domingo, 4 de diciembre de 2011

MATRIMONIOS DE CONVENIENCIA

Eran tan insólitos que de hecho no existían. Los matrimonios en el siglo de Goya no solían ser por amor sino por conveniencia. Lo que define hoy la noción de pareja y de matrimonio es la unión, pero en el XVIII y en una sociedad cortesana, dicha unión no era tal. Había una clara disociación de comportamientos entre los miembros de la pareja.
Como no existía la elección libre, la boda de conveniencia se convirtió en práctica habitual y asimilada por una elite. Ésta veía en las uniones con personas ajenas a su grupo social -aunque próximas por su riqueza- una manera de mantener el rango y prestigio, lo que implicaba que el dinero se movía siempre por el mismo cauce. La consigna de la época era: “La conveniencia de casarse no enamorado y con mujer diez años más joven, y si a esto se une un mayorazgo, mejor”.
Los matrimonios por amor no existían, ya que mientras que la clase media tenía necesidad de amarse, también reclamaba cierto estatus para vivir decentemente juntos. Ante estas necesidades, no es raro que la familia creciera, en este caso con amantes e hijos ilegítimos. Estos nacimientos aumentaron tanto, que en la España de 1796, los Gremios acogieron por primera vez a los bastardos, lo que reflejaba cierto cambio en la estructura social.
Sin embargo, es sorprendente el arte con el que las mujeres instalaban a sus amantes en sociedad. La transgresión en el matrimonio, el simultanear relaciones, etc. se había convertido en algo frecuente. Para muchos, la situación era tan deplorable que en la prensa se sucedían las denuncias, de las que se deducen que los casos de concubinato, bigamia, etc, aunque no estuviesen reconocidos, eran habituales. Y hasta Cabarrús levanta una voz en defensa del divorcio…
Católica y sentimental
El cortejo se convirtió en una moda, y la actitud de la mujer casada, quien podía establecer lazos con otros hombres, chocaba con las rígidas imposiciones de un estado tradicionalmente católico .                     El tambaleo de la institución del matrimonio traía de cabeza a los gobiernos ilustrados, racionales y tajantes en sus medidas, que les llevó a ingenuas discusiones sobre el lujo, el despilfarro, etc. Pero muy pocos los que atajaron el tema de raíz, es decir, los excesos que se derivan de una educación corrompida, la defectuosa educación infantil, la ociosa ignorancia de la nobleza y la desastrosa consecuencia de los matrimonios desiguales. Lo que llevaría a la mujer casada a buscar su propio espacio en la casa -presidiendo el salón, cuyo prestigio consistía en proporcionar libertad de expresión- y en sus relaciones. Así, se institucionalizó la moda del cortejo que comenzó siendo una relación frívola y superflua, que llenaba las horas de las desocupadas esposas, y se convirtió en una verdadera relación de adulterio. Esta moda sorprendió a nuestros visitantes ya que la actitud libertina de la mujer española se contraponía a las rígidas imposiciones de un estado tradicionalmente católico. En definitiva, para muchas mujeres lo bueno del matrimonio era introducirse en sociedad (dentro de un mundo vedado a las solteras), pues aunque el matrimonio era una independencia concordada conllevaba ventajas; no sólo era el inicio de la vida en sociedad -que para la mayoría era su única razón de ser- sino que suponía la liberación de un padre riguroso o el huir de la reclusión religiosa.

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