La fundación de Chorrillos, se remonta a 1688, en mérito de la donación de terrenos que hizo el Alférez Real Francisco Carrasco, a favor de unos cuantos indígenas que se dedicaban a la pesca en Surco y Huacho, y que fueron los primeros pobladores. Más tarde, a partir de nuevas donaciones hechas por don Francisco Pérez Cormenante, Chorrillos cobra vida, lánguida y apacible al principio y escenario después, de cruentas luchas durante la Emancipación y en los primeros días de la República. La guerra de 1879 acabó con el esplendor de la poética villa, aunque posteriormente hubo de renacer, siguiendo el ritmo del progreso. Su demarcación quedaba encerrada entonces entre la falda del Morro Solar y la quebrada que después se llamó Tenderini, y entre los potreros de la hacienda Villa y la Avenida de la Rivera, denominada con el correr de los años calle de Lima, denominación que se mantiene en la actualidad.
Los presidentes que más trabajaron por el progreso de Chorrillos fueron: Gamarra, Castilla y Pezet. Durante la gestión gubernativa del primero, la población se duplicó, y el sistema de construcciones mejoró, ya que en las rústicas chozas en que campeaban la totora y la caña, le sucedió el adobe y empezó la edificación. Con ello el progreso urbano se afirmó y así lo confirman las Noticias Estadísticas de Córdova y Urrutia, que registraban una población nativa de 581 hombres y 470 mujeres. Más tarde y gracias al establecimiento de las familias en el balneario, poco a poco alcanzó la cifra de 4 mil habitantes en total, que posteriormente, y a consecuencia de la guerra, se redujo considerablemente.
Castilla, por su parte, le brinda a Chorrillos una protección amplia. Bajo su gestión se trazan los planos del antiguo malecón y se inician las obras, que además son continuamente visitadas por el propio Mariscal. De aquí, el que en Chorrillos, un modesta plazoleta, ostente en un busto más modesto aún, la efigie de su benefactor.
El malecón de esa época era entablado, con barandal de madera, que permitía apreciar todo el panorama de la costa y ostentaba dos glorietas y gran número de bancas y macetas, de grandes dimensiones diseminadas en toda su extensión. El General Juan Antonio Pezet continuando la obra de Castilla, embelleció el balneario dotándolo de alamedas y parques. En las calles del Tren, de Lima y en la avenida que partiendo del Chalet llega al Barranco, se sembraron ficus y boliches, molles y sauces.
El progreso de Chorillos se debe en gran parte al apoyo decidido del entonces presidente de la República, Ramón Castilla
De esta manera Chorrillos se convirtió en un verdadero jardín , dada la profusión de flores de sus plazuelas cuidadosamente cultivadas y arregladas. No había rancho que no contase con plantas escogidas y finísimas de las que se sentía orgulloso el propietario.
Junto a Ramón Castilla, Juan Antonio Pezet, en su gestión como Presidente de la República también trabajó en pos del engrandecimiento de Chorrillos.
Tal es el caso del súbdito italiano don Ulderico Tenderini,en la quebrada que lleva su nombre, y en el rancho que le sirviera de residencia particular, se sembraron las plantas más exóticas. También en el palacio de Pezet situado en la calle del Tren, con Arica, estaba provisto de preciosas explanadas, fuentes de mármol finísimo de Carrara, plantas de conservatorio, enramadas, glorietas, estatuas florentinas, a las que se agregaban la suntuosidad de los salones donde tuvieron lugar los grandes saraos.
Rancho de 1930 ubicado en la esquina de la avenida Mariscal Castilla y el Malecón de Chorrillos.
Así lucía entre 1930 y 1935 lo que es ahora la calle José Olaya, antes llamada Calle del Tren.
En este mismo palacete se alojaron por horas el General chileno Baquedano, su secretario en campaña Máximo Ramón Lira y el ex Ministro Plenipotenciario en el Perú Joaquín Godoy, quienes fueron arrojados por las llamas que consumieron la regia mansión al igual que casi todo Chorrillos, en los tremendos días del 13 y 14 de enero de 1881. Hemos conocido este rancho en ruinas, con sus paredes calcinadas, todavía enhiestas, como protesta contra la adversidad y contra el crimen.
Veinte años después de esta tragedia, todavía podían apreciarse las huellas dejadas por el invasor en el Alto Perú. Subsistían, y así las hemos visto, calles enteras con sus propiedades destrozadas, sobre todo en las de Lima y el Pellizco (hoy Bolognesi), donde el ensañamiento no tuvo límites.
