lunes, 16 de agosto de 2010

AMOR POR LOS ANIMALES

Los animales han servido al hombre siempre. Incluso desde antes que éste consiguiera domesticar a algunas especies de ellos. Le han servido de distracción, de compañía, de vestido, de medio detransporte de auxilio, de bestias de carga, de protección, de fuerza bruta para el arado, en el trapiche, en el retiro de árboles caídos, de objetos pesados, de inspiración,  de alimento, de medicina; en fin, de tantas cosas…
Sin embargo, acambio de tantos servicios los animales nunca han exigido nada. -No pueden hacerlo-, dirán algunos. Pero sí pueden. No enel lenguaje articulado en que nos comunicamos los humanos, ni en el escrito, que es característica única del hombre entre todas las especies que han poblado la tierra. Pero sí pueden hacerlo. De hecho, se comunican. No para hacer reclamos por sus servicios, sino para demostrar afecto, dependencia, lealtad. ¿Acaso no es eso lo que transmite un perro cuando mueve la cola y salta alegre al ver llegar al amo?
Recuerdo una escena que contemplé hace unos meses cuando visité con mi familia y un amigo una playa en la costa norte del país. Mientras nos bañábamos en la orilla vimos llegar un pescador con dos perros. Éste echó dentro de su yola sus instrumentos de pesca, una galón de plastico lleno de agua, un par de panes y un aguacate, que de seguro usaría como relleno para convertir los panes en sándwiches; luego, pidió a un amigo que parecía distraerse caminando de un lado a otro sobre la arena, que lo ayudara a empujar la yola, que descansaba sobre unos troncos de cocoteros, para echarla al mar. Parecieron conseguirlo con poco esfuerzo. Yo tardé para reponerme del asombro.
Poco después, el pescador encendió elmotor de su yola y se alejó mar adentro. No se despidió de sus perros; pero éstos se echaron sobre la arena, bajo la sombra de un árbol y se quedaron tranquilos mirando cómo se alejaba la yola de su amo.
No le di importancia al hecho, tampoco parecieron hacerlo los demás. Sólo cuando nos íbamos, y ante la posibilidad de conseguir pescado fresco, le pregunté al caminante sobre la hora aproximada en que acostumbraba regresar el pescador.
-¿Qué hora es? -me preguntó.
-Apenas son las diez -le respondí.
-¡Ah!, entonces debe regresar entre las cinco y las seis de la tarde. Esa es la hora en que regresa cuando sale tarde como hoy. La mayoría de las veces sale temprano, casi de madrugada, o bien cuando comienza a amanecer -siguió diciendo-, y entonces regresa alrededor del mediodía. Uno pesca durante cinco o seis horas, cuando el mar está tranquilo, como ahora. Por ratos con anzuelo, pero también puede uno tirarse a bucear con arpón. Todo depende de si los pecespican o no.
Lo que sucede es que cuando no tienen hambre, se colocan debajo de la yola, para protegerse del sol, y uno aprovecha eso y se tira, arponea un pez, sube, lo tira en la yola y vuelve a bajar y repite lo mismo hasta que se alejan. Cuando ya no hay ningún pez cerca, vuelve uno a la yola y tira el anzuelo de nuevo, si no pican, un rato después se vuelve a bucear.
-¡Qué bien! -le dije, después que terminó su cátedra. Entonces aproveché para preguntarle por los perros del pescador.
-Esos perros no se mueven de aquí hasta que el pescador regresa -me respondió-. No se preocupan por comer y ni siquiera por tomar agua. Es más, una vez que un mal tiempo vino de repente y la brisa y las olas arrastraron la yola llevándola bien lejos, esos perros ni así se movieron. Sólo dos o tres veces, cuando un cangrejo les pasaba cerca, se levantaban para comérselo y, después, volvían a echarse bajo el árbol.
