jueves, 2 de febrero de 2012

BUFFALO BILL


Buffalo Bill (Las aventuras de Buffalo Bill, 1944), William A. Wellman

Esta película le hubiera gustado a Buffalo Bill. Su propia vida fue una mezcla de leyenda y realidad y esta película es fiel a eso. Aunque a uno le cuesta imaginarse a la auténtica Louisa Federici (en la película, Maureen O'Hara), la esposa de Cody, pariendo a su primer hijo en una cueva con comadronas indias, Buffalo Bill retrata a nuestro héroe como todos lo imaginamos y como él hubiera deseado: fiel a los indios y a su esposa, un aventurero explorador éticamente intachable. En una vuelta de tuerca algo desmedida y paradójica, podría parecer el primer ecologista de la historia americana a pesar de haber contribuido notablemente a la extinción de los buffalos.


Y es que la película toma partido por los indios y se convierte en la película de indios por antonomasia, la película sobre la que dibujábamos nuestros juegos de indios y vaqueros. Los indios, liderados por "Yellow Hand", un joven Anthony Queen, que también interpreta a otro jefe indio, "Crazy Horse", en They Died With Their boots On (Murieron con las botas puestas, 1941), son retratados por Wellman en todo su esplendor, con su noble apariencia, cientos de ellos, con sus coloridas plumas y su morena seriedad.


También toma partido por los búfalos y se detiene un tiempo en denunciar cómo la caza del bisonte y del búfalo se convirtió en un deporte de moda llegándose a cazar 5000 piezas en un mes. Curiosamente a Buffalo Bill se le atribuyen ese mismo número de búfalos a él sólo y por eso se ganó el apodo.


Las escenas de acción, las cargas del Séptimo de Caballería –estamos seguros de que a los guionistas no les importa si era el Cuarto–, la batalla cuerpo a cuerpo entre "Yellow Hand" y Buffalo Bill (Joel McCrea) ocupan la primera parte de la película y son trepidantes, te transportan de nuevo a un mundo de juegos donde el ruido de los rifles se mezcla con los aullidos de los nativos.


Maureen O'Hara está guapísima en ese viejo technicolor que baña todo el film, lo mismo que la jovencísima Linda Darnell, que interpreta a una inverosimil profesora india para niños blancos que no sabemos qué pinta en la película, excepto para que admiremos su belleza y para acentuar con su muerte –también inverosimil– la injusticia de la historia.


La segunda parte comienza cuando el sargento Chips encuentra la publicación de Ned Buntline (Thomas Mitchell) sobre Buffalo Bill en un puesto de revistas en el este de los Estados Unidos. Buffalo Bill se convierte en un fenómeno mediático de la noche a la mañana. Un montaje de portadas de periódicos y pancartas de bienvenida ayudan a que transcurra el tiempo, Como más tarde, la sucesión de imágenes de la campaña de desprestigio que urden contra él en la prensa. Y antes, con papelitos escritos a mano, carteles, invitaciones… ¡La película está plagada de textos!


Deprimido, refugiado en el alcohol y la soledad, en su camino se cruza con una feria. En el puesto de tiro entrega su medalalla del Congreso para conseguir unas tiradas. No se creen que es Buffalo Bill y tiene que hacer una demostración de puntería. Necesita trabajar así que se asocia con el feriante y se presenta como gran atracción, montado en un caballo de cartón piedra. El número no funciona cómo esperaban hasta que aparece su mujer para sujetar una moneda de dólar entre los dedos. Ella la cambia por un penny, una moneda más pequeña y le dice: "Shoot, Bill". Y Bill, dispara.


Para finalizar, el director nos resume –para nuestra desgracia– los casi treinta años que Bill pasó dirigiendo su propio espectáculo, con el que triunfa por toda América y Europa, con un nuevo montaje. Esta vez es una edición de imágenes animadas con algunas escenas circenses, no muchas, que se remata con un discurso un tanto anodino de Buffalo Bill.


Buffalo Bill (Las aventuras de Buffalo Bill, 1944)
Producción: 20th Century Fox (EEUU).
Dirección: William A. Wellman.
Guión: Æneas MacKenzie, Clements Ripley y Cecile Kramer.
Intérpretes: Joel McCrea (William Frederick 'Buffalo Bill' Cody), Maureen O'Hara (Louisa Frederici Cody), Linda Darnell (Dawn Starlight), Thomas Mitchell (Ned Buntline), Edgar Buchanan (Sargento Chips McGraw), Anthony Quinn (Jefe Yellow Hand), Moroni Olsen (senador Frederici), Frank Fenton (Murdo Carvell), Matt Briggs (General Blazier), George Lessey (Mr. Schyler Vandervere), Frank Orth (Sherman, propietario de la barraca de tiro).
90 min. Technicolor



“Ayudaba a la ilusión en París –supongo que aquí harán otro tanto-, la instalación de la compañía en tiendas o chozas imitadas a las auténticas, en las cuales viven en encantadora promiscuidad civilizadores y civilizados, rendidos los odios comunes ante el cebo del también común negocio”.

