.
Capítulo II: LA TEORÍA DEL AMOR
Antes de teorizar el amor, analiza el sujeto del mismo. El hombre. Y considera la principal característica de este, la conciencia de si mismo. El ser humano es el único que sabe va a morir, se sabe diferente de otros y distinto de los demás, un ente aparte.
El hombre está dotado de razón, es vida consciente de sí misma; tiene conciencia de sí mismo, de sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia de sí mismo como una entidad separada, la conciencia de su breve lapso de vida, del hecho de que nace sin que intervenga su voluntad y ha de morir contra su voluntad, de que morirá antes que los que ama, o éstos antes que él, la conciencia de su soledad y su “separatidad” *, de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su existencia separada y desunida una insoportable prisión. Se volvería loco si no pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otra forma con los demás hombres, con el mundo exterior.
Esta conciencia de la separación es la que genera la búsqueda de amor, las ansias de unidad, de trascender y superar la soledad intrínseca al ser humano. Cada ser humano dependiendo de quien es, sus circunstancias dará respuestas diferentes. La adoración religiosa, sacrificios humanos, ceremonias orgiásticas, el trabajo obsesivo, el ascetismo, la lujuria son diferentes aspectos de esta busqueda incesante.
El autor pone como ejemplo la uniformidad como busqueda de unidad con la masa. Se argumenta en este capítulo que el alejarse del rebaño para la mayoría de hombres es insoportable, manteniendo la ilusión de individualidad mediante débiles sucedáneos que solo lo sitúan en un lado de la masa como ser hincha de un equipo o fanático de alguna estrella. Hasta la pretendida igualdad de los géneros es un síntoma. Esta posición tan crítica se entiende viniendo de alguien con fuertes influencias socialistas.
En este sentido, también deben recibirse con cierto escepticismo algunas conquistas generalmente celebradas como signos de progreso, tales como la igualdad de las mujeres. Me parece innecesario aclarar que no estoy en contra de tal igualdad; pero los aspectos positivos de esa tendencia a la igualdad no deben engañarnos. Forman parte del movimiento hacia la eliminación de las diferencias. Tal es el precio que se paga por la igualdad: las mujeres son iguales porque ya no son diferentes. La proposición de la filosofía del iluminismo, l´ame n’a pas de sexe, el alma no tiene sexo, se ha convertido en práctica general. La polaridad de los sexos está desapareciendo, y con ella el amor erótico, que se basa en dicha polaridad. Hombres y mujeres son idénticos, no iguales como polos opuestos. La sociedad contemporánea predica el ideal de la igualdad no individualizada, porque necesita átomos humanos, todos idénticos, para hacerlos funcionar en masa, suavemente, sin fricción; todos obedecen las mismas órdenes, y no obstante, todos están convencidos de que siguen sus propios deseos. Así como la moderna producción en masa requiere la estandarización de los productos, así el proceso social requiere la estandarización del hombre, y esa estandarización es llamada “igualdad”.
Considero que hasta cierto punto tiene razón, pero esa visión del ser humano tan escéptica es mas bien fruto de la polarización de su época, la guerra fría y la cacería de brujas contra todo aquel que pensara diferente.
CAPÍTULO III. EL AMOR ENTRE PADRES E HIJOS
Desde que nacemos experimentamos el primer amor posible, el amor materno. Al infante lo rodea, lo protege es su todo la madre. Al crecer el padre o la figura paterna empieza a ganar importancia, se impone el orden, la disciplina el amor no incondicional sino otorgado por merito y esfuerzo.
En estrecha relación con el desarrollo de la capacidad de amar está la evolución del objeto amoroso. En los primeros meses y años de la vida, la relación más estrecha del niño es la que tiene con la madre. Esa relación comienza antes del nacimiento, cuando madre e hijo son aún uno, aunque sean dos. El nacimiento modifica la situación en algunos aspectos, pero no tanto como parecería. El niño, si bien vive ahora fuera del vientre materno, todavía depende por completo de la madre. Pero día a día se hace más independiente: aprende a caminar, a hablar, a explorar el mundo por su cuenta; la relación con la madre pierde algo de su significación vital; en cambio, la relación con el padre se torna cada vez más importante.
Hemos hablado ya acerca del amor materno. Ese es, por su misma naturaleza, incondicional. La madre ama al recién nacido porque es su hijo, no porque el niño satisfaga alguna condición específica ni porque llene sus aspiraciones particulares. (Naturalmente, cuando hablo del amor de la madre y del padre, me refiero a “tipos ideales” -en el sentido de Max Weber o en el del arquetipo de Jung- y no significo que todos los padres amen en esa forma. Me refiero al principio materno y al paterno, representados en la persona materna y paterna).
