Cuando se ama demasiado
El amor es capaz de los peores excesos, acepta todos los tormentos, soporta los maltratos, se vuelve masoquista, humilde, casi llega a mendigar migajas de afecto. Frente a mí, uno de los tantos mails que me traen de todas partes dramas, penas, pocas alegrías, más bien inquietudes. Ella se llama Esther, vive en Barcelona. Trabaja de día cuidando a una anciana, lidia cada noche con un hombre que la supera en edad con casi cuarenta años.
Torturado por los celos, aquel caballero la vilipendia, la acusa de infidelidades imaginarias, la trata como si fuera una esclava. Ella absorbe, se impregna de tristeza, se empapa de congoja como si fuera una esponja. Le sobra ternura, quisiera entregarla, mas se topa con un macho egoísta, entonces se encierra en letal soledad, siente repentinos deseos de morir, acude a mi columna diciendo: “Usted ha escrito mucho sobre lo que sienten las mujeres, condenó siempre la ceguera del macho omnipotente”. Pero me siento una vez más como el perro San Bernardo del barrilito vacío.
No soy psicólogo, me cuesta resolver mis problemas personales, mas siempre encuentra en mí un eco la voz de cualquier persona que busca ser escuchada. Esther es una entre millones de féminas pisoteadas, humilladas, abnegadas hasta el sacrificio de su propia vida, pero merecen ser respetadas. Nunca debemos arrepentirnos del amor que regamos ni necesariamente esperar una devolución. Los niños autistas, con los que decidí colaborar, merecen toneladas de afecto aun cuando no logran expresar lo que sienten, se muestran aparentemente indiferentes al mundo que los rodea, se encierran en su conchita de caracol. Las criaturas con síndrome de Down regalan amor con insistencia conmovedora. Creo que el mundo está lleno de gente que riega cariño o lo necesita a gritos. En este mundo en el que impera la violencia, predomina el egoísmo, reinan los intereses, debemos unirnos férreamente, formar cadenas de solidaridad, comprometernos en decir te quiero una vez al día a cualquier persona que necesite escucharlo. Tenemos que “amar hasta que duela” (Madre Teresa) a todos quienes cruzan nuestro camino. No se imaginan ustedes la cantidad de seres que nos están esperando.
Esther cualquier día puede optar por tirar la toalla. Le sobra ternura pero no tiene a quién entregarla, porque es fiel a quien la martiriza o la mata con su indiferencia. Muerta en vida, cumple a cabalidad con su propio sentimiento pero no está correspondida. El machismo, como lacra social, refleja la tremenda inseguridad de quien se siente inferior, quiere guardar el control emocional o jerárquico sobre un sexo considerado como subalterno. La soledad de la mujer relegada puede llegar a ser más dolorosa que el mismo cáncer. El amor es un sentimiento que necesita renacer cada día. Nunca se lo alcanza del todo y para siempre: crece con detalles, atenciones; muere cuando choca contra el orgullo, la prepotencia. Es tiempo de volver a la ternura, desterrar el odio, multiplicar el diálogo. ¿Qué más te puedo decir, Esther? Que mi afecto te alcanza aunque estés a diez mil kilómetros de distancia física. Ama pero no pierdas nunca tu dignidad. Y no te mates por nadie.
Torturado por los celos, aquel caballero la vilipendia, la acusa de infidelidades imaginarias, la trata como si fuera una esclava. Ella absorbe, se impregna de tristeza, se empapa de congoja como si fuera una esponja. Le sobra ternura, quisiera entregarla, mas se topa con un macho egoísta, entonces se encierra en letal soledad, siente repentinos deseos de morir, acude a mi columna diciendo: “Usted ha escrito mucho sobre lo que sienten las mujeres, condenó siempre la ceguera del macho omnipotente”. Pero me siento una vez más como el perro San Bernardo del barrilito vacío.
No soy psicólogo, me cuesta resolver mis problemas personales, mas siempre encuentra en mí un eco la voz de cualquier persona que busca ser escuchada. Esther es una entre millones de féminas pisoteadas, humilladas, abnegadas hasta el sacrificio de su propia vida, pero merecen ser respetadas. Nunca debemos arrepentirnos del amor que regamos ni necesariamente esperar una devolución. Los niños autistas, con los que decidí colaborar, merecen toneladas de afecto aun cuando no logran expresar lo que sienten, se muestran aparentemente indiferentes al mundo que los rodea, se encierran en su conchita de caracol. Las criaturas con síndrome de Down regalan amor con insistencia conmovedora. Creo que el mundo está lleno de gente que riega cariño o lo necesita a gritos. En este mundo en el que impera la violencia, predomina el egoísmo, reinan los intereses, debemos unirnos férreamente, formar cadenas de solidaridad, comprometernos en decir te quiero una vez al día a cualquier persona que necesite escucharlo. Tenemos que “amar hasta que duela” (Madre Teresa) a todos quienes cruzan nuestro camino. No se imaginan ustedes la cantidad de seres que nos están esperando.
Esther cualquier día puede optar por tirar la toalla. Le sobra ternura pero no tiene a quién entregarla, porque es fiel a quien la martiriza o la mata con su indiferencia. Muerta en vida, cumple a cabalidad con su propio sentimiento pero no está correspondida. El machismo, como lacra social, refleja la tremenda inseguridad de quien se siente inferior, quiere guardar el control emocional o jerárquico sobre un sexo considerado como subalterno. La soledad de la mujer relegada puede llegar a ser más dolorosa que el mismo cáncer. El amor es un sentimiento que necesita renacer cada día. Nunca se lo alcanza del todo y para siempre: crece con detalles, atenciones; muere cuando choca contra el orgullo, la prepotencia. Es tiempo de volver a la ternura, desterrar el odio, multiplicar el diálogo. ¿Qué más te puedo decir, Esther? Que mi afecto te alcanza aunque estés a diez mil kilómetros de distancia física. Ama pero no pierdas nunca tu dignidad. Y no te mates por nadie.
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