Fashion victims
JAVIER CASTAÑEDA |
Siempre ha habido modas. La modernidad habitualmente se ha asociado a la idea de progreso, a un ¿ir por delante¿ que solía llevar implícita cierta oposición a lo clásico. Quizás porque el universo de lo moderno asía la inevitable mano de los más radiantes colores, sabores e incluso sensaciones que - amparados en el olor de lo nuevo, de lo recién abierto o estrenado- sugerían en los corazones aventureros mucha vida por delante y la emoción lo que estaba por descubrir, amén de cierto aire transgresor.
Sin embargo, poco queda de ese romanticismo y el término ¿moda¿ se halla tremendamente devaluado. Por múltiples motivos, pero sobre todo porque ante una sociedad zapping que impone la sorpresa instantánea como ritmo de vida, todo cansa y se desgasta casi a la misma velocidad con la que nace y dura los escasos segundos que tarda en nacer la siguiente. A pesar de todo, es una religión que cada día cuenta con más adeptos, un extraño dogma que deja un vasto reguero de víctimas a su paso.
Así, los peligrosos desórdenes digestivos que afectan a parte de una población adolescente preocupada por un estándar de belleza autoimpuesto y a menudo inalcanzable, sufren hoy una traslación a otros órdenes aparentemente más mundanos. Como ejemplo típico está el caso del joven que implora a su madre que le compre una camiseta de marca (bulimia), que acto seguido vomita para hacerse con una nueva versión del diseño que roba las portadas (anorexia). Pero el problema parece ir más lejos de tan graves y adolescentes repercusiones.
La ideología de una industria basada en el mercado cala hondo en cualquier capa o estrato social y son pocos los que pueden tirar la primera piedra: el que no cae ante el último modelo de coche lo hace ante una corbata o una falda, restaurante o destino de viaje, el ordenador ultraplano o cualquier alimento, la zona donde ubicar su vivienda, etc. La fascinación por la moda subyuga por igual a hombres y mujeres, a grandes y pequeños, a ricos y no tan pobres que pierden el control y se prendan sin concesiones ante una novedad que capta sus voluntades mientras mengua sus bolsillos. La bulimarexia social atrapa un mundo en el que todos, hasta los que disienten como los alterglobalización, parecen adscritos a alguna estética, sometidos al peaje de una moda.
De todos los colores o para todos los gustos el mercado ha creado una civilización que sacraliza el new way of life. Con mensajes aparentemente inocuos enmascarados entre los hábitos, el exacerbado culto hacia lo nuevo crea una paradoja que produce exactamente el efecto contrario al buscado. El reloj que ayer hacía sentir exclusivo, hoy genera frustración al ser exhibido en la muñeca de cualquiera. Y vuelta a empezar. El artificio de la moda genera un extraño efecto Matrix que parece clonar tendencias y lo moderno deja de serlo en lo que tarda en integrarse al mercado de masas. Quizá se refiera a esto Amable Liñán al decir que: ¿El mundo de hoy es estúpidamente artificial¿.
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