Yo pensaba que estaba viviendo una aventura en Vilnius, pero no ha  sido hasta hace unos días que me he dado cuenta de la realidad del país y  del día a día de miles de personas, que no tienen la suerte de vivir en  las calles bonitas del centro y de tener un seguro en una clínica  privada donde te atienden con una sonrisa en la boca y te tratan como a  un rey. 
Todo empezó con la visita de mis padres, que acabó siendo de todo  menos unos días de vacaciones. Mi madre se encontraba con dolor de  ciática y necesitaba un médico, al no poder desplazarse a la clínica  tuve que llamar para que enviasen un médico. Ahí empezaron los  problemas, me dijeron que no había médicos y que teníamos que  desplazarnos nosotros. Después de una llamada a la embajada, la mejor  (supongo que la única) solución disponible era recurrir a la sanidad  pública. Se llamó a una ambulancia y una médico vino a casa. Después de  repetirle como 3 veces en otros tantos idiomas que mi madre era alérgica  a la aspirina… le metió un chute en vena de algo que llevaba aspirina.  Empezaron los nervios, ella se sentía mal… se consiguió solucionar pero  hubo que llevar a mi madre al hospital en ambulancia.

Una vez pasada la puerta de entrada, fue como volver a 1950… paredes desconchadas que se caían a trozos, suelos sin color (en el mejor de los casos) cristales agrietados en las ventanas con marcos de madera que con solo respirar se hacían astillas. Gracias a Dios una médica jovencita chapurreaba inglés y pudimos entendernos. Pasamos unas horas allí y cuando les pareció dijo que ya todo estaba solucionado, que podíamos irnos. ¿¿¿Irnos??? Si mi madre no podía andar. En el momento que se quitaron el marrón de la reacción alérgica ya era momento de largarnos.

Después de discutir un rato conseguí que la llevasen a neurología,  donde se suponía que la tratarían para la ciática. Esperamos un buen  rato en la habitación sin que apareciese nadie, yo no sabía si la  tendrían allí hasta la mañana siguiente, si la vería un médico. Cuando  salí a preguntar, nadie hablaba inglés… absolutamente nadie! Con ayuda  de una lituana de la embajada que me hizo de traductora a través del  teléfono conseguí saber que hasta la mañana siguiente no habría  novedades. Una hora después llegó un pijama con una extraña mancha en el  cuello que por suerte no hubo que usar ya que habíamos llevado ropa  para por si acaso.
El día siguiente todo fue mucho mejor, le dieron el alta, volvimos a  casa y pasamos unos días relativamente tranquilos aunque sin mucho  movimiento después de todo lo que había pasado.

Este lunes, tuvimos que volver al hospital a por más medicamentos.  Otra vez empieza la odisea. En la recepción, detrás de una ventanita de  tamaño 15×10 cm. una señora con cara de que le aburre mucho su trabajo  me habla en un perfecto lituano, cuando le digo que hable más despacio  que yo no hablo muy bien lituano, me chilla… Le entrego el papel de la  última vez, donde pone todo lo que pasó para que se haga una idea y nos  asigne un médico, y la señora me dice que busque al médico del papel por  mi cuenta, que ella no sabe nada.
Me pongo a buscar al médico, por suerte doy con él y le digo lo que  me ha pasado y que si me puede recetar lo que se nos había acabado. Dice  que no puede legalmente porque sólo receta a los ingresados en  neurología, así que tengo que volver al punto de inicio, aunque dice que  llamará a la recepción para decir que me asignen un neurólogo que me  haga la receta. Cuando después de un buen rato llego otra vez a la  entrada (todo esto caminando con mi madre del brazo, con molestias) la  señora me dice “NO HAY NEUROLOGO, SI VIVES AQUÍ VETE A TU AMBULATORIO,  NO A URGENCIAS” y me cierra la ventanita con mala leche. Durante un  momento vi como saltaban los trocitos de cristal mientras le estampaba  la mayor hostia que se iba a llevar en su vida la gran HdP. Dejé a mi  madre sentada y me fui en una carrera a por el médico de neurología; no  sé qué cara llevaría, pero me dijo que no me preocupase que él me lo  recetaba y en 3 minutos estaba hecho.
Así acabo mi aventura en la sanidad pública lituana. Poco después me  enteré por amigos y compañeros de trabajo que los hospitales de aquí  funcionan por amiguismos y sobornos, que lo que importa es la pela, ya  que los sueldos son una basura. Una propinilla a la enfermera y la  tendrás cada media hora comprobando el gotero. Si no le das nada ya se  puede morir de sed que no le llevan ni un vaso de agua. Es algo que está  muy asumido en la sociedad y que horroriza como la gente lo ve como  algo normal.
En fin… la aventura se va acabando y aunque a veces se me pasa muy  rápido el tiempo aquí, otras veces estoy deseando irme cuanto antes y  empezar otra aventura en otro sitio, porque creo que Lituania ya no da  para más.
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