La relación con el padre es enteramente distinta. La madre es el hogar de donde venimos, la naturaleza, el suelo, el océano; el padre no representa un hogar natural de ese tipo. Tiene escasa relación con el niño durante los primeros años de su vida, y su importancia para éste no puede compararse a la de la madre en ese primer período. Pero, si bien el padre no representa el mundo natural, significa el otro polo de la existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el hombre, de la ley y el orden, de la disciplina, los viajes y la aventura. El padre es el que enseña al niño, el que le muestra el camino hacia el mundo.
Quizás cayendo en arquetipos, Fromm diferencia el amor materno y paterno y estipula la importancia que ambos tienen en el futuro adulto. Por un lado el ansia de ser amado sin condiciones y por otro lado el mérito y el esfuerzo, el ser amado por las cualidades que hacen mejor a una persona. El primero es incondicional, se recibe sin motivo alguno, el segundo se controla y se puede ganar si se actúa como se espera de uno. Ambos son necesarios para el desenvolvimiento de la persona y causa de problemas cuando alguno de los dos falla o no realiza lo que se espera.
Denotando claramente la influencia Freudiana en su pensamiento, Fromm es demasiado determinista respecto a las influencias tempranas en el niño. Sin negar su importancia, la experiencia me indica que esta no es insuperable.
CAPÍTULO IV. LOS OBJETOS AMOROSOS
La creencia de que el amor es exclusivo y único por una sola persona, es combatido por Fromm, para este el amor es una actitud hacia el mundo, una forma de ver la vida y la relación con los demás.
El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un “objeto” amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado.
Puede compararse esa actitud con la de un hombre que quiere pintar, pero que en lugar de aprender el arte sostiene que debe esperar el objeto adecuado, y que pintará maravillosamente bien cuando lo encuentre. Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida. Si puedo decirle a alguien “Te amo”, debo poder decir “Amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo”.
Pero aun así reconoce diversos tipos de amor entre los que destaca los siguientes.
Amor fraternal.
Amor a los iguales, a los demás, al prójimo. A pesar de ciertas influencias izquierdosas en sus palabras no deja de ser cierto el que el respeto y aprecio mutuo es la base de toda sociedad.
Amor materno.
El amor incondicional ya referido en el capítulo III.
Amor erótico.
Es el amor como comunmente se entiende, el deseo del otro y la fusión este ser amado.
el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizá, la forma de amor más engañosa que existe.
Supónese que el amor es el resultado de una reacción espontánea y emocional, de la súbita aparición de un sentimiento irresistible. De acuerdo con ese criterio, sólo se consideran las peculiaridades de los dos individuos implicados -y no el hecho de que todos los hombres son parte de Adán y todas las mujeres parte de Eva-. Se pasa así por alto un importante factor del amor erótico, el de la voluntad. Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso -es una decisión, es un juicio, es una promesa-. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza y puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto no implica juicio y decisión?
Amor a uno mismo.
A veces mal entendido, una buena autoestima es fundamental para relacionarse con otros. ¿Como se puede amar si ni siquiera se ama a si mismo?
De ello se deduce que mi propia persona debe ser un objeto de mi amor al igual que lo es otra persona. La afirmación de la vida, felicidad, crecimiento y libertad propios, está arraigada en la propia capacidad de amar, esto es, en el cuidado, el respeto, la responsabilidad y el conocimiento. Si un individuo es capaz de amar productivamente, también se ama a sí mismo; si sólo ama a los demás, no puede amar en absoluto.
Amor a dios.
El amor a dios pasa por diversas etapas dependiendo de quien lo adore. Desde la adoración de animales, dioses con forma de humanos, dioses sin forma alguna hasta llegar al último estado. Dios como todo lo deseable; justicia, amor, compasión, verdad.
En la religión contemporánea encontramos todas las fases, desde la más antigua y primitiva hasta la más elevada. La palabra “Dios” denota el jefe de tribu tanto como la “Nada absoluta”. En igual forma, cada individuo conserva en sí mismo, en su inconsciente, como lo ha demostrado Freud, todas las etapas desde la del infante desvalido en adelante. La cuestión es hasta qué punto ha crecido. Una cosa es segura: la naturaleza de su amor a Dios corresponde a la naturaleza de su amor al hombre, y, además, la verdadera cualidad de su amor a Dios y al hombre es con frecuencia inconsciente -encubierta y racionalizada por una idea más madura de lo que su amor es-. El amor al hombre, además, si bien directamente arraigado en sus relaciones con su familia, está determinado, en última instancia, por la estructura de la sociedad en que vive. Si la estructura social es de sumisión a la autoridad -autoridad manifiesta o autoridad anónima de la opinión pública y del mercado-, su concepto de Dios será infantil y estará muy alejado del concepto maduro, cuyas semillas se encuentran en la historia de la religión monoteísta.
