Como anticipé en mi página de Facebook, hace dos días casi doy por terminado el blog. El mismo día que llegué a Indonesia me tomé el tren nocturno de Jakarta a Yogyakarta, me quedé dormida y cuando me desperté me habían robado la computadora, la cámara y casi todo el efectivo que tenía. Diez horas después, recuperé todo. Pero fueron las diez horas más estresantes y bizarras de todo mi viaje.
Escena 1: Minutos después de El Robo (4 am)
Me desperté de golpe, no sé por qué. Miré a mi alrededor: seguía en el vagón número dos del tren que iba de Jakarta (capital de Indonesia) a la ciudad de Yogyakarta (a unas 10 horas al este, en medio de la isla de Java). El tren estaba frenado en una estación, yo me había acostado en mi asiento y en el de al lado, que estaba libre, y me había quedado dormida por unos minutos. Y confieso que como estaba viajando en el tren “ejecutivo” (25 dólares el pasaje, contra 16 dólares del tren “económico”) me descuidé e hice algo que jamás hubiese hecho en Argentina (ni en cualquier otro tren): me dormí y dejé las cosas en el piso, al lado mío, pero en el piso. Pensé: estoy en Indonesia, no creo que pase nada.
Me desperté con una sensación de urgencia y mi instinto me hizo buscar mis cosas con la mirada inmediatamente. En mis pies tenía la mochila grande con toda la ropa, una mochila de mano con la compu y libros y un bolsito con la cámara y la plata. Miré el bolsito y me di cuenta enseguida: a la vista, estaba demasiado vacío, faltaba el bulto que hace la cámara (una Nikon D90 bastante grandota y pesada). Lo levanté y me temblaron las piernas: estaba demasiado liviano. Lo abrí y sí, la cámara ya no estaba.
Enseguida miré mi mochila de mano y temí lo peor. Conozco su peso de memoria y cuando la levanté me di cuenta de que lo peor se había cumplido: también se habían llevado mi computadora (una Mac que me compré el año pasado en Malasia). Rogué y rogué que fuese un mal sueño, pero no, estaba pasando de verdad: me habían robado mis herramientas de trabajo, los textos y las fotos de todo un año, mis borradores, mis proyectos, mis ideas. ¿Y para qué? Para que alguien, en pocas horas, borrase todo el disco duro y vendiese mis cosas a un extraño. (Nota: si bien tengo un backup de todos los archivos en un disco duro externo, ese disco está formateado para Mac y no se puede ver en PC, y la verdad que en este momento no me da ni cerca el presupuesto para comprarme una Mac nueva, osea que iba a ser lo mismo que no tener nada. Y la depresión que me iba a agarrar no me la iba a curar nadie).
Me acuerdo de ese momento y todavía me angustio. Empecé a temblar y me puse a gritar: “Someone stole my things! Someone stole my laptop and my camera, please, please help me!”. Se despertó todo el vagón y el guardia de seguridad del tren, un indonesio muy joven y flaquito, apareció enseguida y me preguntó qué había pasado. Con ayuda de la pareja indonesia del asiento de al lado, expliqué todo y ellos tradujeron. Mientras tanto, en cada silencio, decía en castellano (loca): “No, no, no, esto no puede estar pasando! Hijo de puta, qué hijo de puta, no puedo creerlo, agghhh HIJO DE PUTA!!!” Incluso llegué a decirle a los pasajeros: “Por favor si alguno de ustedes tiene las cosas, les doy toda la plata que quieran, pero por favor, tengo todo mi trabajo ahí”.
Varios pasajeros dijeron que habían visto a un hombre sospechoso que había estado caminando por el vagón, el guardia se comunicó con sus compañeros que estaban en la estación (el tren seguía frenado) y me dijo que iban a buscar al culpable afuera del tren. Yo pensé: ya está, chau computadora, chau cámara y chau plata (el tipo también me había robado unos 130 dólares que tenía en efectivo, parte en rupias indonesias, parte en dólares de Singapur y parte en dólares de EEUU). También pensé que si encontraban las cosas había muchas chances de que no me devolvieran nada.
Como el ladrón me dejó mi celular (y unas pocas rupias en efectivo, ¿para que me tome el taxi habrá sido?), enseguida llamé a mi novio (Aji —con jota de John, no con jota de ají, eh—, indonesio) para avisarle. Él estaba despierto esperando que se hiciera la hora para ir a la estación de Yogyakarta a buscarme (el tren iba a llegar a eso de las 4.45 – 5 am), así que se fue enseguida a la estación para hablar con los de seguridad y ver si podía ayudarme desde ahí.
