Gastó dinero a raudales. Recién divorciada se refugió en las drogas y las fiestas. Fue, además, la manera perfecta de evadir su dolor tras el asesinato de su hermano Gianni. Paralelamente, comenzó una escalada de cirugías plásticas que no sólo la deformaron, sino que delataron ante el mundo un precario equilibrio emocional. “En 1999 Donatella gastó 9.6 millones de euros (unos 6 mil 500 millones de pesos) en shows de pasarelas, el doble de lo que giraba Gianni. También 2.7 millones (1800 millones de pesos) en ropa, viajes, alojamientos y regalos para las celebridades. Usaba el dinero de la compañía para cubrir sus gastos personales y solventar los jets privados”, resume a CARAS Deborah Ball, autora del libro House of Versace. La periodista, quien indagó a fondo los detalles de su vida mientras era corresponsal del Wall Street Journal en Milán (1999 y 2002), asegura que en sólo cinco años la platinada estuvo a punto de terminar con el imperio que su hermano había construido. La violenta muerte del diseñador a manos del desquiciado Andrew Cunanan (1997), reveló que toda la compañía se sostenía sobre los hombros de Gianni y Donatella. Pero a pesar de haber estado siempre involucrada en el negocio, ella no era capaz de soportar la presión. En su decadencia, sólo un amigo se ha mantenido firme a su lado: Elton John.
“SANTO ERA EL TRANQUILO, GIANNI EL ENFANT TERRIBLE Y YO, SU CÓMPLICE”, confesó Donatella. El talentoso modisto forjó un imperio de la moda con la ayuda de su familia: Casa Versace. Hizo de las pasarelas espectáculos soberbios y forjó el concepto de top models. Levantó figuras como Naomi Campbell, Linda Evangelista y Claudia Schiffer. En los ’90 tenía a todos a sus pies, pero su hermana, a quien eligió como mano derecha, se aparecía por el atelier después del mediodía, cuando había aplacado en algo los efectos del carrete. Mientras Gianni vivió, la empresa no hizo más que crecer. Pero cuando sus padres murieron,
Donatella se mudó con él a Milán y se hicieron absolutamente dependientes. Incluso, después de que ella se casó con Paul Beck y que Gianni comenzó su relación con Antonio D’Amico —con quien estuvo hasta el día de su muerte— la unión de hermanos se mantuvo inalterable.
Entre fiesta y fiesta, la mujer se las arregló para adquirir un rol cada vez más importante en la Casa Versace. Era la musa, la primera asistente y la caja de resonancia gracias a sus amistades faranduleras como Demi Moore, Sylvester Stallone, Prince y Eric Clapton. Se transformó en la sombra de su hermano y en una habitante más de sus mansiones: Villa Fontanelle en el lago Como y Casa Casuarina, la mítica residencia en Miami Beach. “Con su enorme carga de trabajo, Gianni prefería irse a la cama temprano y dejaba a Donatella la misión de crear la imagen que la marca necesitaba. Todos en el fashion business sabían eso… cuando él se acostaba, ella subía el volumen. Aparecía en eventos en Nueva York, Miami y Milán”, explica la autora.
“¡SI QUIERO 300 PARES DE ZAPATOS PARA UNa PASARELA, LOS VOY A TENER! Ni tú ni nadie va a detenerme!”, gritó Donatella a uno de los administradores, cuando intentó ponerla a raya con los gastos, cuenta Deborah Ball.
La autora relata que la muerte de Gianni trajo una avalancha de problemas. Además del impacto, sus hermanos tuvieron que responder a los rumores sobre la posible participación de la mafia italiana en el crimen. No era la primera sospecha al respecto, pero Santo Versace —como siempre— dió la cara y negó rotundamente cualquier vínculo con la Cosa Nostra.
El clan siguió adelante con el legado del diseñador asesinado. El primer escollo fue el testamento. El propio Gianni nombró a su sobrina Allegra como única heredera. Dejó a su pareja una pensión de 50 millones de liras mensuales (unos 17 millones de pesos) y el derecho a vivir en sus propiedades. A su sobrino Daniel le dio toda su colección de arte. Así de simple, nada para sus hermanos. Pero lo que más molestó a Santo fue que tampoco hubo nada para sus hijos. Al cumplir 18, Allegra sería la dueña del 50 por ciento de Casa Versace (la otra mitad quedó para su madre y tío).
El genial modisto tenía sus razones para no contemplarlos en su herencia. Al principio, Donatella trató de limitar la cocaína sólo a sus largos viajes a América, donde estaba lejos del escrutinio familiar, pero rápidamente se convirtió en adicta y necesitaba consumir a diario. Santo, por su parte, criticaba constantemente el nivel de gastos de Gianni, y discutían por la lujosa decoración de la mansión en Miami o la compra de cuadros de Picasso, Warhol y Lichstenstein.
“¡Me pediste tres millones de dólares para una casa y traes una cuenta por 23 millones! ¿Sabes cuántas tiendas podríamos comprar con ese dinero?”, gritó Santo a su hermano en una de las peleas. “¡La compañía es mía. Yo la construí y quiero disfrutar de mi dinero!”, alegaba Gianni, según el libro.
El más perjudicado fue Antonio D’Amico. Los abogados consideraron que las propiedades del diseñador fueron compradas a nombre de la compañía y que, por lo mismo, no era posible cederlas. Además, la unión homosexual no era legal en Italia, así es que al momento de la muerte de Gianni, D’Amico era sólo un empleado más. Obligado a aceptar un acuerdo económico y sumido en una profunda depresión, fue escoltado por guardias fuera de las oficinas de la empresa, sin una palabra de sus cuñados.
A los pocos meses los problemas se profundizaron. Las creaciones de Donatella fueron criticadas y la firma se vio obligada a cerrar algunas tiendas. La marca Gianni Versace cambió a Versace y en los diseños se imprimieron las iniciales DV. La rubia transformó el taller en un caos, comenzó a dormir hasta la hora de almuerzo y cancelaba sus citas a último minuto. El resultado: la compañía perdió 97 millones de euros (65 mil 800 millones de pesos) el año 2003.
Elton John fue la salvación. Intimo amigo de Gianni, llegó a la casa de los Versace para enfrentar a Donatella el mismo día en que Allegra cumplía los 18. Con el apoyo de sus hijos, hermano y ex marido, la convencieron de internarse. Esa noche, Elton John la subió a un avión rumbo a Arizona, directo a un centro para drogadictos. Allí, la mujer pasó sus peores meses, pero se recuperó.
Santo contrató al ejecutivo Giancarlo Di Rissio —ex CEO de Fendi— para sacar adelante la empresa. Sus acciones fueron radicales, pero efectivas: despidió a la mitad de los empleados, cerró la mayoría de las tiendas, renegoció los créditos, suspendió los shows, limitó las responsabilidades de Donatella, prohibió cualquier exceso y dio instrucciones al equipo de diseño para que trabajara en una línea más limpia y sofisticada. Hoy, la compañía volvió a ser el gigante de antes.
Ball concluye: “Versace cambió el mundo de la moda para siempre. Más de diez años después de su muerte, y luego de la recuperación de su firma, muchos se preguntan si sus creaciones están destinadas a convertirse en una reliquia del pasado o en un nuevo impulso para el futuro del diseño. El peso de esa responsabilidad podría terminar sobre los finos hombros de su principessa, Allegra”
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