viernes, 29 de abril de 2011

UN MOMENTO CON FACUNDO CABRAL


Exquisito encuentro con Facundo Cabral (Especial El Clarín)

El mundo en un libro Con un relato fantástico, el cantor cuenta cómo logró publicar, hace 25 años, “Paraíso a la deriva”.
A mí la vida me dio más de lo que yo podía recibir. Si me pongo a pensar, mi sueño era llegar a Buenos Aires. Tomar un café en La Biela”, advierte de movida Facundo Cabral. “Pero cuando me dijeron que eligiera una foto para ilustrar uno de mis sueños, pensé que debería ser esta”, sigue, mientras levanta de su escritorio un ejemplar de su primer libro, Paraíso a la deriva. “Y no es un anuncio comercial, porque el libro fue editado hace 25 años”.
¿Cantante? ¿Poeta? ¿Filósofo popular?
Yo soy un viajero. Como cosa secundaria, canto y escribo, pero mi oficio es caminar. En eso soy un profesional. Lo hago desde siempre. Desde que arranqué, recorrí 165 países. Nunca paré. Nunca viví en una casa. Siempre estuve de paso. Nada para cuidar, para ser libre y seguir caminando. Yo siento que lo único que hice fue subir a un tren en Tandil, a la buena de Dios, en el año ’46. Y un día me bajé en Beijing. Y no me preguntes qué pasó, porque no sé que pasó. Fui de fiesta en fiesta. Vino todo lo que hubo en el medio. Desde dictaduras al hambre. De todo. Y todo lo vi siempre como una gran obra. La vida como una gran obra.”
Entre las anécdotas, historias, reflexiones y nombres que los desbordan, Cabral retoma el tema. “Me quedé pensando en por qué elegí esa foto. Y es porque yo me enamoré del mundo por los libros. Primero por las historietas, después los libros. Yo al mundo lo sentí desde siempre por las historietas. Yo soy hijo de una historieta de Hugo Pratt. Yo quería ser el Corto Maltés”, explica.
Los libros llegaron después a la vida del caminante, que resalta que creció analfabeto hasta los 14. Recién entonces, recuerda, un jesuita le enseñó a leer. Enumera: “Melville, Conrad, La divina comedia, Las mil y una noches, las parábolas, Flaubert, Balzac, Baudelaire, Rimbaud, Apollinaire, Quevedo, Góngora.” Y evalúa a la distancia: “Fue una experiencia muy rica, muy sofisticada. Me enamoré de los libros, y ellos me enamoraron del mundo.”
Entonces, recuerda que un día el jesuita le dijo una frase del poeta Mallarmé. “El único sentido que tiene el mundo para el hombre es que pueda ser convertido en un libro”, dice que le dijo, y se apropia de la idea: “Para nosotros, el sentido del mundo es convertirlo en un libro.”
Antes de llegar a Beijing, aquel tren que había partido del sur bonaerense hizo escala en Dolores, Ayacucho, Mar de Ajó, Buenos Aires, Cuzco, la Isla de Pascua, México, Europa, Oriente Medio, la India y una interminable lista de lugares, testigos de los encuentros que cuenta que tuvo con Krishnamurti, la Madre Teresa, Ray Bradbury y Arthur Rubinstein, entre otros personajes tan ilustres como ilustrados. Hasta que un día volvió. “Un día el editor Carlos Frías me preguntó si yo había grabado un disco que se llamaba Jorge Luis Borges, y me dijo que al maestro le había gustado. Si yo hubiera sabido que lo iba a escuchar, nunca lo habría grabado.”
Cuenta Cabral que el escritor lo llamó, y que conversaron. Una, dos. Varias veces. “Un día, en el ‘84, un poco antes de su muerte, me dice: ‘Sospecho que usted, además de canciones, debe escribir libros.’ –No, maestro. Escribo, pero no soy un escritor. ‘Por favor, alcánceme algo para que lea’, insistió. Y yo: ‘No, maestro, de ninguna manera. A ver, si el Dante le hubiera dicho: Che, pibe, traéme algo. ¿Se lo hubiera llevado?’ ‘No, por supuesto que no.’ -Bueno. La diferencia entre Homero y usted es infinitamente menor que la que hay entre usted y yo. ‘Tráigame algo, Cabral’, repitió. Y yo me empecé a emocionar”, revela.
Y Cabral se trazó una estrategia. “Pensaba correr hasta la casa, una vez que saliera a dar su paseo diario, y le dejaría el sobre. Y qué lástima que se acabó la amistad con el maestro. Porque no iba a tener cara de enfrentarlo. ‘Perdone, ¿esta basura me trajo? Esta es una irrespetuosidad. Esto merece el fuego sin ningún honor’, pensaba que me iba a decir.”
Al segundo día, cuenta que Borges lo llamó: “‘Estuve leyendo sus papeles. Por favor, eso de maestro… Ahora, qué bueno que se confirma que somos colegas. Esto que me mandó se tiene que publicar ya mismo. Perdone, pero me tomé el atrevimiento y hablé con el señor Infante, el director de la editorial Planeta, y quiere verlo mañana mismo. Anote la dirección’. Yo no lo podía creer”.
Paraíso a la deriva se publicó en 1985. Cuando lo presentó, en San Telmo, anduvieron por ahí Egle Martin, Carlos Carella, algunos murgueros del barrio y una parva de amigos. “Ese fue el gran día de mi vida. Porque sentí que terminaba la primera vuelta real al mundo. Al físico y al metafísico. Al de la imaginación y al de la realidad.” Mundos que, en Cabral, son uno solo. “Dos meses antes de morir, mi madre me dijo: ‘Me voy a morir feliz, porque cada vez te parecés más a lo que cantás.’ ‘Carajo’, pensé. ‘Me estoy convirtiendo en el sueño’.”

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