domingo, 22 de noviembre de 2009

COSTUMBRES DEL CALLAO


La mañana dominguera tenía un extraordinario vibrar en el ambiente familiar. Se espantaban las hostilidades y protestas; desde muy temprano la actividad hogareña era intensa, aunque silenciosa como si cada acto en ese día tuviese un significado especial, casi religioso. Los niños, a los cuales se les bañaba en la noche anterior, vestían sus mejores ropas, apresurándose a ir a misa a las capillas de sus colegios o al templo más cercano. En algunas iglesias al terminar el oficio religioso se repartía un boletín llamado "Pan del Alma" y, como en la iglesia del Colegio San Antonio, también repartían panecillos pequeños que se comían con unción, como si fuese una segunda historia.
De regreso a casa se asistía a otra ceremonia: al desayuno. Entonces era costumbre de los padres de familia ir al mercado Central a comprar chicharrones, pancita, relleno, camote frito, "música" (pellejo de aparato digestivo de la res, que se freía hasta quedar como galleta, y que por el ruido que se hacía al masticarla se le decía "música"), y tamales. El desayuno dominguero chalaco era todo un rito. Cuando regresaba el padre de sus compras se sumaba a la actividad diligente de mamá y las hijas. Preparado que tenía ya el chocolate humeante, a veces acompañado de quáker, y los panes calientitos. Llamados todos a la "mesa", los chicos particularmente inquietos y golosos esperaban que se les sirviera de las fuentes con tantas cosas apetitosas.


Cómo no recordar esos sabrosísimos desayunos, nunca olvidaremos la armonía de esas reuniones hogareñas. Para ese momento ya todos se habían cambiado la ropa "dominguera". La muchachada estaba lista para corretear, disputar partidos de fútbol, volar cometa, jugar lingo o saciar su imaginación y desafíos en los diversos juegos que se practicaban en esos tiempos.

El domingo de antaño para los chalacos era un suceder de emociones de actividades que se detenían con el suculento almuerzo, continuando luego hasta la hora de la cena.



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