A manera de testigos elocuentes de lo que fue aquella tragedia se exhibía, hasta antes de la catástrofe sísmica que padeciera Chorrillos, una reja de cuatro paños ajustada a sus cuatro pilares, del rancho que era de Trefogli. De otro lado, hasta hoy se pueden ver algunas pequeñas piezas de mármol incrustadas en las paredes de lo que fue la residencia de la opulenta familia Canevaro, situada junto a la de Tenderini.
San Pedro de los Chorrillos, fue la denominación oficial de este distrito en alusión a los chorrillos de agua que se desprenden de los barrancos hacia el lado de la playa Agua Dulce. Durante el gobierno del General José Rufino Echenique, se expidió un decreto con fecha 1 de Julio de 1852, que refrendó su Ministro de Gobierno, señor Osma, por el cual y a mérito de una nota del subprefecto de Lima, se declaraba que el distrito de Surco quedaba comprendido dentro de los límites de la Intendencia de Policía de Chorrillos.
Más tarde y ya que la población se mantuvo casi estacionaria a partir de la época de Gamarra, la Convención Nacional por ley del 31 de Julio de 1856, concedió a Chorrillos el título de Villa, en atención a contener el número de habitantes prescrito por la ley para que una ciudad pudiese adquirir esta denominación, aparte de los otros requisitos que se necesitaban complementando el anterior. El 1° de Agosto del mismo año, Castilla dispuso el cumplimiento de la ley antedicha que refrendó su Ministro de Gobierno y Obras Públicas don Juan Manuel del Mar.
POR TIERRA: El Ferrocarril, vehículo de progreso En un principio, el tráfico entre la capital y la progresista villa, se hacía empleando toda clase de acémilas y carretas. Los coches y las calesas, por lo general, eran empleados por la clase pudiente, aún así, esto generaba una serie de molestias consiguientes de una carretera desigual, polvorienta, empedrada a trechos y llena de sinuosidades, amén de los sustos y riesgos a que se exponían, pese a la escolta de servidores, la ronda de la guardia rural y de los serenos.
Principalmente en el tramo de camino comprendido entre Limatambo y Miraflores, surgían los incidentes con los ladrones y salteadores, que ocultos en el monte o detrás de las tapias y en las encrucijadas, estaban al atisbo de quienes se atrevían a embarcarse en tan peligrosa empresa. Las cosas marcharon así con estas alternativas, hasta que se estableció el ferrocarril, que salvó la situación, y fue el mejor vehículo del progreso que entonces alcanzó Chorrillos.
Cadetes de la Escuela Militar saliendo de la estación del Ferrocarril Lima- Chorrillos ubicado en la calle de la Encarnación.
Efectivamente, el 23 de Diciembre de 1851, el Congreso concedió al Ejecutivo una ley para contratar el establecimiento de un ferrocarril de Lima a Chorrillos, la que fue promulgada al día siguiente. Con ello, se confeccionaron el 1° de Diciembre de 1855, las bases para la construcción del mencionado ferrocarril.
El Gobierno a tal efecto, concedía a los empresarios un privilegio exclusivo por el término de 25 años, permitiéndoles disfrutar la propiedad del camino por 7 decenios, que se comenzarían a contar desde la concesión, pasando entonces y sin mayor gravamen a poder de la nación. Una serie de franquicias se otorgaban al mismo tiempo a la empresa o particulares que obtuviesen la ya dicha concesión.
En 11 de agosto de 1856, el Gobierno, aceptó la propuesta que se le hacía para la construcción de la vía férrea en proyecto. Su costo sería de 600,000 pesos, repartidos en 600 acciones de mil pesos cada una, cuya cuarta parte correspondería al Estado y el resto, debían repartirse entre don Antonio Joaquín Ramos, don José Vicente Oyague, don Nicolás Rodrigo y don Pedro Gonzales Candamo. Hecho este prorrateo, las 150 acciones que quedaban se ofrecerían al público por el término de sesenta días, vencidos los cuales, serían tomadas por el gobierno, en su totalidad o en parte.
