viernes, 7 de enero de 2011

ESCRITOR CATOLICO

Graham Greene, sólo "un escritor en el que se da el caso de ser católico" ?

[Miguel Castellví nos envía el texto completo de su reciente escrito sobre Graham Greene (publicado en formato reducido en Aceprensa 125/04, 6 Octubre 2004). Vale la pena leerlo, comentar y/o preguntar a su autor acerca del argumento de la catolicidad de Greene como persona y como escritor.]
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Graham_greeneGraham Greene (1904-1991), uno de los novelistas más conocidos del siglo XX, ha perdido mucha de la popularidad que tuvo en vida. Pero cien años después de su nacimiento, su obra sigue influyendo a través de discipulos tan famosos como John Le Carré. Y aunque hoy se lee menos a Greene, sus creaciones siguen dando juego. Hace algo más de un año se llevaba de nuevo al cine “El americano impasible”, con Michael Caine [ya ha hablado M. Castellví aquí mismo de esta novela y película, tras la sesión con A. Fumagalli sobre moral y adaptación] en el papel del maduro corresponsal inglés en la guerra de Indochina. Y esta novela ha entrado entre las cien mejores de todos los tiempos, según una clasificación del “Guardian”. Porque como el propio Greene decía a propósito de su amigo Evelyn Waugh, en sus libros nos ha dejado “una finca por la que pasear: descubrimos panoramas que no habíamos apreciado, senderos para descubrir en el momento justo porque el lector, como el autor, cambia”.
Infancia feliz y aventuras de juventud
Graham Greene nació el 2 de octubre de 1904 en Berkhamstead, Hertfordshire. Era el cuarto de los seis hijos de Charles Greene, rector de Berkhamstead School, y de Marion Raymond Greene, una prima hermana de Robert Louis Stevenson. Graham tuvo una infancia feliz, de la que recordaba que nunca se sintió solo. “No había ocasiones de experimentar la soledad, por muy ocupados que estuvieran nuestros padres, siendo como éramos una familia de seis niños, una gobernanta, una niñera, un jardinero, una cocinera gorda y alegre, un ama de llaves muy estimada por todos, un destacamento de criadas, un batallón de tíos y tías, todos con el apellido Greene –lo que parecía acercarnoslos-.” Sus padres eran primos y llevaban el mismo apellido.
El destierro de este paraíso terrenal se produjo poco antes de cumplir ocho años, cuando Graham inició los estudios en la escuela dirigida por su padre. El colegio –escribe Greene en su autobiografia “Una especie de vida”- “empezaba detrás del escritorio de mi padre. Se entraba en él por una puerta de color verde parduzco”. El pequeño Greene sentía, al pasar esa puerta, que abandonaba el terreno familiar de la casa paterna y cruzaba una frontera enemiga. El sentimiento se fortaleció cuando a los trece años fue a vivir como interno. “Había dejado atrás la civilización para penetrar en una comarca salvaje, de extrañas costumbres e inexplicables crueldades: una comarca en la que yo era extranjero y sospechoso, literalmente una criatura perseguida, a la que se atribuían dudosas asociaciones. ¿Acaso no era mi padre el rector? Yo era el hijo de un colaboracionista en un país ocupado. Mi hermano mayor, Raymond, era prefecto de la escuela y mayordomo... en una palabra: colaboraba con los colaboradores. Y yo estaba rodeado por las fuerzas de la resistencia y no podía unirme a ellas sin traicionar a mi padre y a mi hermano.” Parece estar leyendo “El factor humano”. Esta doble pertenencia –alumno del colegio e hijo del rector- es una imagen de lo que han sentido muchos de sus personajes de creación literaria, donde la línea fronteriza, el territorio enemigo, la doble vida del espía, la amistad y la traición, han tenido un papel importante. Pero Graham no se amilanó, y con una habilidad que le sería muy util en su vida adulta, se inventaba encargos especiales para rehuir las clases que menos le gustaban, en espcial la gimnasia y los deportes. Y se escapaba, con un libro en el bolsillo, a su escondite secreto en el campo, fuera del colegio.
