Hay gente que sabe mentir, y se le nota; pero hay otros, mejor dotados para el arte del engaño, que son capaces de contarnos convincentemente las cosas más disparatadas sin que se les mueva un pelo. Del mismo modo, existen personas altamente talentosas para desenmascarar a los mentirosos, mientras que otras ni siquiera sospechan que están siendo víctimas de un fabulador.
Afortunadamente casi, no existe la mentira perfecta. Puede haber crímenes perfectos, que no dejen una sola huella, pero no ocurre lo mismo en el terreno del engaño. Eso sí, para captar a tiempo esos indicios, el oyente debe conocer ciertas claves, sin las cuales la mentira le pasaría desapercibida como el aire que respira. Y no sólo conocerlas, sino mayormente mantenerse alerta: los signos delatores pueden durar fracciones de segundo, de modo que hay que transformarse en un agudo observador. Es una habilidad que se adquiere y desarrolla con el conocimiento y con la práctica, sumamente útil para la vida en sociedad.
Las claves que delatan al mentiroso
¿Cuáles son, entonces, las claves que nos permiten descubrir cuándo nos están mintiendo? Estas aparecen en el aspecto físico, en la comunicación no verbal y en el mensaje verbal. A continuación listaré los puntos más relevantes, con la aclaración de que en cada persona, según sus características individuales, se evidencian algunos y otros no. La aparición de uno de ellos puede ser casual, o incluso de dos, sin evidenciar una mentira, pero cuando se registran varios en forma prolongada y recurrente es mucho más probable que la persona no esté diciendo la verdad.
En el aspecto físico:
- Se les acelera el ritmo cardíaco y la respiración.
- Se les enrojece el rostro.
- Empiezan a sudar, frecuentemente en la palma de las manos.
- Se ponen temblorosos, en especial las manos y la mandíbula.
En la comunicación no verbal:
Es un error intentar encontrar la mentira mirando al mentiroso a la cara, ya que las expresiones de esta son las que más puede controlar conscientemente. Antes bien, es más fructífero observar la conducta corporal global, ya que por medio de ella se "filtra" la mayor parte de la información que la persona está queriendo ocultar.
- No nos miran a los ojos, o mantienen poco la mirada. Los ojos son el acceso simbólico a la intimidad. Quien mira a los ojos, no tiene nada que ocultar, no le teme al encuentro con la intimidad del otro. Quien no mira a los ojos, teme ser descubierto en "offside". De ahí la tradicional frase "mírame a los ojos y dilo nuevamente".
- Mueven demasiado poco las manos y los pies. En ciertos casos, frotan las piernas entre sí, con movimientos tensos.
- Esconden las manos o las retuercen. Enseñar las palmas es indicador de honestidad. Quien esconde las manos detrás del cuerpo o en los bolsillos probablemente esté intentando ocultarnos algo. Lo mismo hay que pensar de quien se las frota o retuerce con cierta tensión, como si quisiera lijar una mano con otra o hacer nudos con sus dedos. Posiblemente, intente trasladar la tensión a un objeto que tenga a mano, al cual tocará sin cesar.
- Gesticulan poco. Tienden a eliminar el uso de los gestos, en especial los ilustradores, por temor a que el menor movimiento pueda dar indicios de su nerviosismo. También disminuye el desplazamiento natural de la cabeza.
- Se tapan la cara con las manos, tocándosela de varias formas. Así delatan la incomodidad que sienten al mentir. Rascarse el cachete, la nariz o la barbilla, sacarse inexistentes basuritas de los ojos o de la comisura de los labios, comerse las uñas, ahogar bostezos de nervios, tocarse las orejas, etc.
- Cambian de postura muy frecuentemente.
- Se llevan una mano al cuello y se masajean. Esto es una reacción inconsciente al hormigueo nervioso que experimentan por la tensión muscular que provoca la mentira.
- Tardan más en contestar y hacen más pausas. Si el mentiroso no es talentoso, le costará ser espontáneo, y se notarán sus esfuerzos por calcular lo que va a decir.
- Hablan más rápido, y con un tono de voz más agudo.
- Movimientos de fuga abortados. Por ejemplo, cuando alguien que está sentado posa las manos sobre sus rodillas como para levantarse y luego las quita, o cuando se apunta con el pie hacia la salida. Posiciones como estas denotan que la persona se siente incómoda mintiendo y se quiere ir.
- Conducta global de incomodidad. Comprende todo lo ya dicho más cualquier otro indicador que haga pensar que, sin fundamentos aparentes, la persona está nerviosa o intranquila mientras habla.
En la comunicación verbal:
- Dan pocos detalles. Hablan con vaguedades.
- Hablando sobre conversaciones, evitan hacer citas textuales. Nos cuentan su versión de las cosas.
- No hacen referencias temporales, espaciales ni sensoriales. Les cuesta imaginar horarios, lugares, olores, colores, etc. de los "mundos" que inventan.
- Incluyen en la historia la mayor cantidad de verdades posibles, y entre ellas intercalan las mentiras.
- Se contradicen. Quien inventa muchas cosas ante mucha gente rara vez recuerda sus mentiras, de modo que en algún momento siempre terminan siendo inconsistentes.
- Tienen lapsus verbales.
¿Por qué mentimos?
Aún está en discusión por qué los seres humanos, por lo general, no son capaces de descubrir las mentiras sin un entrenamiento especial. Paul Ekman, experto en comunicación no verbal, piensa que puede deberse a las siguientes razones, tal como se expone en
- Las habilidades para reconocer mentiras tuvieron muy poca relevancia en la evolución de la especie. En ese entorno ancestral había muy pocas oportunidades de mentir en temas de importancia. Se vivía sin privacidad y todo ocurría delante del resto de los miembros de la tribu o poblado. Además, estas sociedades se caracterizaban por una total dependencia de los demás para cazar, defenderse, etc. Esto implica tener que colaborar constantemente y poder confiar en los demás. Una mentira descubierta podría haber significado el arrinconamiento o expulsión y una muerte segura.
- No nos educan para reconocer mentiras.
- Muchas veces no nos interesa descubrir mentiras. Si supiésemos la cantidad de veces que nos mienten, incluso por parte de personas de confianza y cercanas, nos alegraríamos de nuestra capacidad para ignorarlas. La confianza en los demás no es solo necesaria sino que hace más fácil vivir.
- Muchas veces nos gusta que nos mientan, y lo buscamos. Como cuando una señora le pregunta a su marido "¿quién era la más linda de la fiesta?", para que este le responda "Naturalmente, tú mi amor".
Lo cierto es que muchas mentiras, cuando las creemos, nos traen montones de disgustos. Y, como es imposible mentir sin dar indicios, está en nosotros entrenarnos para identificar a los mentirosos, para agarrar al vuelo los signos que los delatan. Aprovechemos la riqueza de los contactos personales para darnos cuenta de quiénes son sinceros con nosotros y quiénes no, porque, cuando la comunicación es escrita o telefónica, es mucho más fácil ocultar una mentira. El cuerpo es lo que más nos delata.
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