lunes, 12 de julio de 2010

CORAZON DE CAMPEONA


Shannon Kelly casi se muere a causa de una enfermedad cardíaca. Ahora tiene una nueva afición: competir en triatlones.

Recuerdo que a los 13 años yo corría sin dificultad un kilómetro y medio, pero de pronto empecé a perder velocidad y no sabía por qué. En la escuela jugaba al tenis, pero cuando el entrenador me pidió que diera dos vueltas a la pista corriendo, por poco me desmayo. Él solía decir: “Shannon tiene un buen golpe, pero no corre por la pelota”. Yo quería hacerlo, mas no podía.

“Cuando yo tenía 18 años, a mi mamá le diagnosticaron cardiomiopatía hipertrófica. Su madre murió de esta misma enfermedad a los 47 años, y como ella tenía 42, se procupó mucho. Un cardiólogo nos examinó a mi hermano menor y a mí para descartar el mal. Él no lo tenía, pero yo sí. El médico dijo que probablemente necesitaría un trasplante en algún momento.


La salud de mamá se deterioró a lo largo de los siguientes años, y a mí me pusieron un marcapasos a los 21. Mi latido cardíaco mejoró, pero aún se me dificultaba mucho subir cualquier pendiente. Empecé a sufrir insuficiencia cardíaca congestiva; los pulmones se me llenaron de agua un par de veces, y tuve que ir al hospital.


A mi madre le hicieron un trasplante que le salvó la vida cuando yo tenía 24 años. Yo aún no estaba tan grave para recibir un órgano donado, así que, al terminar la universidad, comencé a trabajar como diseñadora de sitios web, me casé y me establecí con mi esposo en Yonkers, Nueva York. Con cada año que transcurría, mi mal empeoraba. A los 35 años no podía hacer una cama sin perder el aliento. Tenía que dormir casi sentada sobre unos almohadones para poder respirar.

Luego, en abril de 2006, volví a ingresar en un hospital con insuficiencia cardíaca. El médico dijo que no podía hacer nada más por mí, que mi corazón se estaba muriendo. Me recomendó para un trasplante. Estaba yo tan mal que me pusieron al principio de la lista de espera, pero podía llevar años hallar un donante compatible; algunas personas jamás lo encuentran. Por suerte, me llamaron antes de un mes. La operación tardó seis horas, pero, cuando me desperté, lo sentí: ¡un corazón sano y fuerte!

Al salir del hospital, pude subir ocho tramos de escalera sin detenerme. Decidí fortalecer mi cuerpo. Empecé a correr en una caminadora en el gimnasio y a asistir a clases de tenis. ¡Al fin podía ir a buscar la pelota!

Quería más desafíos, así que en julio de 2008 jugué tenis en los Juegos para Personas con Trasplantes. Luego una amiga me contó de un triatlón femenino: 800 metros de natación, un recorrido de 19,3 kilómetros en bicicleta y una carrera a pie de 3,4 kilómetros. La prueba estaba programada para un año después en Mount Snow, Vermont, y decidí competir.


Pronto estaba corriendo cinco kilómetros por día. Compré una bicicleta y empecé a nadar. Y una mañana del verano de 2009, me encontraba junto a un lago con otras 188 competidoras. Me anotaron el número de participante en el brazo con un marcador, y yo pedí que agregaran las palabras “Gracias, familia del donante”.

Una vez que salté al agua, la adrenalina tomó el control. A mi lado iba una nadadora auxiliar con un flotador por si yo tenía dificultades, pero la dejé atrás. El tramo en bicicleta fue terrible, pero la carrera me resultó fácil. Acabé el triatlón en el lugar 93, y me sentí eufórica.

Este año participaré en más triatlones, y en cada uno voy a pensar en mi donante. Lo único que sé de él es que tenía 17 años, y que él y su familia me dieron otra oportunidad de vivir. Su corazón es un regalo maravilloso, y a mí me corresponde mantenerlo en forma y cuidarlo

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