La fuga del colegio tomó formas como beber hiposulfito pensando que era venenoso, vaciar todo un frasco de las gotas contra la fiebre del heno o tragarse veinte aspirinas. La última fue escaparse de casa a los dieciséis años, una escapada que duró un solo día y que concluyó con un conciábulo familiar. Raymond, hermano mayor de Graham, que estudiaba primero de medicina en Oxford, aconsejó enviarle a un psicoanalista de Londres, Kenneth Richmond. Graham vivió aquellas semanas en la capital británica como unas vacaciones extraordinarias, en las que le dejaron en total libertad. Sólo tenía que estudiar por las mañanas en Kensington Gardens, y someterse a una sesión de terapía. Richmond tenía una tertulia literaria en su casa, y Greene pudo tratar a Walter de la Mare, su poeta preferido hasta que compró uno de los primeros libros de Ezra Pound. Las tardes las dedicaba al cine o al teatro, y allí llevó a su prima Ave, a una primera representación de “Anna Christie”, de Eugene O’Neill.
Gracias a la ayuda de Richmond o al cambio de ocupación, Graham terminó sus años en Berkhamstead School sin más incidentes y se matriculó en Balliol, uno de los college más prestigiosos de Oxford. En sus años de universidad coincidió con Waugh, un año mayor que Greene, pero fue mucho más tarde cuando se hicieron amigos. Sí lo fue, en cambio, de Harold Acton, después gran historiador del arte inmortalizado por Waugh en “Brideshead revisited” en el personaje del esteta Anthony Blanche. Los años de Greene en Oxford pasaron dejando una gran actividad literaria – más de sesenta poesías, relatos, ensayos y críticas- aunque en su opinión, los versos eran bastante malos.
Experiencia en el periodismo
Del psicoanálisis Graham Greene salió sin ninguna creencia religiosa, y no del todo curado como se vió enseguida. En otoño de 1923, durante unas vacaciones, descubrió en casa de sus padres una pistola de su hermano mayor. “Sabía lo que iba a hacer con ella, porque había estado leyendo un libro (creo que de Ossendowski) que describía cómo los oficiales rusos blancos, condenados a la inacción en el sur de Rusia al fina de la guerra contrarrevolucionaria, acostumbraban a inventar ciertos juegos para librarse del aburrimiento”. Greene jugó a la ruleta rusa seis veces en aquellos meses, hasta que en navidades decidió abandonar este peligroso excitante y marcharse de vacaciones a París. Ese miedo al aburrimiento, explica en su autobiografía, le duró toda la vida y le llevó a empresas como un duro viaje por Liberia sin ninguna experiencia previa en Africa, “a Tabasco durante la persecución religiosa, a una leprosería en el Congo, a la reserva Kikuyu durante la insurrección Mau-Mau, a la Malaya convulsionada y a la guerra francesa del Vietnam”. De todas estas experiencias nacieron libros como “Journey without Maps (Viaje sin mapas), “Lawless roads” (Caminos sin ley) (y luego “El poder y la gloria”), “The Quiet American” (El americano impasible), “A Burnt-out Case” (Un caso acabado).
Tras dos empleos fallidos –en una fábrica de tabaco angloamericana y como profesor particular- y mientras intentaba escribir una novela sobre refugiados carlistas en el Londres del siglo XIX en la que aparecía una mujer romántica llamada doña Rita, Greene fue a Nottingham para trabajar como redactor becario y sin sueldo en el diario local. Fue allí donde dio los primeros pasos que le llevaron a convertirse al catolicismo. Era novio de una católica, Vivien Dayrell-Browning, conocida cuando ella le dejó una nota en Balliol protestando porque en una crítica de cine había escrito que los católicos daban “adoración” a la Virgen, cuando en realidad es sólo culto de “hiperdulía”. “Me inspiró curiosidad alguien que se tomaba tan en serio esos sutiles distingos de una increíble teología, y entablamos relaciones”. El padre Trollope, un ex actor de Londres que también se había convertido, le instruyó en la fe católica. Greene partía de un ateísmo dogmático: “mi primera dificultad fue, simplemente, creer en Dios. La fecha de los Evangelios, la evidencia histórica de la existencia del hombre Jesucristo, sólo eran unos temas interesantes que no se acercaban al centro de mi falta de fe. No es que careciera de fe en Cristo: carecía de fe en Dios. En caso de que me convencieran alguna vez de la remota posibilidad de la existencia de un poder supremo, ominipotente y omnisciente, me daría cuenta de que ya nada sería imposible. Por eso luché y luché con todas mis fuerzas partiendo de la base de un ateísmo dogmático. Algo así como una lucha por la superviviencia personal”.
