“Soy todo lo que soy gracias a mi trabajo en las calles”
Ella es prostituta y decidió serlo sin pistola en
la sien de por medio. No niega que este haya sido un camino fácil pero
tampoco oculta las satisfacciones que le ha brindado. Hoy ya no ejerce
‘la vida alegre’, como dirían algunos pacatos. Hoy lidera una
organización que reivindica los derechos de sus compañeras. Sus cuatro
hijos la acompañan en el reto.
Por Eliana Fry García-Pacheco
Nombre: Ángela Villón BustamanteEdad: 45 añosProfesión: Trabajadora sexual |
No puedo lanzar la primera piedra.
No estoy libre de pecado. Por el contrario, estoy llena de prejuicios.
Ángela lo intuía. Sin embargo, su cordialidad fue un abrazo de osa. Fue
cuando descubrí que detrás del maquillaje y la coquetería innata, Ángela
tenía los ojos vivos pero duros, desconfiados. Y profundos. Profundos
como todo lo que conversamos. Como su experiencia. Como su vida.
Sociedad pública cerrada
“Mi cuerpo no es exclusividad de mi
marido, no es exclusividad de la iglesia, ni de la sociedad”. Así de
tajante y clara es ella. Está dispuesta a romper tabúes y cuenta con
fuerte botín de argumentos para conseguirlo. “Mi trabajo no significa
que yo venda mis idea religiosas, mis principios, ni mi ética. Eso no
está en venta. Tampoco mi cuerpo porque sino andaría amputada. Yo no
ofrezco mi pie ni un pedazo de vagina. Yo vendo la fantasía, el
erotismo, y eso no me exime ser la persona que soy”. Imposible
refutarle. Pero Ángela acepta que no todas las trabajadoras sexuales
están en la misma capacidad de desenvolvimiento ni poseen la seguridad e
integridad que haya se ha forjado a través de sus cuatro décadas de
vida.
Afirma que la sociedad es demasiado
inmadura. Y el Estado también. Es por ello que se indigna, levanta la
voz y gesticula con exaltación cuando los partidos políticos enarbolan
la bandera de la exterminación de la prostitución como su principal arma
electoral. “Exterminar es una palabra muy fuerte. Se extermina a las
plagas, no a las personas”, dice Ángela, rogando un poco de sentido
común, pues asegura que en el país, la prostitución no es un delito mas
sí lo son el proxenetismo, la explotación sexual y la trata de personas.
La impaciencia vuelve a escena
cuando le pedimos su opinión sobre la creación de una zona rosa. ¿Su
respuesta? ¡Agárrate Catalina! “La zona rosa es excluyente, es como un
gueto. Dime tú, si ésta llegase a forjarse, ¿quién va a cobrar los
impuestos?, ¿quién va a ser el gran proxeneta estatal? Y si yo no puedo
tranzar mis derechos laborales porque mi trabajo no está reconocido ¿no
estaríamos hablando entonces de explotación sexual? Hablemos de una zona
rosa el día que pueda negociar de igual a igual porque, al final de
cuentas, la empresa hasta la puedo poner yo”.
“Mi universidad ha sido la calle”
Diecisiete primaveras cumplía Ángela
cuando se inicio en el ‘oficio’. ¿Necesidad? “La necesidad la tenemos
todas. Yo era madre adolescente y no tenía cómo cubrir mis necesidades”,
cuenta Ángela mientras me explica que, socialmente, lo más fácil para
ella fue victimizarse en un principio. Y es que sus 17 primaveras más
parecieron gélidos inviernos: vivió en un ambiente donde se reprimía a
las mujeres constantemente. Por ello decidió buscarse un marido de
pantalla para justificar de dónde venía el dinero. “Él fue una carga más
para mí pero cumplía su rol. Yo llevaba una doble vida. Tenía que
fingir que trabajaba en el casino, que cuidaba viejitos –incluso salía
con mi uniforme-. Era desgastante”.
Hasta que un día decidió aceptarse.
Fue donde sus padres y, sin más, se los contó. “Ese día mi vida cambió
360 grados”. Su madre nunca la juzgó ni la rechazó pero su padre jamás
volvió a dirigirle la palabra. “Pero lo perdono porque fue criado con
preceptos difíciles de romper”. Sus ojos brillan. No quiere llorar, de
eso estoy segura, pero la nostalgia invade la oficina donde conversamos.
Sensibilizando a las autoridades
Hace siete años Ángela tuvo que
darle otra vuelta de tuerca a su vida para ver nacer a “Miluska, vida y
dignidad”, una asociación de trabajadoras sexuales que buscan combatir
la violencia y reconocer como una profesión el trabajo sexual. “Hoy
estamos tras una propuesta de ley pues tiene que haber un ordenamiento y
debemos recibir los mismos derecho laborales que cualquiera. Cuando se
consiga eso daremos el siguiente paso que es la profesionalización del
sexo. El sexo aporta mucho al desarrollo psicológico e integral de las
personas y de las parejas”. Le creo. Aunque aún dudo si quisiera tenerla
sentada en mi cama entre mi novio y yo, en plena terapia sexual. La
prefiero como consejera telefónica.
“He sido limpiadora de hogares, he
vendido papas en el mercado, he sido cachinera, ¿qué no he sido? Y el
trabajo sexual es lo que escogí como proyecto de vida y es lo que más
satisfacciones me ha dado. Es un trabajo como cualquiera y me ha ayudado
a sacar adelante a mi familia. Mis hijos dicen que son lo que son
gracias a que su madre los ha querido tanto que ha sido capaz de poner
el cuerpo adelante por ellos”. Estoy convencida que ningún plan de
educación sexual del Ministerio de Salud o de Educación podrá enseñarme
lo que Ángela me enseñó esa tarde.
Así pienso yo:
¿Qué es el cuerpo?
Es mi caparazón, es lo que abraza mi ser. Yo decido sobre él, nadie lo puede tocar. Lo amo y lo cuido por eso.
¿Qué es la felicidad?
Es el logro
de mis objetivos y metas; es mi realización. Me siento feliz y realizada
en mi trabajo, en mi rol de madre, en mi rol de mujer. Cuando mi hijo
me dice “mamá, te quiero”, soy feliz.
¿Qué es la vida?
Es un don
preciado que hay que saber aprovechar. Es un instrumento que te da la
fuerza para aportar en el crecimiento, en la cultura de tu país, para
poder influenciar en la masa y provocar cambios.
¿Qué es la ética?
Es un principio básico que rige mi vida que me dice qué está bien y qué está mal para así decidir lo mejor
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