Parece ser que el jugar al "me quiere mucho, poquito  o nada" está out. Parece que el amor ha cambiado de forma y tal vez de  definición. Esta clásica frase con la que mi generación jugaba casi a lo  que hoy sería equivalente a la aplicación del tarot, donde tratábamos  de "adivinar" si ese amado nos correspondía o no, sería vista como un  acto de juego y de ingenuidad total.
El amor ha ido cambiando de forma. O, mejor dicho,  le hemos ido exigiendo mucho al concepto, quizás dejando de lado los  componentes que hacen de este sentimiento la fuerza que mueve al mundo.
De amor se ha hablado mucho y estudiado en demasía.  Desde los filósofos más antiguos hasta los más contemporáneos, siempre  terminan escribiendo sobre este sentimiento que nos encanta sentir, pero  que al mismo tiempo nos asusta cuando llega y nos puede meter en más de  algún problema.
Aquí no vamos a hablar en forma específica del amor  universal, sino que me voy a referir al amor de pareja, que sin duda es  una expresión más de esta fuerza movilizadora, pero que tiene sus  propias características. Este sentimiento sí que ha cambiado. Da la  sensación de que se ha vuelto más práctico, más racional, más concreto,  en el cual se privilegian primero los objetivos personales y no los de  pareja.
Hablar del amor es, sin duda, hablar de compromiso.  Pero hoy cuesta comprometerse, cuesta perdurar el clásico "para  siempre", aunque en el fondo de nuestras almas lo seguimos buscando, y,  según mi experiencia clínica, la gente sigue haciendo todo lo posible  por mantener. Sin duda, la ruptura del amor debe ser uno de los dolores  más intensos y quizás de los que dejan más heridas en el ser humano.
Entonces es válido preguntarse: ¿qué nos pasa?, ¿por  qué si es algo que todos buscamos y deseamos - y que incluso por  experimentarlo y vivirlo, somos capaces de hacer cualquier cosa y de  complicarnos en ocasiones mucho más de lo razonable- , nos dura tan  poco, se acaba aparentemente tan rápido, y es tan frecuente ver a tanta  pareja joven separándose antes de los cinco años de convivencia o  matrimonio?
Lo que pasa es que creo que como sociedad estamos  anestesiados. Cada día nos cuesta más sentir, nuestros umbrales se han  ido alterando y cada vez necesitamos sensaciones más fuertes para poder  despertar emociones dentro de nosotros mismos, y por supuesto también  para los demás. Estamos como adictos a la adrenalina y, por lo tanto,  empezamos a querer y buscar todo lo que nos conecte con el estar vivos.  Lo malo es que estas sensaciones son transitorias, se van y hay que  buscar otras. Creo que hemos ido asociando el amor a la búsqueda de  estas sensaciones, y cuando éstas se van, entonces la relación se  termina.
Si a esto le agregamos que estamos inmersos en una  sociedad donde la máxima que nos mueve es la búsqueda del placer, donde  los niveles de tolerancia y de paciencia dejan mucho que desear, y donde  hemos ido evadiendo todas las situaciones que nos puedan generar dolor,  entonces empieza a quedar claro por qué este sentimiento pareciera ser  el causante de nuestros dolores.
Las asociaciones negativas que hacemos al amor
También hemos hecho mezclas raras. Por un lado,  estamos asociando la angustia al amor, y esto se ve mucho en las  generaciones jóvenes, donde sobre todo las mujeres eligen hombres  "malos" para poder rehabilitar o cambiar, pero en ese proceso se sufre  en demasía. Es como si existiera la premisa inconsciente de que mientras  más soy capaz de sufrir por ti, más te amo. Salir de este proceso  cuesta mucho, pero necesariamente pasa por cambiar esa definición y  entender que quien te ama, no te puede hacer sufrir permanentemente.
Otra asociación negativa que tenemos del amor es que  es un sentimiento que encarcela, que quita libertad. Claramente, cuando  un amor es sano tiene límites, como todas las cosas sanas de la vida,  pero un amor sano genera libertad, entendida como la fuerza que me  permite vencerme a mí misma(o), y que se coloca al servicio de mi  proyecto de vida y de mi autoestima, sin que esto signifique estar  "mirándome el ombligo". Quizás uno de los problemas de las parejas  jóvenes de hoy es que tienen proyectos paralelos y no han construido un  proyecto de pareja, un NOSOTROS. Sólo un yo o un tú en paralelo. Veo con  nostalgia cómo las parejas de antes se casaban casi sin nada y juntos  diseñaban un proyecto para ir adquiriendo todo lo que necesitaban, y  cuando uno les pregunta por la etapa de mayor felicidad, sin duda  mencionan ésta como la más importante, junto con la llegada de los  hijos.