De su recepción en la Iglesia católica en febrero de 1926, Greene recuerda que la confesión general previa al bautismo condicional le pareció “una prueba humillante” y en sus memorias, escritas en 1971, dice que más adelante, “podemos endurecernos antes las fórmulas de la confesión, y llegar a ser escépticos a propósito de nostros mismos: quizás sólo intentamos mantener a medias las promesa que hacemos, hasta que los continuos fracasos o las circunstancias de nuestra vida privada hagan imposible el hacer más promesas; y muchos de nosotros abandonamos la confesión y la comunión para alistarnos en la Legión Extranjera de la Iglesia y luchar por una ciudad de la que ya no somos enteramente ciudadanos”.
Años dorados
Greene dejó el periódico de Nottingham para iniciar unos años dorados de su vida: consiguió un empleo de redactor con un buen sueldo en “The Times”, se casó con Vivien y publicó su primer libro, “The man within” (Historia de una cobardía). El éxito –vendió 8.000 ejemplares- se le subió a la cabeza, y decidió que había llegado el momento de abandonar la seguridad de su trabajo en el “Times”, para dedicarse completamente a la escritura. Vinieron años duros, en los que no consiguió cuajar buenos libros, hasta que “Stamboul train” (Oriente Express) tuvo un inesperado éxito y fue elegido por la Book Society (una especie de club del libro) lo que supuso una tirada extra de 10.000 ejemplares. En esos momentos de desesperación, Greene intentó sin éxito volver al “Times” y ser contratado como redactor por un diario católico que lo consideró demasiado bueno para el empleo.
“Estábamos esperando un hijo y yo sólo tenía en el banco veinte libras. Mi mente se dirigió de nuevo hacia el Oriente, como ya había ocurrido al dejar Oxford, y escribí a un viejo condiscípulo para ver si podía conseguirme algo en el departamento de lengua inglesa de la Universidad de Chulankaran, próxima a Bangkok. La respuesta fue positiva, pero llegó demasiado tarde para salvarme de la carrera de las letras. Fui devuelto a la pluma, como una oveja descarriada, por el transitorio éxito popular de “Oriente Express”. (De lo transitorio que fue puede juzgarse por el hecho de que la primera edición de mi primera novela fue, en 1929, de 2.500 ejemplares, y la de mi tercera novela, “El poder y la gloria”, en 1940, fue de 3.500 ejemplares)”.
Con estructura de thriller
Empujado por la fortuna hacia la literatura, Greene dedicó entonces todas sus fuerzas a la escritura. Con extraordinarias dotes como narrador, explica la Enciclopedia Británica, dividía sus obras en dos tipos: los “entertainments” (entretenimientos, diversiones) -como “Stamboul train”- y las novelas. Las caracteristicas de los primeros son una estructura de “thriller” con un lenguaje seco y duro, y una trama llena de suspense y de acción, “pero con mayor complejidad moral y profundidad”. “A Gun for sale” (Una pistola en venta) (1936, llevada al cine en 1942), “The Confidential Agent” (El agente confidencial) (1939, filmada en 1945) y “The Ministry of Fear” (El ministerio del miedo) -un quinto “entertainment”, “The Third Man” (El tercer hombre), publicado en 1949, era originalmente un guión de cine (dirigida por Carol Reed y con Orson Wells y Joseph Cotten, la película es un clásico del cine negro)-, son los títulos de esta serie.
Pero detrás de la estructura de “thriller” y de la técnica cinematográfica –Greene tuvo una larga relación con el séptimo arte, casi todas sus novelas fueron llevadas al cine y él mismo trabajó como guionista en numerosas películas-, las obras del escritor británico van más alla. “Las historias contadas por Graham Greene –escribe Charles Moeller en “Literatura del siglo XX y cristianismo”- son aparentemente profanas; el novelista no les da jamás ese toque que orienta el tema en un sentido edificante; muchas novelas se leen como relatos policíacos. Su técnica cinematográfica da a los cuadros sucesivos un poder de sugestión incomparable”. Sin embargo sería un error quedarse sólo con la trama policíaca: “más allá del drama aparente, se desarrolla otro. Una especie de contrapunto muy oculto da extraña resonancia a los gestos más insignificantes, a las menores palabras. Se percibe enseguida que la atmósfera está habitada por otra presencia: la presencia del mal y del pecado” (...) Graham Greene, convertido al catolicismo en 1927, está obsesionado por la presencia de Satán: la gracia, la bondad, el poder de Dios están de tal modo sumergidos en el océano del mal, que Dios parece muerto, crucificado una vez más en un mundo ciego y perverso; sus cristianos están hasta tal punto fascinados por esta “muerte de Dios”, que son aplastados por ella; no son santos; son, a veces, menos que hombres, La impotencia aparente de Dios estalla en estas novelas con una fuerza nunca igualada hasta ahora. La tentación mayor es aquí la desesperación ante el silencio de Dios”.