Y así se mantuvieron durante los tres días que estuvo el pescador perdido. Y si usted hubiera visto con qué ímpetu se pararon y comenzaron a correr hacia la orilla moviendo la cola desde que reconocieron, antes que nadie lo oyera, elruido del motor de la yola de su amo. Daba gusto verlos. Parecieron volverse locos, de repente.
Eso es lealtad -pensé-, mientras caminé sin responder hacia el carro con mi gente y poco después nos alejamos, no sin antes echarle una nueva ojeada a los perros que no daban señales de fastidio, ni de resignación. Esperaban tranquilos, contentos, confiados, agradecidos…
Los animales no reclaman, sino que dan señales de alerta. Te estás pasando de la raya, parece decir un perro, cuando el amo, después de tenerlo encerrado todo un día, intenta quitarle un hueso o algo de los alimentos que puso a su disposición, y el perro le gruñe y enseña los dientes, mientras los aprieta con fuerzas, en señal de que no quiere abrir la boca para hacer daño, sino, simplemente, desea paz. Los leones, tigres, osos y elefantes de los circos también, en ocasiones, dan señales de alerta al entrenador que hace sonar el látigo cerca de la piel de los animales, y sólo si estas señales no son respetadas ni tomadas en cuenta, muy rara vez el animal embiste al entrenador, no procurando hacerle daño, sino que lo deje en paz.
Por eso, aunque es relativamente común oír que un entrenador de un animal de circo sufrió algunas heridas por el ataque de un animal, es verdaderamente excepcional escuchar que uno de estos animales salvajes le causóla muerte. ¿Cuánto tiempo tomaría a un león, un tigre o un oso darle muerte a un hombre sin dar margen a que nadie pudiera evitarlo? ¿O acaso no puede un elefante adulto envolver a un hombre con la trompa y estrellarlo contra una pared a diez metros de distancia? ¿Por qué no lo hacen, entonces? ¿Por qué los animales enjaulados o encadenados no reclaman su libertad, su medio natural, o al menos que los dejen en paz?
No lo hacen, sencillamente, porque son confiados, porque no son capaces de entender que, a cambio de sus sevicios, de su fidelidad, el hombre los maltrate, los castigue, los encadene, los encierre, les de muerte por el sólo placer de hacerlo o para vender su piel, en su afán de lucro.
¿Es que no tieneninteligencia losanimales? Sí la tienen y la demuestran día a día. Pero en su lealtad al hombre son capaces de sacrificios inauditos. Recuerdo el perro de un campesino que en su desesperación por el hambre fue capaz de comerse poco a poco su propio muslo sin lanzar un gemido, mientras veía a su amo degustar su desayuno. Comía sólo tubérculos silvestres, pero comía sin preocuparse de su perro, que no podía buscar los tubérculos y luego hervirlos antes de comérselos. Después que el campesino terminó de comer y, complacido, se levantó y dio unos pasos acariciándose la panza, el perro, con el hueso del muslo al descubierto, fue capaz de seguirlo sin quejarse y moviendo su cola.
No quiero caer en extremos y justificar que se proteja y mime a los animales que causandaño al hombre porque transmiten enfermedades, muchas veces mortales, como las ratas, los murciélagos y otros tantos. Pero maltratar o tratar con desdén a los que nos sirven y protegen, no lo puedo justificar.
¿Habrá algo más relajante que el canto de las aves ¿Y cuánto gastan miles de hombres y mujeres en medicamentos, psiquiatras y psicólogos buscando ayuda para conseguir relajarse? Son tan nobles las aves, que a pesar de su tendencia natural a la libertad y a laindependencia algunas son capaces de posarse en el hombro o en la mano de un hombre sin desconfiar.
Hay aves como el ruiseñor, que canta alegremente sobre un árbol, junto a una ventana. ¡Y cuán dulces son sus notas! Pero no transige con su libertad, no concibe ni admite el cautiverio. Por grande que sea la jaula, un ruiseñor sencillamente no la admite. Mientras está prisionero no come ni toma agua. Y tan pronto le queda clara su imposibilidad para recobrar la libertad, se impulsa y se estrella contra los barrotes hasta que se muere.