El tren arrancó y perdí todas las esperanzas. Era obvio que el ladrón ya se había bajado y como yo no sabía exactamente a qué hora había sido el robo, era muy probable que ya estuviese bien lejos de la escena. Además, ¿cómo iban a saber quién era, entre tanta gente? Y si lo encontraban, yo ya iba a estar en otra estación, ¿cómo iban a avisarme? Sentí que todo iba a quedar en la nada, que me habían dicho que iban a buscar al culpable sólo para complacerme, pero que una vez que el tren arrancara, todo quedaría en el olvido.
No se me cayó ni una lágrima (al fin y al cabo son objetos y no es la muerte de nadie), pero igual temblaba de angustia y me sentía una estúpida por no haber cuidado mejor mis cosas.
Escena 2: Llegada a Yogyakarta y persecución (5 am a 7 am)
El tren llegó a Yogyakarta (destino final) unos 45 minutos después y yo ya daba todo por perdido. Mi novio apareció enseguida en el vagón con un amigo y con otro guardia de seguridad. Nos bajamos, le volví a contar lo que había pasado y me fui al baño. Cuando volví, Aji me dijo: “Encontraron al sospechoso en la estación anterior y lo tienen detenido en la comisaría del pueblo, pero todavía no abrieron su mochila. Vamos ya para allá”.
Así que nos fuimos en el auto: Aji, su amigo que lo había acompañado a la estación, el guardia de seguridad del tren y yo. Fueron las dos horas más largas de mi vida. Pensaba: ¿será el ladrón? ¿estarán mis cosas? ¿me las darán o se harán los vivos? A mitad de camino nos avisaron que, efectivamente, habían encontrado una computadora, una cámara y efectivo en la mochila del detenido. Al parecer uno de los guardias de seguridad del tren ya lo había fichado de antes y cuando le informaron acerca del robo, ni lo dudó y se fue en busca de este hombre. Lo persiguió en moto, y cuando lo encontró, el tipo ya estaba en la parada esperando el colectivo para irse a su casa y fugarse con mis cosas para siempre. El guardia de seguridad (vamos a decirle El Héroe) se jugó, siguió su instinto y acertó, porque si se hubiese equivocado, el culpable hubiese desaparecido y ahí sí chau cosas, chau blog, chau todo.
Lo que fue una eternidad después, llegamos a la estación de tren donde habían agarrado al tipo y entramos a la comisaría correspondiente.
Escena 3: Interrogatorio, llanto y devolución (7 am a 1 pm)
Los policías se presentaron uno por uno (primero había unos cuatro o cinco), me pidieron mi pasaporte y me dijeron que denunciara exactamente lo que me faltaba. La lista era la siguiente: Nikon D90, laptop Apple + cargador, 1 millón de rupias (que parece muchísimo pero son aproximadamente 100 dólares), 25 dólares y 14 dólares de Singapur (algo así como 12 dólares de EEUU).
Al rato (porque todo llevaba laaaargos minutos) me llevaron a otro cuarto y me mostraron una mochila. La abrieron y adentro estaba todo. TODO. De ahí pasamos a otra oficina donde me sentaron y me dijeron que necesitaban quedarse con las cosas para usarlas como “evidencia” para poder arrestar al tipo (lo tenían detenido en la oficina de al lado) y que el proceso llevaría entre 40 y 60 días. Recién después de que terminara el juicio iban a poder devolverme las cosas (pero como la visa turística en Indonesia dura un mes, era obvio que yo ya no iba a estar ahí y que las cosas se iban a “perder”).
En ese momento apelé a una de las armas femeninas más poderosas por excelencia: EL LLANTO. No pude contenerme y me largué a llorar, les dije que yo trabajaba con eso, que era escritora y fotógrafa, que escribía un blog, que vendía fotos, que por favor, que ahí tenía todo, que era mi trabajo. Aflojaron un poco y me dijeron que, “dadas las circunstancias”, iban a ver qué podían hacer. Me sirvieron té y un desayuno y me pidieron que me tranquilizara.
Tuvimos que esperar dos horas a que llegara otro oficial que al parecer hablaba inglés y me iba a explicar cómo era el proceso (hasta ese momento, Aji oficiaba de traductor). En ese rato estaba desconsolada, no podía creer que las cosas estaban ahí, tan cerca de mi mano, pero que no me las iba a poder llevar. Si no podía recuperar mi compu y la cámara, daba lo mismo que hubiesen atrapado al tipo o no, y creo que era aún peor saber que las cosas estaban ahí pero que las tenía que dejar.