El comisionado por el Ejecutivo para vigilar la obra fue don Felipe Barreda, quien tras no efectuarse la concesión, hizo una propuesta más ventajosa que la anterior, que fue aceptada por el Gobierno el 22 de Noviembre de 1856, y el cual por su parte se comprometía a facilitar a la empresa por el tiempo que durase la obra y por vía de protección, a los presidiarios de la capital o de otros puntos de la República, y cuyo número no debía ser menor de 80 diarios.
Habiéndose publicado los avisos respectivos y vencido el término de la publicación, se presentó el doctor Juan Gallagher ofreciendo mejorar la propuesta de Barreda. El Gobierno desestimó la petición que se le hacía por extemporánea, y confirmó la concesión hecha a Barreda, que por cierto, fue subrogado en sus derechos de empresario por Don Pedro Gonzáles Candamo.
El 7 de Noviembre de 1858, ya corría el primer tren que uniría la capital con el vecino balneario. Para dar toda clase de seguridades al público, el Gobierno nombró una comisión de ingenieros expertos que debía emitir un informe sobre las condiciones de la vía férrea, y a tal fin, se designó a Ernesto Malinowsky, Antonio Dupard y a Eugenio Schteiner los que evacuaron su dictamen el 26 de noviembre de 1858, reconociendo la bondad de los trabajos efectuados.
El itinerario que fijaba la empresa en ese entonces para la salida de los trenes fue muy reducido, debido a la escasez de población y que faltaba concluir como media milla de tramo para darle término definitivo al ferrocarril. Los trenes salían entonces de Lima a las siete de la mañana, a las dos y a las cinco y cuarto de la tarde, y de Chorrillos partían a las nueve de la mañana, a las cuatro y media y a las seis de la tarde.
El día de la inauguración, la estación de San Juan de Dios estuvo ampliamente concurrida y engalanada con la presencia del Libertador Presidente de la República, Mariscal Ramón Castilla, junto a sus ministros de estado, funcionarios de cuerpo diplomático y de la administración pública, y gran cantidad de particulares, a quienes atendían con toda solicitud los empresarios de la obra y los empleados a su servicio. El tráfico fue intensificándose así sobre todo los domingos de diciembre, debido a la proximidad de la temporada de verano.
El ferrocarril innovó completamente la vida de Chorrillos, por ello Castilla se preocupó por su desarrollo, y en su esfuerzos por impulsarlo estuvo secundado por los propietarios del balneario y el Poder Legislativo, en especial por el parlamentario don Manuel Tafur quien trabajó para la dación de leyes que redundaron en su bienestar y progreso.
Con este importante apoyo, la concurrencia aumentó. Es así que la empresa se vio en la necesidad de aumentar su servicio de trenes, triplicando la salida diaria, no obstante las dificultades propias del ferrocarril que era de una sola vía.
En la calle del Tren estaba situada la estación principal y abarcaba una extensión de seis cuadras desde la calle Colina hasta la Bolognesi, cobijaba en sus andenes a numerosas personas de diversa condición social, que iban a esperar momentos antes de la llegada del tren a los visitantes que venían de la capital.
Las bodegas conducidas en su mayoría por súbditos italianos, también tenían un inusitado movimiento los días domingos y feriados en los cuatro meses que duraba la temporada veraniega. Y la gente del pueblo, constituído por los naturales del lugar, se dedicaba al esparcimiento constituyendo las rancherías ubicadas en lo que después fue la Avenida Alfonso Ugarte y calles Blondell y Miraflores, que podrían denominarse como el barrio de los pescadores.
Todo este progreso, como se verá, se debió al ferrocarril, que mereció los solícitos afanes de su empresario don Pedro Gonzales Candamo, quien concedió las facilidades económicas más grandes, para los más necesitados. La rebaja de los pasajes se hizo así inevitable, estableciéndose el sistema de los abonos mensuales que perduraron desde aquella fecha lejana, hasta que la vía férrea, que tantos e inestimables servicios había prestado, cedió el campo a la tracción eléctrica que la absorbió por entero.
Se hicieron viajes redondos por mar del Callao a Chorrilllos, durante la administración del Gran Mariscal don Agustín Gamarra, y con ocasión de haberse inaugurado la línea de vapores de ruedas que se dedicaron a hacer el tráfico marítimo entre Valparaíso y nuestro primer puerto. Fue así como el 3 de noviembre de 1840, pasó por Chorrillos y entre el asombro de la gente, el primer vapor que surcaba esos mares, y produjo una impresión honda en el ánimo del Gobernador de Chilca, que le hizo pensar que se estaba incendiando.