Hoy, en cambio, se ven parejas que no se  comprometen, que utilizan términos como "andar", "amigo con ventaja", y  que al formalizar finalmente no se casan si es que no han logrado un  departamento o tantas otras cosas que se anteponen al compromiso y al  proyecto de vida en construcción. Casi sin percibir que desde afuera  nunca se está listo para nada, que la preparación es interna y que tiene  que ver con cuánto me quiero, y desde ahí deducir cuánto voy a ser  capaz de querer al otro, sin pasarle la cuenta y sin pensar que ese otro  vendrá a cubrir un vacío mío o aparecerá, como decía recién, para ser  salvada(o) por mí.
Es fundamental entender que el amor verdadero poco  tiene que ver en el tiempo con las cosquillitas de la guata, con la  adrenalina, con esa etapa que muchos autores dicen que es una especie de  locura temporal, con una pasión desenfrenada y con la dependencia  maravillosa, que hace que uno sienta que no puede hacer nada si el otro  no está. Todas estas condiciones y sensaciones son necesarias de sentir,  pero no son suficientes, porque la cotidianidad, la rutina y las  dificultades de la vida y las que nos inventamos para no poder ser  realmente felices, harán desaparecer ese sentimiento que parecía  indestructible.
El tema es que allí es cuando aparecen otros que nos  dicen: ahora sí que, con ella o con él, encontré otra vez esa  sensación, y que a la larga se transforman en espejismos que vuelven  muchas veces a repetir el modelo. Ahí es cuando se deterioran las  relaciones y uno empieza a sentir que se equivocó, y aparece la  sensación de querer terminar la relación.
El amor es una decisión
Es fundamental aclarar que en esto no hay  parámetros, que no se puede generalizar. Existen tantas formas de vida y  personas como formas de amar, y por lo tanto sólo estoy reflexionando  sobre ciertas tendencias que puedo observar en mi experiencia clínica y  en mis investigaciones.
El amor es, sin duda, y si quiero que sea para  siempre, una decisión, y éste es un componente fundamental en la  estructura de cualquier relación de pareja. El sentimiento es la  condición primera, pero desde ahí tenemos que entender que necesitamos  poder elegir conscientemente al otro. Yo decido amarte y eso me  permitirá poder perdonar, tolerar, y aprender de ti y tú de mí a lo  largo de toda la vida.
Siempre he dicho que las rentabilidades se obtienen  donde uno invierte. Creo que cada día invertimos menos en nuestras vidas  "puertas adentro". Todas nuestras inversiones parecen ir hacia fuera, y  por lo tanto nuestras rentabilidades ahí están, lamentablemente donde  están las anheladas "lucas". Pero no estamos invirtiendo en nuestras  fuentes de amor.
Es probado, por ejemplo, que el erotismo no  disminuye con los años; lo que disminuye son los eventos que la pareja  hace para despertarlo y todos los esfuerzos que la pareja antes hacía  para estar solos, a oscuras, los dejan de hacer cuando se ven sumergidos  en la cotidianidad. Debemos, entonces, recuperar el misterio, la  galantería y el arte de cuidarnos y seducirnos sin objetivos; sólo para  estar y compartir. Las mujeres estamos llamadas, por nuestra naturaleza  retenedora, a cuidar nuestros mundos emocionales dentro de la pareja.  Estamos más llamadas a colocar el encanto y la magia dentro de la  relación, y lo masculino está llamado a avanzar en ella, a ayudarnos a  las mujeres a no quedarnos pegadas, a disfrutar lo que tenemos y no lo  que nos falta.
En esta fecha marketera o inventada para hablar del  amor de pareja, los invito a reflexionar sobre sus decisiones. A lo  mejor les ayudo un poquito a reencantarse con sus parejas, a decidir  amarlas y a buscar todas las instancias para resucitar la magia y  conectarse con la profundidad de ese sentimiento que es lo que más,  según mis creencias, nos conecta con la esencia de la vida, con el  misterio del ser humano, con nuestras luces y nuestras oscuridades, con  nuestro potencial de crecimiento, y al final con Dios.
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