Qué leer para ser más inteligentes?
Leer a Franz Kafka puede hacernos más
inteligentes, según revela un nuevo estudio de la Universidad British
Columbia y la Universidad de California.
La clave está en el surrealismo presente
en los textos. Según explica Travis Proulx, coautor de un estudio que
publica la revista Psychological Science, “el significado de una cosa es
una asociación esperada con nuestro propio entorno”.
Para chequear esto recomendamos el cuento de Frank Kafka: “Preocupaciones de un padre de familia”
Las preocupaciones de un padre de familia. Franz Kafka
Algunos dicen que la palabra «odradek»
precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su
etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna
influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos
despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo
porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.
Como es lógico, nadie se preocuparía por
semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser
llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo
en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se
trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o
apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de
su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo
recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de
prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede
sostenerse como sobre dos patas.
Uno siente la tentación de creer que esta
criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está
rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún
indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas
de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el
conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más
detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.
Habita alternativamente bajo la
techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se
deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas,
pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta
y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran
ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego,
porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.
-¿Cómo te llamas? -le pregunto.
-Odradek -me contesta.
-¿Y dónde vives?
-Domicilio indeterminado -dice y se ríe.
Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones.
Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la
conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como
la madera de la que parece hecho.
En vano me pregunto qué será de él.
¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón be
ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el
caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando
unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No
parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de
que me pueda sobrevivir.
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