Como se comprenderá no sucedió tal cosa, justificando los temores del inocente Gobernador, el hecho de ver por primera vez en el mar un buque a vapor con las dos luces encendidas y echando humo, tan distante por cieto todo esto, de los botes de vela, de las chalupas y de los caballitos de totora, empleados por los nativos de Chorrillos y las caletas vecinas en sus diarias faenas de la pesca.
Aprovechándose de esta circunstancia, se hicieron representaciones ante la Compañía naviera recién inaugurada, en el sentido de que se le permitiesen viajes entre el Callao y Chorrillos, y entonces su Gerente, don Guillermo Wheelright, accediendo a ellas, impartió las órdenes del caso, cobrándose por el recorrido de ida y vuelta la suma de cuatro pesos por pasaje, todo con el objeto de que, como apuntara con su inigualado humorismo Juan de Arona, los pobres habitantes supieran lo que era navegar a vapor.
EL MALECÓN
El malecón era el alma de Chorrillos. Este atrayente paseo, en las tardes de la temporada se veía concurridísimo, al igual que en las noches de luna y retreta. Debía por lo tanto habérsele conservado como monumento histórico.
Imagen del Malecón de Chorrillos en 1860.
Llamado a recordar el sacrificio, del héroe y mártir chorrillano, JoséOlaya se levantaba a su entrada un modesto busto de este indígena que se inmoló antes de revelar los secretos que le confiaran los patriotas en su lucha contra los realistas. El malecón es además otra lección viviente de la hecatombe que tuvo lugar en los nefastos días de la ocupación chilena, cuando el General Iglesias luchó a brazo partido con la soldadesca invasora.
Por todo ello es que apenas firmada la paz, empezó la labor reconstructiva. Los gobiernos posteriores a la guerra, secundados eficazmente por los municipios que se sucedieron en el transcurso de treinta años, laboraron en forma intensa, hasta devolver al malecón sus atractivos y galas como en los tiempos de Castilla y de Pezet.
La propiedad urbana renació como por encanto, aunque en forma distinta de la primitiva. El plano anterior quedó mejorado, pero conservando siempre su sello inconfundible. Se arregló convenientemente la bajada de los baños y el malecón fue entablado en toda su extensión, dotándosele de glorietas, bancas y faroles que completaron lo que fue el paseo preferido de la aristocracia limeña.
Sugerente contraluz de la bajada a los baños y la estación del funicular (1925).
Los presidentes Castilla, San Román, Pezet, Pardo y Prado, dieron gran impulso al malecón, residiendo ellos mismos durante las temporadas veraniegas en la poética villa y contemplando de cerca su grandeza y esplendor.
Pasado el paréntesis doloroso de la guerra, y con el comienzo del siglo XX, se introdujeron nuevas reformas y embellecimeinto en Chorrillos. El malecón sufrió así una nueva transformación. Se sustituyó el antiguo piso de madera con un buen enlozado de mosaicos y desaparecieron las bancas diseminadas en diferente forma al igual que su rústica glorieta.
Malecón de Chorrilos después de la reconstrucción de 1930.
El alumbrado a gas dejó de existir, y los faroles fueron reemplezados por postes de luz eléctrica, cuyo servicio se implantó en la villa a satisfacción del vecindario. Todo lo antiguo y provisional quedó a un lado; y así, en poco tiempo, el malecón de Chorrillos conservando siempre su fisonomía indestructible, pudo exhibirse como un centro de atracción, elegantísimo y aristocrático, del que muchas personas que vivieron en el balneario o lo visitaron con frecuencia hace 45 años, conservarán evidentemente imborrables recuerdos.