Novelas
La primera novela seria –y una de las mejores, según sus críticos ingleses- es “Brighton Rock” (Brighton, Parque de Atracciones)(1938, llevada al cine en 1948). Comparte algunos de los elementos de los entertainments –el protagonista es un criminal perseguido por la policía que vaga a través del bajo mundo de una ciudad costera inglesa- “pero explora las actitudes morales contrastantes de sus protagonistas con un nuevo grado de intensidad y complicación emocional”. Greene –dice la Britanica- en este libro enfrenta un humanista alegre y de buen corazón –que el escritor detesta- con un corrompido y violento joven criminal cuya trágica situación se intensifica por haber recibido una educación católica. “En 1937 –dice Greene en “Vias de fuga”- había llegado el momento de servirme de personajes católicos”.
El triunfo de El poder y la gloria
Nació entonces la cuestión de Greene como “escritor católico”, término que consideraba “detestable”. “Muchas veces, después de “Brigthon Rock”, me he visto obligado a declarar que soy no un escritor católico, sino un escritor en el que se da el caso de ser católico. Newman escribó la última palabra sobre la literatura católica en “The Idea of a University”: ‘sostengo, en base a la naturaleza de la cuestión, que si la literatura debe ser considerada un estudio de la índole humana, no puede haber literatura cristiana. Es una contradictio in terminis intentar una literatura no pecaminosa del hombre pecaminoso. Se puede poner junto algo de muy grande y elevado, algo de más elevado de lo que haya sido cualquier literatura, y después de haber hecho esto, se constatará que no es literaratura”.
Greene explica su situación de entonces con respecto a la Iglesia Católica. “Habían pasado más de diez años de cuando me había acogido la Iglesia. Entonces yo no me había sentido emotivamente implicado, únicamente intelectualmente persuadido; tenía la costumbre de practicar formalmente la religión, de ir a Misa todos los domingos, de confesarme quizá una vez al mes, y además, en mis horas libres, leía un gran número de obras teológicas –a veces con fascinación, otras con repugnancia, pero casi siempre con interés-.”
Según sus propias palabras, Greene no tenía intención de implicar la Iglesia católica en sus libros. “Fue el peso de la existencia a hacerlo: por un lado la persecución socialista de la religión en Méjico, y, por otro, el ataque del general Franco a la España republicana, implicaron inextricablemente la religión en la vida contemporánea. Empecé a examinar más de cerca el efecto de la fe sobre la acción, el catolicismo ya no era algo esencialmente simbólico, uina ceremonia ante el altar...ni tampoco una página filosófica de “Nature of Belief” del padre D’Arcy. Se trataba, ahora de algo mucho más cerca de la muerte durante la tarde”.
Dejándose llevar por su instinto de ser “un espectador de la historia”, Greene intentó viajar en avión al Bilbao sitiado por los nacionales –“tenía más simpatía por la lucha católica contra Franco que por los sectarios en lucha en Madrid”- pero en Toulouse, el propietario de un pequeño restaurante vasco que con su avioneta había conseguido romper el cerco, se negó a intentarlo de nuevo: durante el último vuelo, la contraérea de Franco había demostrado tener demasiada punteria. En cambio, gracias a un anticipo de un libro sobre la persecución de Méjico, pudo viajar a Tabasco y Chiapas. En Méjico, Greene descubrió “una cierta fe emotiva” entre las iglesias desiertas y en ruinas y en las misas secretas celebradas en Las Casas, y nació su novela más famosa: “El poder y la gloria”.
“Pienso que “El poder y la gloria” es mi única novela con una tesis”, explica Greene en “Vías de fuga”. En su siguiente novela, “The Hearth of the matter” (El revés de la trama) que tiene lugar en Sierra Leona durante la segunda guerra mundial, Wilson –uno de los personajes- está sentado en un balcón en Freetown viendo pasar al protagonista, Scobie, “mucho tiempo antes de que yo fuera consciente del problema de Scobie, del hecho que estaba corrompido por la compasión”. En cambio, afirma Greene, desde que era un colegial “escuché con impaciencia los episodios escandalosos contados por turistas sobre sacerdotes que habían conocido en remotas aldeas latinas (este cura tenía una amante, este otro estaba siempre borracho), porque en los libros de historia protestantes había aprendido lo que creían los católicos; y ya entonces conseguía distinguir entre el hombre y su oficio”.