CAPÍTULO V. EL AMOR Y SU DESINTEGRACIÓN EN LA SOCIEDAD OCCIDENTAL CONTEMPORÁNEA
¿ Es posible el amor en el occidente contemporáneo ? es lo que se pregunta el autor, y la respuesta es sorprendente considerando la cantidad de novelas, películas, libros, poemas y canciones de una cultura obsesa con el tema del amor. Es muy dificil y raro encontrar amor.
Con sus ya cansinas -aunque en ocasiones fundamentadas- críticas al sistema capitalista, Fromm diserta sobre la mercantilización del amor y los errores en que se ha incurrido al considerarlo básicamente sexual, un toma y daca mutuo o un equipo de trabajo.
En ese concepto del amor y el matrimonio, lo más importante es encontrar un refugio de la sensación de soledad que, de otro modo, sería intolerable. En el “amor” se encuentra, al fin, un remedio para la soledad. Se establece una alianza de dos contra el mundo, y se confunde ese egoísmo á deux con amor e intimidad.
El amor no es el resultado de la satisfacción sexual adecuada; por el contrario, la felicidad sexual -y aun el conocimiento de la llamada técnica sexual- es el resultado del amor. Si aparte de la observación diaria fueran necesarias más pruebas en apoyo de esa tesis, podrían encontrarse en el vasto material de los datos psicoanalíticos. El estudio de los problemas sexuales más frecuentes -frigidez en las mujeres y las formas más o menos serias de impotencia psíquica en los hombres-, demuestra que la causa no radica en una falta de conocimiento de la técnica adecuada, sino en las inhibiciones que impiden amar. El temor o el odio al otro sexo están en la raíz de las dificultades que impiden a una persona entregarse por completo, actuar espontáneamente, confiar en el compañero sexual, en lo inmediato y directo de la unión sexual. Si una persona sexualmente inhibida puede dejar de temer u odiar, y tornarse entonces capaz de amar, sus problemas sexuales están resueltos. Si no, ningún conocimiento sobre técnicas sexuales le servirá de ayuda.
Procede luego a analizar las influencias de los padres en la capacidad de amar. De influencia claramente freudiana estos párrafos darán idea del grado de determinismo al que puede llegar Fromm en ocasiones.
La condición básica del amor neurótico radica en el hecho de que uno o los dos “amantes” han permanecido ligados a la figura de un progenitor y transfieren los sentimientos, expectaciones y temores que una vez tuvieron frente al padre o la madre, a la persona amada en la vida adulta; tales personas no han superado el patrón de relación infantil, y aspiran a repetirlo en sus exigencias afectivas en la vida adulta.
De las neurosis masculinas escribe.
Con respecto a nuestro previo análisis de la personalidad centrada en la madre o en el padre, el siguiente ejemplo de ese tipo de relación neurótica amorosa frecuente hoy en día, se refiere a los hombres que, en su desarrollo emocional, han permanecido fijados a una relación infantil con la madre. Trátase de hombres que, por así decir, nunca fueron destetados; siguen sintiendo como niños; quieren la protección, el amor, el calor, el cuidado y la admiración de la madre; quieren el amor incondicional de la madre, un amor que se da por la única razón de que ellos lo necesitan, porque son sus hijos, porque están desvalidos. Tales individuos suelen ser muy afectuosos y encantadores cuando tratan de lograr que una mujer los ame, y aun después de haberlo logrado. Pero su relación con la mujer (como, en realidad, con toda la gente) es superficial e irresponsable. Su finalidad es ser amados, no amar.
Un caso ilustrativo es el de un hombre cuya madre es fría e indiferente, mientras que el padre (en parte como consecuencia de la frialdad de la madre) concentra todo su afecto e interés en el hijo. Es un “buen padre”, pero, al mismo tiempo, autoritario. Cuando está complacido con la conducta de su hijo, lo elogia, le hace regalos, es afectuoso; cuando el hijo le da un disgusto, se aleja de él o lo reprende. El hijo, que sólo cuenta con el afecto del padre, se comporta frente a éste como un esclavo. Su finalidad principal en la vida es complacerlo, y cuando lo logra, es feliz, seguro y satisfecho. Pero cuando comete un error, fracasa o no logra complacer al padre, se siente disminuido, rechazado, abandonado. En los años posteriores, ese hombre tratará de encontrar una figura paterna con la que pueda mantener una relación similar.
De las femeninas.
