Soñar es vivir al revés… una insolente atmósfera que desafía a la razón, un dejarse ir hacia la ingravidez y la intemporalidad o la seductora sensación de recrear y transfigurar lo inimaginable. En los sueños, la verdad y la insolencia se presentan sin adjetivos; luego deambulan disfrazadas de nuestros deseos profundos. Soñar nos permite reconocer las alas de la libertad y de manera natural decidimos que nuestra conciencia viaje a través de los universos oníricos… es un acto de poder que transforma el sueño en una ensoñación.
LAS MANOS
Soñar es una actividad exclusiva de los seres vivos de sangre caliente que evolucionaron a partir de las aves. La calidad y tiempo de sueño varía de una especie a otra, dependiendo del tamaño del individuo y de la seguridad que le ofrece su condición. Al caer la noche, los pollitos sueñan durante 25 minutos, el chimpancé se acerca a los 60 y los grandes felinos alcanzan los 200 minutos. De entre todos los mamíferos, sólo el delfín no sueña, ya que debe emerger constantemente a la superficie para respirar.
En los seres humanos adultos el sueño se compone de 4 fases: la primera es la duermevela, la segunda un sueño lento y ligero, la tercera un sueño lento y profundo y, la cuarta “la ensoñación”, llamada también sueño paradójico o REM (Rapid Eyes Movement).
El asunto comienza cuando un grupo de unos cuantos millones de neuronas ubicadas en la zona del cerebro llamada locus caeruleus deciden frenar todo movimiento muscular; entonces sucede algo fuera de toda lógica: las neuronas, que en estado consciente muestran un ritmo de actividad de 20 ciclos por segundo, de pronto, durante el sueño paradójico, se aceleran hasta alcanzar los 100 ciclos por segundo. ¡En el ensueño estamos más vivos que nunca! La euforia de la experiencia onírica es tan excitante que pareciera que nuestros ojos se desorbitan, luego se producen unas horribles pausas respiratorias y sufrimos constantes arritmias cardiacas acompañadas por una impresionante elevación de nuestra presión arterial. El hecho es claro, tangible y comprobable pero los motivos de tanto desgaste energético y su consecuente riesgo para la salud son todo un misterio… por lo pronto, cada noche tenemos de 4 a 5 sueños paradójicos con una duración de unos 20 minutos cada uno –dependiendo, claro está, de cuán glotones hayamos sido al cenar, de la calidad así como la cantidad de los “aditivos” que consumimos y también del stress--.
Escribir nuestros sueños al amanecer, según nos los informan nuestro cuerpo y nuestros recuerdos, nos permite registrar lo que sucede del otro lado de la vida, donde la fiesta es mucho más interesante que en el lado consciente.
Los científicos Michel Mühlethaler de Ginebra (Suiza) y Parice Fort de Lyon (Francia), deseaban conocer el origen, desarrollo y consecuencias del sueño en sus diferentes versiones, por ello experimentaron con ratones y murciélagos utilizando un sistema de microscopia al infrarrojo que les permitió observar la actividad de las neuronas que se localizan en el núcleo
preóptico ventrolateral. Así descubrieron que en aquella zona la mayoría de las neuronas (68%) son de forma triangular, están conectadas con el reloj biológico (“ritmo circadiano” que controla las secreciones hormonales, las horas de sueño y de consciencia) y que, con sus sinapsis, participan en la creación de los sueños… Por lo pronto, ya encontraron a las neuronas que fabrican los sueños; ahora están buscando al neurotransmisor que indica a las neuronas el momento de entrar en acción.
Durante la segunda fase de nuestro sueño (el lento y ligero), la actividad cerebral se desacelera; entonces nuestro cerebro aprovecha para abastecer sus reservas energéticas de glucógeno, sustancia indispensable para el buen funcionamiento de las neuronas. El cerebro no reposa cuando nos acostamos; los sueños y las ensoñaciones son grandes eventos energéticos durante los cuales el cerebro realiza una limpieza eliminando los radicales libres y el monóxido de carbono.
LOS OJOS
Los hombres de conocimiento “ven” en el ensueño un universo voraz en donde la razón no está invitada: su lugar lo ocupa la voluntad. Es un espacio-tiempo peligroso, seductor e incomprensible. Dice el nagual Juan Matus: “Los sueños son una calle de dos sentidos. Nuestra conciencia pasa a otros reinos, y esos reinos envían exploradores a nuestros sueños”. En esa calle se efectúa un intercambio energético entre conciencias, apta sólo para seres con un espíritu templado; los aventureros de carácter tibio pueden despertar en un mundo ajeno y no tener la menor idea de cómo regresar.
Carlos Castaneda menciona que la técnica del ensueño consiste sustancialmente en percatarse de que estamos soñando; inmediatamente después, intentamos ubicar nuestras manos justo enfrente de los ojos, las mantenemos fijas hasta reconocerlas, luego las bajamos lentamente hasta la altura del pecho y observamos el entorno, es preciso no perderse ni dejarse ir; a falta de concentración y pérdida de consciencia de ensueño, se colocan nuevamente las manos frente a los ojos. Poco a poco se vuelve tangible ese otro mundo en el que todas las noches navegamos y participamos como testigos --sin voz ni voto- del otro yo. Esta fascinante disciplina de origen tolteca forma parte del conocimiento silencioso que no precisa de un gurú, sino de la observación y la recapitulación permanente de nuestros actos, deseos e intenciones. La ensoñación es un conocimiento universal que podemos volverlo propio sin necesidad de recurrir a ningún aditivo, agrupación, dogma o fanatismo.
ESPEJOS
Fijando la atención del sueño paradójico, REM o ensoñación, se obtiene la energía necesaria para mover el punto de referencia de nuestra realidad consciente y fusionar el cuerpo de vigilia con el cuerpo energético del ensueño; así, podemos reconocernos en “una totalidad”.
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