“El poder y la gloria” (el título nació de una poesía de Elliot, en la que los santos rezan “tuyo es el reino, el poder y la gloria”) se centra en la doctrina católica según la cual la eficacia de los sacramentos no depende de la dignidad del ministro. Por esto, un cura borracho o que ha cometido pecados de la carne, puede bautizar, celebrar misa o dar la comunión, como hace el protagonista de la novela. Greene dice que la historia nació cuando le contaron el caso de un sacerdote que había vivido diez años escondido en bosques y zonas palúdicas, saliendo sólo de noche, y de otro de Chiapas que era lo que llamaban un “pater whisky”, al que habían llevado un niño para bautizarlo y como estaba borracho, se empeñaba en llamarlo Brígida. Los demás personajes, el dentista, el jefe de policía corrompido, el mestizo –lo encontró en un pueblo llamado Yajalón, y “después de una semana en su compañía me fue imposible separame de él y se convirtió en el judas de mis historia”-, los corteses hermanos protestantes, fueron saliéndole al paso en su viaje por Mejico. “No encontré el idealismo y la honestidad del teniente de “El poder y la gloria” entre los policías y pistoleros que conocí, me ví obligado a inventar el oficial para contraponerlo al cura fracasado: el oficial de policía idealista, que con las mejores intenciones posibles ahogaba la vida, el cura alcoholizado que seguía dispensando vida”.
“El poder y la gloria” salió en Gran Bretaña en 1940, con una tirada de 3.500 ejemplares que se agotaron un mes antes de que Hitler invadiera los Países Bajos, mientras que en Estados Unidos se vendieron sólo dos mil volúmenes. El éxito vino después de la guerra, en Francia “debido a la generosa introducción de François Mauriac”. El libro tuvo un gran eco en ambientes católicos franceses por su tesis, por la complejidad (o retorcimiento) de los protagonistas, la mezcla de cuestión social con persecución religiosa, el tipo de catolicismo “engagé” que transpira. Y al triunfar en Francia, que todavía era una protagonista en la cultura mundial, “El poder y la gloria” se convirtió en un best seller.
Del éxito con los catolicos franceses nacieron dos “golpes de cola”: un “pío film dirigido por John Ford (“El fugitivo”, con Henry Fonda como protagonista) que atribuía toda la honradez al cura y toda la corrupción al teniente (este último incluso se le hacía pasar por padre del hijo del sacerdote)”, y una denuncia de los obispos frances a Roma. “Unos diez años después de su publicación, el cardenal arzobispo de Westminster me leyó una carta del Santo Oficio que condenaba el libro porque era “paradójico” y “trataba circunstancias extraordinarias” y en la que el cardenal Pizzardo “exigía unos cambios que naturalmente –y supongo que cortesmente- me negué a hacer. El cardenal Griffin me comentó que habria preferido que condenaran “The End of the Affair” (El fin de la aventura). “Como es lógico –dijo-, a usted y a mí no nos hacen daño los pasajes eróticos, pero a los jóvenes...” Entonces le dije que una de mis primeras experiencias eróticas había sido provocada por “David Copperfield”. La entrevista terminó bruscamente en aquel punto y él me dio, como despedida, la copia de una pastoral que se había leído en las iglesias de su diócesis y en la que se condenaba, implicitamente, mi obra. (Por desgracia, se me ocurrió demasiado tarde pedirle que la autografiara). Más adelante, cuando el papa Pablo VI me dijo que entre las novelas mías que había leído estaba “El poder y la gloria”, le contesté que el Santo Oficio había condenado aquel libro. Entonces, mucho más liberal que el cardenal Pizzardo, me contestó: “algunas partes de su libro molestarán siempre a ciertos católicos. Pero no se preocupe por eso”. Consejo que no me fue difícil seguir.”
Evelyn Waugh, por su parte, le dijo lo siguiente: “ellos han empleado catorce años en escribirte su primera carta. Tendrías que emplear otros catorce en contestarles”. En realidad, como el mismo autor dice, “el asunto fue dejado caer en ese sereno olvido que la Iglesia sabiamente reserva a las cuestiones sin importancia”. Greene, en su autobiografía, no da mayor peso al conflicto con el Santo Oficio, comentando que en realidad, la Iglesia de Roma le trató con mucha más gentileza que “uno cualquiera de los estados totalitarios, de derecha o de izquierda, con los que a menudo se la compara”.
