Mis amigos y yo tenemos el mal hábito de chismorrear. A veces me siento mal, pues para ser franco, gran parte de lo que decimos es en tono sarcástico y poco considerado. Pero no puedo resistir la tentación de estar enterado de todo. ¿Tienen algún consejo para superar esto?
El rey Salomón dijo: «La muerte y la vida están en poder de la lengua» (Proverbios 18:21). ¡Vaya afirmación! Nuestras palabras tienen un efecto real. Son capaces de bendecir o maldecir, de levantar la moral o abatirla. Pueden salvar o condenar. Eso que suele decir la gente de que «tus palabras me resbalan» en muchos casos no es cierto. Tomemos por ejemplo la triste historia verídica de una chica llamada Mary Ellen. Mary quedó tan dolida por los chismes maliciosos que difundió sobre ella otra chica de 18 años llamada Jesse Pepper que se sumió en una profunda depresión y acabó por quitarse la vida. Jesse fue declarada culpable de homicidio sin premeditación. Lo llamaron homicidio por calumnias, puesto que Mary se suicidó a raíz de los chismes difundidos sobre su persona. Puede que ese sea un ejemplo un tanto extremo, pero conviene que reflexionemos un poco y nos preguntemos si es en realidad tan exagerado. ¿No has caído alguna vez en un profundo abatimiento, hasta el punto de que te han entrado ganas de morir, a causa de las palabras maliciosas y desalmadas de alguien? O tal vez tú hayas herido así a alguna persona. Seamos sinceros. Todos hemos sido culpables alguna vez de ofender a alguien con nuestras palabras. Es posible que en algunos casos no haya sido adrede o que las hayamos dicho en broma, pero lo cierto es que son desconsideradas y duelen igual. Quizás una persona necesita unas palabras de aliento y en cambio un comentario mordaz de nuestra parte le produce una herida profunda que deja una horrenda cicatriz. El siguiente poema aborda el asunto de forma conmovedora: A veces no toma más que unas palabras dichas irreflexivamente para echar a perder las cosas. ¿Cómo podemos, pues, evitar esas palabras desconsideradas y cortantes que a menudo brotan repentinamente de nuestros labios? ¿Qué podemos hacer para domar nuestra lengua? La verdad es que por mucho que lo intentemos no podremos dominarla. La Biblia dice: «Toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua» (Santiago 3:6-7). ¡Únicamente Dios puede hacerlo! «Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible» (Mateo 19:26). La única forma de domar la lengua es pedir a Dios que transforme nuestro corazón, pues «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34, NVI). Si nuestro corazón rebosa de amor de Dios, las palabras que salgan de nuestra boca estarán llenas de amor y de compasión. Hay una sola forma de reformar la lengua indómita. Es preciso transformar el espíritu que la controla. Jamás podremos controlarla por nosotros mismos. Jesús es la única fuente de amor, bondad, compasión y benevolencia, y en tanto que dejemos que Él gobierne nuestra vida, gobernará también nuestra lengua. Su Espíritu dentro de nosotros nos inspirará. ¡Incluso hablará a través de nosotros hermosas palabras cargadas de amor, de luz y de vida!
Pregunta: Quiero mucho a mis hijos y aspiro a educarlos bien; pero por momentos no me siento capaz. ¿Cuál es el secreto para criar niños felices y bien adaptados?
No hay ningún secreto, pero sí una clave: el amor, tanto el tuyo como el de Dios. Sería imposible cubrir a cabalidad el tema del amor de los padres por sus hijos en esta breve columna. Sin embargo, a continuación te brindamos un resumen de las fórmulas y acciones más importantes con que puedes manifestar amor a tus hijos. Con la ayuda del Señor, están todas al alcance de cualquiera.
1. Llévalos a conocer a Jesús. Jesús desea conducir a tus hijos a lo largo de toda la vida. Aceptarlo es tan sencillo que hasta un niño de dos años puede hacerlo. Apenas hayas enseñado a tus hijos quién es Jesús, puedes explicarles que Él quiere vivir en su corazón, que los ama y quiere ser su mejor Amigo.
2. Transmíteles la Palabra de Dios. Incúlcales a tus hijos amor por la Palabra de Dios y enséñales a aplicarla. Así sabrán dónde hallar las respuestas a sus interrogantes y, además de obtener la fe y convicción que necesitan para la etapa de la niñez, con los años llegarán a ser personas felices y productivas.
3. Dedícales tiempo. Por mucho que nuestros hijos necesiten las cosas materiales que les proporcionamos, nos necesitan aún más a nosotros.
4. Enséñales con el ejemplo. No trates de ser perfecto, pero haz gala de una personalidad que sea digna de admiración y confianza a los ojos de tus hijos. Procura ser el tipo de persona que quisieras que fueran tus hijos.
5. Impárteles disciplina y formación, un concepto claro del bien y el mal. Los niños son más felices y se sienten más seguros y estables cuando saben lo que se espera de ellos. Establece reglas y límites claros para que sepan bien lo que les está permitido, y aplica sanciones prudenciales cuando se desmanden o infrinjan las reglas.
6. Fomenta la comunicación franca y sincera. Cuando quieran comunicarte algo, préstales toda tu atención. Es importante saber escucharlos y manifestar un legítimo interés en lo que dicen. Procura ver las cosas desde su punto de vista.
7. Elógialos y anímalos. El elogio contribuye en mucho al desarrollo de un niño. Es más importante prodigarle elogios por su buen comportamiento que regañarlo cuando se porta mal. Siempre conviene hacer hincapié en lo positivo.
8. Ten fe en que pueden superarse y desarrollar todo su potencial. Pide al Señor que te ayude a ver sus posibilidades como Él las ve.
9. Exprésales tu amor. Los niños necesitan que se les demuestre constantemente el amor que se les tiene. Manifiesta tu amor por medio de actos concretos. •
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