Juan Sardá, en la crónica para “La Vanguardia”
del espectáculo parisino de Buffalo Bill

Buffalo Bill estuvo en Barcelona en las Navidades de 1889. El espectáculo se programa durante cinco semanas improrrogables. La entrada general cuesta una peseta y los asientos, según proximidad a la pista, desde 5,10 hasta 2,10. No es un precio barato porque la entrada para el Liceo cuesta una peseta y las representaciones de la zarzuela de gran espectáculo “Los sobrinos del capitán Grant” en el Tívoli, son dos reales. La troupe se instala en un solar en la confluencia de las calles Roselló y Aribau, con entrada por Muntaner.
La Gran Exhibición Norteamericana de las animadas escenas y costumbres de la vida de los indios fronterizos
El espectáculo procede de la Gran Exposición Universal de 1899, en París. La visita al Viejo Continente tiene fines exclusivamente comerciales pero es conveniente teñirlos con una pátina antropológico-folklórica que inspira el subtítulo con el que se presenta el Salvaje Oeste de Buffalo Bill: “Gran Exhibición Norteamericana de las animadas escenas y costumbres de la vida de los indios fronterizos”. Compiten de este modo con el otro gran éxito de la exposición –Torre Eiffel, aparte–, el “village nègre”, una especie de zoológico humano que permite a los visitantes asistir al extraño desenvolvimiento cotidiano de 400 indígenas no sabemos si africanos o australianos a los que se presume caníbales y otras lindezas.


Este colonialismo vergonzante es clave en el enfoque promocional del espectáculo. Un corresponsal de “La Vanguardia” asiste a uno de los pases parisinos y avanza a los espectadores barceloneses el 15 de diciembre de 1899 lo que se van a encontrar. Vaya por delante un ejemplo para que se hagan ustedes a la idea de la distancia irónica con que los europeos reciben el espectáculo:

“Auténticas serían también las danzas y simulacros de costumbres que representaban y representarán aquí probablemente, aquellos apreciables pieles rojas, y de su autenticidad respondía lo monótono y tonto, aunque singular y característico, de la pantomima. Pero en cambio, la parte que cabe llamar ecuestre y bélica no sólo era singular y característica sino animada y vibrante como pocos espectáculos”.

Y es que el espectáculo ecuestre se llevaba la parte del león. En la época previa a la invención del cinematógrafo y, por tanto, del genero cowboyeril –recordemos que el catalogado como primer western es The Great Train Robbery (Asalto y robo de un tren, 1903), producido por Edison y dirigido por Edwin S. Porter– ver a los indios cabalgando a pelo sobre sus mustangs, ejecutando toda clase de acrobacias, al tiempo que disparaban y aullaban debía ser un exhibición francamente inusitada. Se trataba de un centenar de indígenas norteamericanos de diversas tribus. Entre ellos, una treintena de arapahoes con su jefe “Black Heart” a la cabeza. También había un hechicero de la tribu de los sioux y un grupo de indios Cheyenne capitaneados por el jefe “Eagle Horn”.


Al mando del grupo de los cowboys que se enfrentan a ellos, Buck Taylor, que encarnaba al General Custer. Destacaba por su estatura –mínima– Bennie Irving, presentado como “el cowboy más pequeño del salvaje Oeste”. Estas exhibiciones tenían lugar durante la parada inicial y también en el marco de pequeños cuadros dramáticos, como el asalto a la diligencia de Deadwood, el ataque a la cabaña de unos pioneros o la caza de un bisonte. Las otras atracciones incluyen un rodeo, doma de potros, exhibiciones de lazo y látigo y, por último, las de puntería. En esta especialidad destacaban Annie Oakley y el propio coronel Cody. Un jinete al galope iba lanzando patatas al aire y Buffalo Bill, también a caballo, las hacía estallar en el aire.

“Termina el espectáculo con el desfile desordenado de todos los indios, vaqueros y mejicanos. Formando tres círculos concéntricos, corren los jinetes en opuestas direccionas con rapidez vertiginosa, lanzando aullidos salvajes. Es de ver flotando al aire las plumas y las cabelleras de los indios, entremezclándose los brillantes colores de los tragas, a los pálidos rayos del sol muriente. Parece imposible que no haya la más leve confusión, que puedan dar vueltas con la seguridad de una rueda sin qua uno interrumpa un solo instante el paso del otro. Por fin, en informe pelotón regresan a las cuadras, sobresaliendo entre todos la varonil y gallarda figura de Buffalo Bill”.