"Necesitado de ayuda"
Pablo VI no fue el único Papa que se interesó por el escritor. Los años cincuenta, explica Greene, fueron para él un período de gran inquietud. “No sin una cierta intuición, Pío XII dijo al entonces obispo Heenan que había leído “El fin de la aventura” (extraña lectura, para un Papa), añadiendo: “Creo que este hombre está pasando momentos difíciles. Si alguna vez se dirije a usted, tiene que ayudarle”. (Es inutil decir que nunca me dirijí a Heenan).”
Que Greene necesitaba ayuda era algo patente. Su matrimonio con Vivien se había roto –Graham la abandonó en 1947, per nunca se divorció- después de numerosas infidelidades, entre otras una con una mujer casada, Catherine Walston, que dio lugar a su novela “El fin de la aventura” (1951). Y su vida de fe naufragaba, o al menos eso parecía a través de sus obras, hasta el punto que Evelyn Waugh le escribió muy preocupado por la posibilidad de que Greene hubiera abandonado la fe católica.
“The Hearth of the Matter” (El revés de la trama) (1948) y “The End of the Affair” (El fin de la aventura) (1951), las novelas que siguieron a “El poder y la gloria”, llevan al extremo el drama religioso de sus protagonistas. La primera tiene lugar en Sierra Leona (de 1941 a 1943, Greene trabajó en ese país como agente de los servicios secretos ingleses; a su regreso a Londres estuvo a las órdenes de Kim Philby) Scobie, el jefe de policía, es católico practicante, pero por culpa de la compasión hacia su mujer por un lado y su amante por otro, acaba metido en un callejón sin salida en el que acepta un soborno, comete adulterio, consiente un asesinato y comete sacrilegio y suicidio. “The End of the Affair” se desarrolla en Londres durante los bombardeos alemanes y es la historia de dos amantes, Maurice Bendix, un escritor agnóstico, y Sarah, católica y mujer casada, que promete a Dios que dejará a Maurice si éste se salva de un bombardeo. El milagro se produce y ella abandona a su amante, muriendo después de neumonía.
Estas dos novelas por un lado dieron gran fama a Greene, pero por otro le produjeron muchas molestias. El éxito, explica en sus memorias, es más peligroso que el fracaso, y “The Hearth of the Matter” fue un éxito, pero “debía haber algo corrompido en el libro, porque demasiado a menudo la novela excitó los lados débiles de los lectores: nunca había recibido tantas cartas de desconocidos, probablemente la mayoría mujeres y sacerdotes. De golpe me consideraron, en Inglaterra, Europa y América, un escritor católico, el último título al que nunca habría aspirado”. “La visión de la fe como un plácido mar desapareció para siempre; la fe era, más que otra cosa, semejante a una tempestad en la que los afortunados eran tragados y se perdían, mientras los desafortunados sobrevivían para ser arrojados, maltrechos y sangrando, a la orilla”.
Greene no estaba preparado para ayudar a las personas que acudían a él –“yo no tenía ninguna misión apostólica, y las invocaciones de asistencia espiritual me exasperaban a causa de mi impotencia”- e incluso sacerdotes le perseguían “primero con cartas que tendría que haber dirigido sólo a su confesor, y luego personalemente: uno apareció una tarde, sin preavisar y muy inoportunamente, en una estrecha calle de Anacapri mientras yo estaba tomando el autobús para Capri con mi amante, arrastrando, detrás de su larga sotana negra, una nube de polvo”. Esta situación –“yo era como un hombre sin ningún conocimiento médico en un pueblo lleno de peste”- le llevó a la figura de Querry, un arquitecto católico cansado de la fama, que acaba de modo trágico en el Congo belga antes de su independencia, y que es el personaje central de “A Burnt-out Case” (Un caso acabado). En este libro “había elementos nuevos”, hasta el punto que un crítico marxista polaco “dio la bienvenida a la novela como una renuncia a la fe católica, o mi querido amigo Evelyn Waugh que se dio cuenta de que Querry era una reelaboración del anciano escritor católico francés de mi relato “A Visit to Morin”, y el libro le dolió”.
