Todos tenemos internamente que lidiar
con nuestros ángeles y demonios. El ser humano es una unidad compleja. Nuestro
mundo interior, está urdido de emociones y pasiones, sueños y utopías,
esperanzas y fracasos. Nos encontramos habitados por nuestras propias luces y sombras.
Tenemos tendencias constructivas de crecimiento y aspiración de felicidad como
también fuerzas destructivas de que pueden llevarnos a muchas formas de
involución y muerte. El viaje -rumbo al propio centro de nuestro ser- tiene
muchos meandros.
El amor y también su contrario, el odio, nos mueven. Las pasiones son el substrato del
alma humana, generan reacciones afectivas, despertando y conjurando ángeles y
demonios. Somos, a través de la experiencia del autoconocimiento, maestro y
discípulo. El aprendizaje de nuestra vida y su experiencia es el mejor camino.
El único al cual debemos volver siempre.
Orestes nunca terminó de
saber las respuestas definitivas a sus acuciantes preguntas. Jamás supo si sus
acciones fueron totalmente deliberadas, o compelidas por las circunstancias, o
influenciadas por su hermana, por el oráculo o el dictamen de los dioses. Los
condicionamientos internos y externos se conjugan simultáneamente. Tal vez su
actuar era todo eso junto. La única certeza que guardó fue la de ser fiel al
propio camino y a sí mismo. Su vida fue su mensaje.
A menudo, a lo largo de toda la
existencia, tenemos preguntas pendientes que no poseen respuestas inmediatas.
Hay respuestas que nunca llegan. Al menos en este tiempo y en esta etapa de la
vida. Hay que aprender a convivir con las preguntas. Ellas son motores que
impulsan nuevas búsquedas.
La sabiduría está más en
la pregunta que en la respuesta. El camino, como la misma vida, queda abierto
ante el interrogante. Las respuestas, muchas veces, cierran. Las preguntas -en
cambio- siempre abren, despliegan nuevos pasos y esperanzas. Es bueno no tener
siempre las respuestas. El maestro reconoce que sigue siendo discípulo porque
guarda, en su interior, para sí y para otros, algunas preguntas inquietantes.
Cada interrogante abre un nuevo paso.
El arquetipo de Electra, por su parte, ha
generado -en la psicología profunda- lo que se dado en llamar el “complejo de Electra” término que designa la contrapartida femenina del complejo de Edipo. El de Electra consiste
en la atracción afectiva de la niña hacia la figura del padre. Esto permite la
maduración de la identidad psicológica de mujer desarrollando la conciencia de
género.
Es una especie de fijación afectiva
o enamoramiento inconsciente hacia el padre, generando una rivalidad competitiva
y celosa con la madre. Constituye una dinámica normal en el desarrollo y tiende
a resolverse de forma natural. Si todo se elabora correctamente, la niña luego nuevamente
busca la identificación con la madre a través de la imitación en la siguiente
etapa.
El “primer
amor” de toda niña es su padre. Para que el complejo de Electra se resuelva
de forma adecuada, la niña debe asumir y elaborar su derrota, reconociendo que
la madre es el amor primero de su padre. Esto le permite disponerse a nuevas
relaciones y buscar otros amores. El complejo de Electra es la base de la
socialización femenina.
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