Chorrillos era un lugar de expansión y recreo insuperable en América. Esto era conocido en Chile a través del historiador Vicuña Mackenna y el Ministro Plenipotenciario Joaquín Godoy, quienes eran los mejores informantes del Gobierno de la Moneda. Tan es así que cuando se produjo la invasión araucana después de la adversa jornada de San Juan, Godoy resultó el obligado cicerone de Baquedano y de Lynch. Para reconstruir esta parte de la historia cabe citar el testimonio de don Tomás Caivano en su Historia de la Guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia:
Según este documento, a las dos de la tarde, cuando todo había concluído, Iglesias cayó prisionero en unión de los escasos restos de su división y menos de media hora después, las primeras columnas de las tropas chilenas, que descendían por las áridas faldas del morro, “invadían las desiertas calles de Chorrillos, mientras otras ocupaban el cuartel situado a poca distancia,(...). A las dos y media el General en Jefe, Baquedano, y el Ministro de la Guerra, Vergara, que representaba el gobierno chileno, se hallaban también en Chorrillos, admirando estáticos en unión de sus ayudantes y secuaces, los hermosos palacios (ranchos), que con sus elegantes terrazas moriscas y sus floridos jardincillos cerrados por macizas verjas de hierro dorado, daban al conjunto aquel aire fantástico, encantador, grandioso, del cual tanto se había oído hablar en Chile, y que tan fielmente anunciaba la decantada riqueza de los ajuares y de todas las elegantes superfluidades de las habitaciones.
La numerosa cabalgata de los conquistadores se separó hacia las tres; y mientras el General en Jefe, junto al Ministro y al ex-Plenipotenciario Godoy buscaban un poco de reposo en el rancho de un pariente de éste, “otros invadían el del doctor José Antonio García y García. Breve fue sin embargo, su reposo: grandes llamas y gruesas nubes de humo les advirtieron bien pronto, que la venganza chilena comenzaba, y que era hora de dejar libre el campo a sus terribles Ministros.
“A las 5, el Ministro de la Guerra abandonó Chorrillos, mientras el General en Jefe pasaba a ocupar el gran Palacio de Pezet, de donde lo desalojaban nuevamente las llamas a las 10 de la noche, viéndose obligado de este modo, a pasar la noche en el cuartel convertido en hospital.
“Desde cerca de las 5 de la tarde Chorrillos se había convertido en horrendo teatro de rapiña, de orgía, de sangre y de ruinas; una verdadera caldera del infierno.Y esto duró sin interrupción toda la tarde, toda la noche, y toda la primera semana, y mitad del día siguiente; desde las 5 de la tarde del día 13, hasta el mediodía del 14, hora en la cual el desbandado ejército fue llamado a filas; y al comenzar de la cual, sin cesar jamás completamente durante varios días consecutivos, la nefanda obra de destrucción, fue continuada solamente por simples grupos más o menos numerosos de soldados desbandados, hasta que en Chorrillos y sus alrededores no quedó piedra sobre piedra.
Estragos producidos en Chorrilos por la soldadesca chilena. A la izquierda la calle de Lima con la totalidad de sus ranchos destruídos. A la derecha la parte sur del Malecón de Chorrillos.
Un libro chileno titulado Carta Política, del escritor Manuel J. Vicuña recoge en la página 117: “A las dos y media de la tarde, cruzábamos las calles de la elegante y bonita villa de Chorrillos. Esperábamos al Ministro de Guerra; no tardó en llegar. Apenas había pasado una hora, cuando empezamos a notar un gran desorden: roturas de puertas, saqueos de tiendas y algunas casas ardiendo ya. Era el principio de un gravísimo mal, cuyas consecuencias podían parar en una catástrofe nacional. Fácil, habría sido contenerlo al principio. Sin embargo, ni el General en Jefe, ni los Generales de División, ni los Comandantes de brigada tomaban ninguna medida. El desorden en Chorrillos había llegado al maximum del desborde y de la desmoralización. El saqueo y la borrachera, el incendio y la sangre, formaban los cuadros de aquel horrible drama.
Así también, en El Mercurio, de Valparaíso, en su edición correspondiente al 22 de marzo de 1881, se leía: “La noche iba cerrando y las calles de Chorrillos alumbradas por el fulgor de cien incendios, semejaban un fantástico cuadro de escenas del infierno. De pronto resonaron algunos tiros: eran de soldados chilenos que disputaban entre sí. El siniestro resplandor de los incendios alumbraba sólo repugnantes escenas de orgía y de exterminio. Al siguiente día continuaron los desórdenes. Pero el General en Jefe no tomaba ninguna determinación seria con el fin de que cesaran aquellos repugnantes desbordes. Parecía que pensaba dejar marchar las cosas, y permitir que en la noche del 14 se repitieran las escenas de las del 13. El Ministro de la Guerra le indicó entonces que sería conveniente reorganizar el ejército a fin de marchar inmediatamente sobre Lima y que era necesario recoger por cualquier medio aquella gente desbandada.
Soldados chilenos posando con sus vasos de licor tras los sucesos del 13 y 14 de enero de 1881.