El espectáculo despertó sin duda la curiosidad de los barceloneses que, en el día inaugural, se acercaron en número cercano a los siete mil al hipódromo instalado en las proximidades del Paseo de Gracia. Sobre esta visita han corrido cientos de leyendas. Una de ellas, que el Abuelito  se encargó de recordarnos, que varios sioux murieron de viruela durante la estadía y estarían enterrados un cementerio barcelonés en lugar de corretear por las verdes praderas de Manitú. O que el jefe de pista, el coronel Frank Richmond, fallecido también en la ciudad condal fue embalsamado y facturado hacia Estados Unidos. O que los temibles pieles rojas secuestraban a los niños para beberse su sangre.

Jordi Solé las ha utilizado como materia novelable en "Barcelona Far West", de reciente edición. Tuvo la cosa –estamos en España– su parte chusca. El diario “El Diluvio” publicaba el 28 de diciembre una inocentada en la que informaba que no menos de la quinta parte del total recaudado en las dos primeras funciones se había pagado con monedas y billetes falsos: "Se conoce que la gente maleante aprovechó la ocasión de tratar con indios para engañarles como a chinos". De esta falsa noticia se hicieron eco otros periódicos por lo que el asunto fue publicado y desmentido en varias ocasiones, lo que hizo que aún se dé por cierto.

Colofón
La verdad es que negocio hubo, pero no el esperado. A causa de la gripe, porque varias funciones debieron de suspenderse por la lluvia… Para rematar la broma, el Circo Ecuestre barcelonés preparó con urgencia una parodia del espectáculo vaquero y lo estrenó el día 28 de diciembre. Todo el elenco del Ecuestre, capitaneado por Henry Cotterly y el Sr. Alegría, participaba en la parodia indiana que tuvo un éxito enorme. Cuenta Jordi Marill Escudé (Aquell Hivern…, 1999) que Red Shirt acudió a ver el espectáculo del Circo Ecuestre y que se partía de risa. El espectáculo se mantuvo en cartel hasta el día 19 de enero. El de Buffalo Bill anunció su despedida para el día 20 de enero de 1890. Desde Barcelona las huestes del Salvaje Oeste partieron hacia Italia. En Roma actuaron ante el Papa León XIII. En Florencia, Bolonia, Verona, Viena contrataron estancias de aproximadamente una semana antes de emprender viaje a Alemania, donde remodeló todo el espectáculo incluyendo también jinetes asiáticos.



Touche pas à la femme blanche / Non toccare la donna bianca (No tocar a la mujer blanca, 1974), Marco Ferreri

A la altura de 1973 del pasado siglo parecía que el imperio norteamericano había llegado a su fin. Bajo la presidencia de Nixon, con un “Yankee Go Home” que se había convertido en eslogan de moda en el mundo entero, varias fueron las revisiones que se realizaron sobre uno de los mitos fundacionales de los Estados Unidos y el genocidio indio.


Después de su inmersión sadiana en La grande bouffe (La gran comilona, 1973), Ferreri y Azcona organizan una carga en toda regla contra los bufones del ejército y sus intereses políticos. Para ello recrean la batalla de Little Big Horn en el solar que acaba de dejar en el centro de París la demolición del mercado de Les Halles.


El General Custer (Marcello Mastroianni) llega en tren a París para hacerse cargo de la lucha contra los indios de Sitting Bull (Alain Cuny), que han tomado el centro de la Ciudad de la Luz. La sirve de guía un agente de la CIA (Paolo Villagio) cuya cobertura es un título de antropólogo. Compite por el amor de la bella Marie-Hélène de Boismonfrais (Catherine Deneuve) con su archirrival por el favor del público, el bufón William “Buffalo Bill” Cody (Michel Piccoli).


Buffalo Bill actúa en una cava parisina donde da lectura a algunos fragmentos de su autobiografía. Custer se ve obligado a asistir a esta “pantomima”, donde su vanidad ha de hacer frente a los embates del narcisismo de Cody. Más tarde se presenta, con banda propia que interpreta la “marcha de Buffalo Bill”, en la librería donde Custer presenta su libro. Buffalo Bill viene acompañado por Calamity Jane (Eve Vergel), que, según las habladurías, es su amante. No contento con haber fastidiado a Custer en estas escaramuzas se planta en el lugar de la batalla acompañado de su banda de música y con un gran bisonte montado sobre una camioneta, precipitando el ataque contra los indios.


Buffalo Bill es un histrión hasta el final. Herido de muerte, aprovecha para meter mano a la bella Marie-Hélène y proclama a los cuatro vientos que, ante tamaña aventura, esta noche el teatro se le va a quedar chico.


La caída del imperio americano, a lo que se ve, no fue más que un espejismo, pero sirvió, al menos, para que Ferreri y Azcona crearan este esperpento memorable y olvidado, un western cien por cien político en una carrera que derivaba por momentos hacia el nihilismo sin retorno.

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