Otras aves, en cambio, se dejan domesticar. Y no sólo las palomas, los periquitos de amor o las cotorras. He visto hasta águilas domesticadas. Yo mismo viví una experiencia en mi infancia que siempre recuerdo cada vez que veo un pájaro carpintero o visito a mi mamá y veo el frondoso mango del patio y a un lado del mismo un lirio y una minúscula pileta que no sé cómo ha sobrevivido los últimos cincuenta años, a pesar de los arreglos y ampliaciones que se le han hecho a la casa.
Recuerdo una señora campesina a quien llamábamos Capita, que diariamente se detenía en la casa como un respiro a su caminata de 10 kilómetros desde su bohío al pueblo para vender sus productos. Un día me sorprendió llevándome de regalo un pájaro carpintero pichón. Me dijo que sus hijos lo sacaron de la cueva que sus padres hicieron en un cocotero que usaban como nido muy cerca de su bohío.
Yo nunca había tenido en mis manos un pájaro carpintero y no tenía ni la más mínima idea de los cuidados que éste requería. Pero ella me señaló cómo alimentarlo y tenerle agua disponible. Le corté un ala para que no se fuera volando después que creciera y lo ponía a beber agua en la minipileta que construí bajo el mango.
Por la noche, lo dejaba dormir en la cocina sobre cualquier cosa, la estufa, la meseta o la alacena. En la mañana me levantaba temprano y lo sacaba al patio donde le daba de comer y lo mimaba sin descanso; después, cuidadosamente le amarraba un hilo de una de las patas, el otro extremo lo amarraba a una estaquita y clavaba esta junto al mango. El hilo no era muy largo, le permitía cierto rejuego para tomar agua y escalar hasta un metro el tronco del mango.
El pajarito y yo nos identificamos tanto que por la mañana me recibía con mucha algarabía y como premio lo dejaba en libertad sobre el mango mientras iba a la escuela. Con gran destreza el pajarito ascendía por el tronco y en pocos segundos se le veía bien alto, próximo a la cima. A mi regreso le pitaba y el pájaro carpintero bajaba con rapidez hasta la mano que le extendía.
Un domingo en la mañana decidí ir al estadio a ver qué había. No pensaba tardarme, así que amarré mi pajarito a la estaca bajo el mango, en lugar de dejarlo libre. Cuando regresé no estaba en su lugar, cosa que extrañé. Miré hacia las ramas del mango por si se había soltado y había subido en él; tampoco lo vi. Entonces me dirigí a la cocinera y le pregunté por mi pajarito.
Nadie había querido decirme, pero mientras estuve fuera, el gato de un vecino avistó al pajarito carpintero amarrado bajo el mango, se acercó cauteloso y corrió llevando su presa entre los dientes. La cocinera que vio la escena sin poder impedirla corrió tras el gato, que al verse perseguido soltó la presa y siguió huyendo. Pero la fuerza con que clavó sus dientes en la frágil anatomia del pajarito bastó para causarle la muerte.
Ahí estaba sobre una mesa, pero muerto. De haberlo dejado libre sobre el mango no hubiera ocurrido la tragedia.
Lloré todo el resto de la mañana y con mucho esmero lo enterré junto al lirio. Un lirio que se ha negado a envejecer a pesar del paso del tiempo y se mantiene igual que hace 50 años. Sus flores blancas siguen perfumando loshuesos de mi pájaro carpintero.
¿Acaso habrá una mejor terapia para el abatimiento, la depresion o el desconsuelo que una relación estrecha con un animal cariñoso?
Los animales nos son útiles de muchas maneras y no reclaman nada a cambio. Cuando mucho, nos hacen llamadas de alerta que debemos tomar en cuenta.
¿Por qué no brindarles cuidados y cariño como compensación por todo lo que hacen por nosotros?

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