Más complicada es la clase de perturbación neurótica que aparece en el amor basado en una situación paterna de distinto tipo, que se produce cuando los padres no se aman, pero son demasiado reprimidos como para tener peleas o manifestar signos exteriores de insatisfacción. Al mismo tiempo, su alejamiento les quita espontaneidad en la relación con los hijos. Lo que una niña experimenta es una atmósfera de “corrección”, pero nunca le permite un contacto íntimo con el padre o la madre y por consiguiente la desconcierta y atemoriza. Nunca está segura de lo que sus padres sienten o piensan; siempre hay un elemento desconocido, misterioso, en la atmósfera. Como resultado, la niña se retrae en un mundo propio, tiene ensoñaciones, permanece alejada; y su actitud será la misma en las relaciones amorosas posteriores.
En resumen un capítulo fundamentalmente psicoanalítico, donde Fromm hace patente su formación freudiana. Como de costumbre, la exposición de casos es la mejor forma de divulgación de psicoanálisis y su lectura es ligera e interesante al comparar con sucesos parecidos conocidos por uno.
CAPÍTULO VI. LA PRÁCTICA DEL AMOR
Final del libro y capítulo donde el autor busca dar una serie de enfoques que ayuden al lector a mejorar su práctica del amor.
En primer lugar ser disciplinados, ningún arte se denomina si solo se practica al estar de humor. Actuar dentro de ciertos límites horarios, ser moderados en las costumbres y sobre todo no considerar a la disciplina algo impuesto desde afuera sino en expresión de la propia voluntad.
Uno de los aspectos lamentables de nuestro concepto occidental de la disciplina (como de toda virtud) es que se supone que su práctica debe ser algo penosa y sólo si es penosa es “buena”. El Oriente ha reconocido hace mucho que lo que es bueno para el hombre -para su cuerpo y para su alma-también debe ser agradable, aunque al comienzo haya que superar algunas resistencias.
La concentración, procurar mantener esa condición es un fin en si mismo, tendemos a hacer muchas cosas a la vez y es común el que se desespera si se le deja un rato solo consigo mismo.
La concentración es, con mucho, más difícil de practicar en nuestra cultura, en la que todo parece estar en contra de la capacidad de concentrarse. El paso más importante para llegar a concentrarse es aprender a estar solo con uno mismo sin leer, escuchar la radio, fumar o beber. Sin duda, ser capaz de concentrarse significa poder estar solo con uno mismo -y esa habilidad es precisamente una condición para la capacidad de amar.
Y cosa curiosa, escribe algo que tiempo atrás había pensado, lo pernicioso de los clichés y lugares comunes en la conversación comun. Huyamos de la banalidad.
Si dos personas hablan acerca del crecimiento de un árbol que ambas conocen, del gusto del pan que acaban de comer juntas, o de una experiencia común en el trabajo, tal conversación puede ser pertinente, siempre y cuando experimenten lo que hablan y no se refieran a ese tema de una manera abstracta; por otro lado, una conversación puede referirse a cuestiones religiosas o políticas y ser, no obstante, trivial; ello ocurre cuando las dos personas hablan en clisés, cuando no sienten lo que dicen. Debo agregar aquí que, así como importa evitar la conversación trivial, importa también evitar las malas compañías. Por malas compañías no entiendo sólo la gente viciosa y destructiva, cuya órbita es venenosa y deprimente. Me refiero también a la compañía de zombies, de seres cuya alma está muerta, aunque su cuerpo siga vivo; a individuos cuyos pensamientos y conversación son triviales; que parlotean en lugar de hablar, y que afirman opiniones que son clisés en lugar de pensar. Pero no siempre es posible evitar tales compañías, ni tampoco es necesario. Si uno no reacciona en la forma esperada -es decir, con clisés y trivialidades- sino directa y humanamente, descubrirá con frecuencia que esa gente modifica su conducta, muchas veces con la ayuda de la sorpresa producida por el choque de lo inesperado.
EL amor como base de la civilización, de las grandes hazañas, de los logros y sueños de la especie es elevado al rango de arte, no un mero sentimiento caprichoso sino un arte de difícil dominio pero agradable práctica.
Si el hombre quiere ser capaz de amar, debe colocarse en su lugar supremo. La máquina económica debe servirlo, en lugar de ser él quien esté a su servicio. Debe capacitarse para compartir la experiencia, el trabajo, en vez de compartir, en el mejor de los casos, sus beneficios. La sociedad debe organizarse en tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté separada de su existencia social, sino que se una a ella. Si es verdad, como he tratado de demostrar, que el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana, entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre. Hablar del amor no es “predicar”, por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. Que esa necesidad haya sido oscurecida no significa que no exista. Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esa ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre.
Para terminar con este resumen y comentario, en este libro Fromm da una serie de apreciaciones interesantes y muy poco comunes de algo tan conocido y desconocido como el amor. Críticas veladas al amor romántico y alabanza de la disciplina al construir una relación son algunos de los puntos de vista originales que se exponen en El arte de amar.

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