Escribe E. Waugh
“Esta novela –le escribió Waugh- deja comprender claramente que estás exasperado de la reputación que te ha sobrevenido, sin buscarla, de escritor “católico”. Me doy cuenta de que tengo un poco la culpa en este asunto. Hace doce años, di una serie de conferencias, aquí y en América, intentado presuntuosamente interpretar la que, con toda sinceridad, consideraba ser una misión apostólica en peligro de ser descuidada por personas escandalizadas por la sexualidad de algunos de tus temas (...) Me duele profundamente el fastidio que he contribuido a causarte, y espero que se trate sólo de esto, y que las conclusiones desesperadas de Morin y Querry sean puramente narrativas”.
Greene, que apreciaba mucho a Waugh, le contestó que sólo en parte algunas cosas de Querry –y de Fowler, el periodista inglés de “The Quiet American” (El americano impasible)- eran suyas: “supongo que los puntos en las que el escritor se encuentra de acuerdo con el personaje dan lo que tiene de fuerza y de calor a la expresión”, pero al mismo tiempo no se podía “sacar una analogía en toda la línea, y no necesariamente hasta la conclusión de la línea”. “Quería expresar diversas condiciones o estados de ánimo de fe y de ausencia de fe. El doctor [Morin], que me gusta más como personaje realizado, representa un ateísmo radicado y fácil (...) y Querry una no radicada forma de ausencia de fe. Se podría excavar probablemente alguna cosa del autor también en el médico y en el padre Thomas”.
Waugh le contestó que en su opinión, no se podía dar la culpa a las personas que habían interpretado “A burnt out case” como una abjuración de la fe, a la vez que criticaba el “ateísmo radicado y fácil” de Querry. “el ateo niega todo su fin en cuanto hombre... el de amar y servir a Dios. Sólo en un modo superficial los ateos podían aparecer “radicados y fáciles”. Su desierto es para mí mucho más extraño que los suburbios del Universo (una frase de Greene para referirse a algunas actitudes católicas).
El intercambio epistolar concluyó con una nueva carta de Greene en la que preguntaba si se puede prohibir a un católico pintar el retrato de un ex católico. “No hay duda de que si hay algún realismo en el personaje, debe brotar del hecho que el autor ha experimentado alguno de los mismos estados de ánimo de Querry, pero sin duda no necesariamente con la misma intensidad... si las personas son tan impetuosas como para considerar este libro como una abjuración, no puedo hacer nada. Quizá se sorprenderán cuando me vean en misa. Lo que me ha disgustado, en algunas críticas católicas a mi trabajo, especialmente en algunos libros escritos en Francia, es la confusión entre la misión de un escritor y la misión de un profesor de moral o de un teólogo”. La carta de Greene terminaba con unos versos de Browning: “No hemos ganado más con nuestra ausencia de fe / que una vida de duda diversificada de la fe/ contra una vida de fe diversificada de la duda/ definíamos blanco el tablero, lo definíamos negro”.
Greene y Waugh estaban muy lejos: “Evelyn Waugh y yo vivíamos en desiertos distintos. Yo no encontraba nada de reprobador en el ateísmo, incluso en el ateísmo marxista. Mi desierto estaba habitado por los píos “habitantes de los suburbios” de los que había escrito con demasiado descuido – no había hecho referencia a la religiosidad de los sencillos, que aceptan Dios incondicionalmente, sino a la religiosidad de los cultos, de los “arrivati”, que parecen tener una imagen suya católico romana de Dios, que han dejado de buscarlo porque consideran que ya lo han encontrado”. En cambio, Greene se siente mucho más cerca de la fe de Unamuno, y dice que Querry hay que buscarlo entre los que el Unamuno llama “aquellos que la razón es más fuerte que la voluntad, los que se sienten cogidos en el torno de la razón y arrastrados a la fuerza contra su voluntad, por lo que caen en la desesperación, y por causa de su desesperación, niegan, y Dios se revela en ellos, afirmandose a Sí mismo gracias a la misma negación de ellos”.
Conflicto francés en un escritor inglés
En fin, un conflicto muy intelectual, paradójicamente muy francés en un escritor inglés como Greene, que insiste en adoptar el punto de vista de Unamuno sobre la fe: “cuando escribí ‘A Visit to Morin’ o ‘A Burn-out Case’ no conocía “Del sentimiento trágico de la vida” pero cuando leí su libro encontré la misma desconfianza de Morin con respecto a la teología: “la solución católica de nuestro problema, de nuestro único vital problema, el problema de la inmortalidad y de la salvación eterna del alma del individuo, satisface a la voluntad y, en consecuencia, satisface a la vida; pero los intentos de racionalizarla mediante la teología dogmática no satisfacen a la razón. Y la razón tiene sus exigencias, imperiosas tanto como las de la vida”.