Pasada la época luctuosa de la guerra, Chorrillos empezó a renacer gracias a la tesonera voluntad de sus pobladores y el apoyo del Gobierno central. La destrucción había sido completa, y en consecuencia todo tenía que hacerse de nuevo. Apenas desocupada la capital y constituído el gobierno de Iglesias, empezó la labor inmensa de levantar Chorrillos, y para el caso, se le prestó la respectiva ayuda económica en relación con las rentas exiguas de que entonces se podía disponer después del desastre. La Municipalidad de Lima, principió por nombrar una comisión integrada por ciudadanos respetables, y ésta después de constituírse en pleno en el balneario y comprobar la magnitud de la catástrofe, elevaba un Informe minucioso con fecha 1 de agosto de 1884, que señalaba la situación de Chorrillos a consecuencia de la guerra e indicaba las acciones a tomar para su restablecimiento.
De esta manera el 20 de setiembre de 1884 se nombró el primer Consejo Municipal, que se instalaba el 2 de octubre del propio año, conformado por: el alcalde e inspector de baños, José Ignacio de Osma; el síndico e inspector de pesos y alamedas, Aurelio Denegri; el secretario e inspector de estadística y estado civil, Guillermo Carrillo; el inspector de higiene, C. Torres; el inspector de obras públicas, Gabriel Saco; el inspector de instrucción, Raymundo Morales; y, el inspector de mercado y alumbrado, Andrés Gaillour.
Manuel J. Cuadros,el alcalde que restauró Chorrillos después de la ocupación chilena.
Chorrillos fue cuna de un héroe auténtico: José Olaya. El nombre de este modesto chorrillano, podría llenar muchas páginas de la historia, por el acto sin precedente que realizó durante la gesta emancipadora peruana. Las autoridades españolas que veían derrumbarse su poderío en América, intensificaban su labor de espionaje, para poder contener así los planes de los patriotas, destruirlos y frustrarlos en su iniciación.
Estos tenían por su parte que desplegar suma cautela y habilidad, para no caer sorprendidos por las autoridades realistas dideminadas en todo el territorio. De preferencia, la vigilancia estrecha se verificaba en la capital y en el Callao, que se les suponía los focos de la animadversión y de la resistencia.
José Olaya Balandra, mártir y patriota chorrillano. |
La empresa era sumamente riesgosa, pero Olaya, sin reparar en esto, aceptó la petición que se le hacía y resolvió afrontar las consecuencias.
José Olaya se convirtió en el portador de grandes secretos, pero de ninguno dio razón. Cuando fue descubierto y sometido a tormento soportó la muerte con un estoicismo ejemplar. Ante este acto de heroicidad fue decretado mártir y se levantó en su nombre un monumento. También se resolvió atender a su familia económicamente hasta su posteridad más remota.
Aunque no se conoce con exactitud la fecha de nacimiento de José Olaya, se sabe que sus padres fueron José Apolinario Olaya y doña Melchora Balandra, ambos naturales de Chorrillos y que nació en 1782.
De su niñez se sabe muy poco. Lo que si se conoce es que integraba el gremio de pescadores, y que no hacía otra vida que la de salir a la mar, para dedicarse a la diaria faena, por la que de seguro sentía innata predilección.
Olaya como descendiente de un pueblo de pescadores, como era Chorrillos, conocía palmo a palmo los alrededores de la caleta de Chorrillos, por las incursiones que hacíua con frecuencia hasta el Callao y Ancón por un lado, y hasta las costas de Mala por otro, según se lo permitiera la clase de embarcación rústica que utilizara para efectuar sus travesías.
Sus sentimientos religiosos se patentizaban en su devoción a Cristo y a su iglesia, lo que se confirma, cuando confrontado por un sacerdote, marcha sereno y altivo al patíbulo, avergonzando a sus verdugos.
Como hombre de carácter, Olaya era de una contextura única. Intransigente, irreductible, sereno, valeroso hasta la temeridad, que no se doblega ante el halago, ni se rinde ante el horrible tormento que le aplican para que revele su secreto.
No es que Olaya niegue haber recibido las misivas comprometedoras. Por el contrario, hace gala y ostentación de haberlas entregado. Pero no dice a quién van dirigidas, ni menos cuál es su contenido. Consciente de lo que hace, prefiere sucumbir antes que divulgar su secreto
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