Una tarde lluviosa y fría, al transitar por las calles del Centro Histórico, llevando bultos y el paraguas, sorpresivamente alguien sentado en el quicio de una puerta me extendió su mano. La prisa, la lluvia, la sombrilla, los paquetes, me hicieron esquivarla; pero una voz y un calificativo con el cual sólo una persona me había designado, me hizo detenerme.
La memoria me recordó al doctor Vicente Laguna, un médico bien parecido, alto, delgado, de tez muy blanca, ojos y pelo obscuro, nariz recta perfecta, con una risa franca que dejaba ver unos dientes blanquísimos, y siempre dispuesto a pronunciar un chiste oportuno. El timbre grave de su voz era el mismo. Todo esto me recordaba a aquel galán del cine de la época: Cary Grant.
Pero, ¿por qué relacionar a estos dos personajes tan extraños y tan diferentes en ese preciso instante? Junto a mí se había incorporado un mendigo encorvado. El viejo que estaba ante mí me mostraba una boca desdentada, una barba canosa y sucia y unos ojos muy tristes.
– ¿No me reconoces? Soy Chente. Yo te identifiqué desde que cruzaste la calle y quise saludarte.
– Pero, ¿qué te ha sucedido?
– Pregúntame, mejor, ¿qué no me ha sucedido? Recordándote mi antigua profesión te hablaré de mis síndromes. Tuve el de Juan Charrasqueado: seduje a muchas mujeres; jugué lo propio y lo ajeno; me hice tramposo y frecuenté la cárcel en varias ocasiones; bebí y sigo bebiendo el contenido de muchas vinaterías.
He recorrido el sinuoso camino de la crápula. Mi fin está próximo, pues me acompañan las secuelas de los vicios. – ¡Y Carolina, tu esposa, tus hijos...?
– Mis hijos: profesionistas, ejecutivos. En múltiples ocasiones quisieron ayudarme, pero los defraudé y rechacé su apoyo. Fue más fuerte mi adicción que el cariño que les tengo. Ahora, no pueden presentar al mendigo vicioso como el abuelo de sus hijos.
– Pero... ¿Y Carolina?
– Cuando me dejó y se hizo cargo de nuestros hijos instaló una modesta sala de peinados. En la actualidad tiene varias clínicas de belleza. Vive en una magnífica residencia en Bosques de las Lomas. Alguna vez fui a verla. Tan sólo me permitió quedarme en el cuarto donde guardan los útiles de limpieza. Esa noche, me hizo compañía un mastín tan maloliente como yo. En la actualidad pernocto en los albergues que nos proporcionan a los viciosos.
– ¡Dime, Chente! ¿Qué puedo hacer por ti?
– ¡Dame una moneda!, para olvidar con la bebida esta perra vida.
Me alejé con lágrimas en los ojos y estrujada emocionalmente.
La memoria me recordó al doctor Vicente Laguna, un médico bien parecido, alto, delgado, de tez muy blanca, ojos y pelo obscuro, nariz recta perfecta, con una risa franca que dejaba ver unos dientes blanquísimos, y siempre dispuesto a pronunciar un chiste oportuno. El timbre grave de su voz era el mismo. Todo esto me recordaba a aquel galán del cine de la época: Cary Grant.
Pero, ¿por qué relacionar a estos dos personajes tan extraños y tan diferentes en ese preciso instante? Junto a mí se había incorporado un mendigo encorvado. El viejo que estaba ante mí me mostraba una boca desdentada, una barba canosa y sucia y unos ojos muy tristes.
– ¿No me reconoces? Soy Chente. Yo te identifiqué desde que cruzaste la calle y quise saludarte.
– Pero, ¿qué te ha sucedido?
– Pregúntame, mejor, ¿qué no me ha sucedido? Recordándote mi antigua profesión te hablaré de mis síndromes. Tuve el de Juan Charrasqueado: seduje a muchas mujeres; jugué lo propio y lo ajeno; me hice tramposo y frecuenté la cárcel en varias ocasiones; bebí y sigo bebiendo el contenido de muchas vinaterías.
He recorrido el sinuoso camino de la crápula. Mi fin está próximo, pues me acompañan las secuelas de los vicios. – ¡Y Carolina, tu esposa, tus hijos...?
– Mis hijos: profesionistas, ejecutivos. En múltiples ocasiones quisieron ayudarme, pero los defraudé y rechacé su apoyo. Fue más fuerte mi adicción que el cariño que les tengo. Ahora, no pueden presentar al mendigo vicioso como el abuelo de sus hijos.
– Pero... ¿Y Carolina?
– Cuando me dejó y se hizo cargo de nuestros hijos instaló una modesta sala de peinados. En la actualidad tiene varias clínicas de belleza. Vive en una magnífica residencia en Bosques de las Lomas. Alguna vez fui a verla. Tan sólo me permitió quedarme en el cuarto donde guardan los útiles de limpieza. Esa noche, me hizo compañía un mastín tan maloliente como yo. En la actualidad pernocto en los albergues que nos proporcionan a los viciosos.
– ¡Dime, Chente! ¿Qué puedo hacer por ti?
– ¡Dame una moneda!, para olvidar con la bebida esta perra vida.
Me alejé con lágrimas en los ojos y estrujada emocionalmente.
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