En la región tragicómica. Criticas finales
Después, Greene se alejó de los conflictos intelectuales de Scobie o Querry para ir a “la región tragicómica de La Mancha donde pensaba quedarme”, y de su redescubrimento de la comedia junto a su experiencia como agente del servicio secreto nace “Our Man in Havana” (Nuestro hombre en La Habana) (1958, filmada en 1959), situada en Cuba poco antes de la revolución castrista y que es una tomadura de pelo del mundo de los espías y del Foreing Office. Antes había escrito “The Quiet American” (1956), quizá una de sus novelas más logradas, sobre un cínico periodista británico y un agente de la CIA en el Vietnam durante los últimos años de la colonia francesa. “Las últimas cuatro novelas de Greene – “The Honorary Consul” (1973), “The Human Factor” (1978, filmada en 1979) “Monsignor Quixote” (1982) y “The Tenth Man (1985), representan un declinar con respecto al nivel de sus mejores obras”, sentencia la Britanica. En el caso de “The Honorary Consul” además, resulta especialmente desagradable la figura del ex sacerdote jefe de los guerrilleros, que cuando está a punto de morir hace una parodia de la Santa Misa, y la escena en la que el protagonista “absuelve” de sus pecados a este sacerdote.
Sobre los libros de Greene, que algunos han calificado de “spiritual thrillers”, la mayor crítica que se les puede hacer es que las crisis de sus personajes son, muchas veces, artificiales. En un reciente libro sobre los católicos en la literatura inglesa, Ian Ker subraya que Scobie, el protagonista de “The Hearth of the Matter”, va a comulgar en estado de pecado mortal porque no quiere disgustar a su mujer explicándole su adulterio con Helen. Llega a convencerse de que para ayudar a los demás, el mejor camino es su propia condenación, y se suicida: “la inagotable piedad de Scobie y su incansable sentido de responsabilidad con respecto a los que son objeto de su piedad llega a ser algo muy tedioso”, dice Ker, que da más valor a las novelas de Waugh, en el que las realidades del cielo y del infierno significan todo para los personajes de Brideshead Revisited, aunque son vistas con desconcierto por los no católicos.
Desde otro punto de vista, George Orwell señaló –en una crítica a “The Hearth of the Matter”- el peligro del “malditismo” y el concepto de Scobie como “el pecador santificado”. Greene, dice Orwell, “parece aceptar la idea, que ha estado flotando en torno desde Baudelaire, de que hay algo más bien ‘distingé’ en ser condenado; el infierno es una especie de nigthclub de clase alta cuya entrada está reservada sólo a los católicos”, afirma Orwell.
Recordemos, por último, la conclusión de Charles Moeller a sus comentarios sobre las novelas de Greene en “Literatura del siglo XX y cristianismo”. La obra de Greene, dice Moeller, “no es otra cosa más que un comentario de las palabras divinas: no juzguéis. No juzguéis el mundo que os parece abandonado por Dios: está habitado por Dios. No juzguéis a la humanidad que, aparentemente, ha matado a Dios: ha sido salvada por Dios. No juzgués el fracaso de Dios, pisoteado en instituciones que se entregan a Satán, escarnecido en la debilidad de los sacramentos: el poder y la gloria de Dios están allí presentes”. “El punto más importante es que, antes de “Brighton Rock”, el catolicismo de Greene es completamente intelectual, mientras que, con esta obra, queda marcado por la vibración greeniana de la misericordia paradójica; el viaje a Liberia (“Journey without Maps”) constituyó la etapa decisiva hacia las grandes novelas de la desesperación y de la compasión”.
Greene nunca ganó el premio Nobel de Literatura. Unos lo atribuyen a que se le consideraba un escritor demasiado popular, otros al rumor de que había tenido una aventura con la esposa de un importante miembro del comité de selección. Cuando, ya anciano y enfermo, en una de sus últimas entrevistas le preguntaron si lo lamentaba, respondió que ahora sólo le interesaba un premio. Algunos piensan que con esto, daba la bienvenida al olvido de la muerte; otros, que se refería al cielo. Una ambigüedad típica de Greene. Pero como señala Mark Lawson en “The Tablet”, en este año de su centenario, Graham Greene reivindica un premio mayor que el Nobel, y alcanza al menos a sobrevivir en una intensa e indisminuida legibilidad, y, combinando ideas serias con una vigorosa narrativa, es un modelo para todos los novelistas”.
Miguel Castellví

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