Me dije a mí misma y le dije a Aji: Juro pero re juro que no me voy de esta oficina sin mi computadora y mi cámara, si es necesario apelaré a más llanto, a la embajada argentina, al escándalo y (si nada funciona) a la coima. La Policía indonesia también tiene fama de corrupta, pero como no sé muy bien cómo funcionan las cosas acá le pregunté a Aji qué opinaba él; si lo único que querían era plata, mi plan era decirles que se quedaran con los 130 dólares y me dieran el resto, y si eso no funcionaba, iba a llamar a la embajada para que me asesoraran. Aji me dijo que llorara un poco más si era necesario pero que lo dejara tantear la situación para ver qué onda. Y eso hizo, no sé qué les dijo, pero al rato (lo que me pareció una eternidad después) me dijeron que sí, que iba a poder llevarme mis cosas, pero que necesitaban quedarse con alguna evidencia para arrestar al tipo (no sé si esto es cierto o no) y me preguntaron con qué plata quería quedarme: con las rupias, con los dólares o con los dólares de Singapur. Elegí las rupias (100 dólares) y ellos se quedaron con 35 dólares “de evidencia” que, en teoría, “van a devolverme una vez que termine el proceso”. Ni me importa. Comparado con todo lo que podría haber perdido, 35 dólares no es nada.
Me tomaron toda la declaración, me sacaron fotos con los objetos robados, me hicieron muchas preguntas y unas 10 horas después del robo salí de la comisaría con la cámara, la computadora, parte de la plata y una sensación de que no podía creer todo lo que había pasado.
El Bis-Bizarro: Preguntas, almuerzo y sesión de fotos
Hasta acá todo normal, como cualquier historia policial. Pero voy a recordarles dos cosas: soy una “bule” (extranjera occidental) en Indonesia y tengo un imán para lo bizarro. Así que entremedio de estas escenas pasaron otras cosas que le dieron bastante más gracia al asunto.
• Primero, los policías (había como diez y una sola mujer) pensaban que Aji era “mi guía turístico” (???). Cuando dijo que era mi novio, inmediatamente empezaron a hacer preguntas: ¿y cómo se conocieron? ¿por Facebook? ¿por chat? ¿y hace cuánto tiempo que están juntos? ¿y cuándo se casan? Creo que les interesaba más eso que el robo en sí. Cuando nos fuimos de la comisaría, uno de los policías nos dijo “I support you!” (como diciendo que apoya nuestra relación) y el jefe superior me dijo, adelante de todos: “Bueno, y a ver si se casan pronto eh”.
• Otro policía, el que nos hizo compañía mientras esperábamos a que llegara el que hablaba inglés, me mostró fotos de su mujer y de su hija, me dijo por señas que los indonesios eran “bien machos” (mejor ni describo esta parte), se sacó autofotos conmigo y, a pesar de todo, me hizo reir y le sacó tensión a la situación.
• En algún momento, en la comisaría aparecieron dos que eran policías encubiertos. El jefe de la comisaría me preguntó si tenía hermanas, y cuando le dije que una de ellas tiene 18, me dijo LISTO, decile a tu hermana que venga a Indonesia que acá ya tiene novio (Daf, estás avisada, un agente secreto indonesio quiere tu mano).
• Me sacaron demasiadas fotos y sospecho que no fue tanto por una “necesidad oficial” sino porque soy una bulé en Indonesia (y un bule —extranjero/a blanco/y y rubio/a— en Indonesia genera revuelo y admiración).
Finalmente, Aji y yo volvimos a Yogyakarta en una camioneta con siete de los policías. En el camino nos preguntaron dónde nos conocimos, después frenamos todos juntos para almorzar y, cuando llegamos, nos sacamos una foto grupal.
Qué día surrealista.
Almorzando comida indonesia en la ruta (que, al margen, fue una de las rutas más lindas que recorrí, rodeada de plantaciones de arroz y mucho verde).
El team y yo con mi cara de “hace mil horas que no duermo” y el policía de atrás que me está dando de comer manzana (?)
Y aunque no lo crean, esto me hace querer aún más a Indonesia.
***
MÁS FOTOS DE ÚLTIMO MOMENTO:
Esta foto la saqué (a escondidas con el celular) después de que me dijeran de que iban a tener que quedarse con mis cosas como evidencia por 60 días. Quería tener alguna prueba para poder recuperarlas en el futuro.
La autofoto que se sacó el policía conmigo (con mi celular)
Y esta foto me la mandó un periodista indonesio por Facebook, es de no creer. La sacaron cuando detenían al tipo. Si se fijan bien, el policía de la izquierda es el mismo que se sacó la autofoto conmigo. Es más bizarro que un policial de Woody Allen.
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