Esta  historia la escribo básicamente dedicada a aquéllas personas mayores y  que sienten que su vida, lo más importante, lo mejor de la misma, está  en el pasado.  En Latinoamérica a  veces, tendemos a tener, tal vez por ser una región demográficamente  tan joven, una actitud deque a partir de cierta edad, ya jugamos, ya  trabajamos, ya corrimos y nos conformamos con existir y ver el  transcurrir de la vida frente a nuestros ojos pero sin ser verdaderos  protagonistas.
 Escribo  esta pieza esperando que inspire y mueve a todos, especialmente a  aquéllos no tan jóvenes que tienen una mala actitud de muertos en vida.  Porque honestamente la vida no termina hasta que no termine, hasta que no demos el último respiro.  Y hasta entonces, nuestra historia no está totalmente escrita ni terminada.
 Y  cada uno puede tomar esta historia y observarla, analizarla y asumirla  desde distintas aristas, lo admirable para mí de Karin es que pone una  cara atractiva, un contenido envidiable, un dinamismo apabullante y un  legado impactante a una persona que va para los 70 años.  
 Con  una sociedad tan obsesionada con la juventud, como en la que vivimos  hoy, la cara de la vejez que nos presenta Karin, es bella, es rica y es  reconfortante, la transforma en algo totalmente deseable y pleno…
 Conocía Karin Shipman en un viaje a Buenos Aires en un congreso.  Ibamos  en un bus que nos trasladaría al museo Melba y me llamó la atención  cuando me la presentaron por ser una señora mayor y excepcionalmente  bella y fresca.  Exudaba confianza y seguridad, irradiaba energía y juventud, pese a sus canas.  Yo pensé cuando la ví por primera vez: “así me gustaría lucir cuando tenga su edad”.  
 Empecé a conversar con ella y en los minutos del recorrido me enganchó.  No pude resistirla, e inconscientemente empecé a entrevistarla.  Ella fue generosa en abrirse y compartir su vida, y aquí se las dejo.
Ahora  mi tarea es fotografiárselas a ustedes con un propósito, ella es un  modelo para muchas mujeres que a esa edad sienten que tienen poco que  aportar a la sociedad.  Karin vive intensamente y a sus 64 años es un ejemplo de que la vida no termina hasta que no termine.
 Karin  se define como diseñadora, empresaria, madre, esposa, viuda, mujer de  origen alemán, entre otras definiciones más, pero para conocerla, mejor  se las describo sin definirla.  Creo que de esa forma haré una mejor tarea.  
 Karin  estudió unos cursos de diseño gráfico antes de casarse, pero nunca  terminó su educación formal, se casó siendo muy joven, enviudando muy  joven también.  A los 38 años  perdió a su esposo (de nacionalidad norteamericana, que trabajaba en el  ejército) de un ataque al corazón fulminante que la dejó como la única  responsable de sus dos hijos: Tanya en ese momento de 18 y Tod de 15,  con una pequeña casa que tenía hipotecada y una pensión que no alcanzaba  para sufragar los gastos cotidianos.  
 Ella  recuerda como su padre en ese momento le aconseja; “Karin debes pensar  en volver a casarte” “eres joven y tienes que pensar en el bienestar de  tus hijos”.
 Pero  Karin decidió tomar un camino diferente al que le señalaba su papá,  reunió a Tanya y Tod y les dijo; “necesito que entiendan que solo somos  nosotros tres de ahora en adelante y que tengo que ser mamá y papá a la  vez”.  “No puedo seguir siendo  la mamá que hasta ahora han conocido, tengo que trabajar bien duro  porque están a punto de entrar a la universidad y no tengo cómo  financiarlo.  Necesito su apoyo y comprensión”.  Y Karin cuenta que la tuvo.
 Ella  sintió en ese momento decisivo que lo que amaba hacer en la vida era  diseñar, así que llamó a sus amistades y les anunció que empezaría a  hacer tarjetas de invitación diseñadas por ella y que por favor  corrieran la voz.  Ella confió que eso sería el inicio de su desarrollo profesional que hasta ese momento había estado algo olvidado.  Arrancó, y su negocio fue desarrollándose en ese segmento como ella lo había esperado.
 Lo que ella nunca buscó ni se esperó, es que uno de sus clientes de tarjetas que trabajaba en el Banco Mundial,  la contrató para que le hiciera la papelería para un proyecto del Banco.  Ella  se esmeró y lo concretó exitosamente, sin darse cuenta, el negocio dio  un giro y pronto estaba atendiendo clientes institucionales diseñando  logos, haciendo folletos, boletines, brochures y papelería e incluso  incursionando en conceptos y servicios mucho más complejos como diseño  de campañas de comunicación.
 Al  principio hacía malavares para hacer todo, no tenía capital de trabajo  para contratar empleados, pero esta creativa empresaria tuvo una idea,  buscó estudiantes de diseño que quisieran trabajar gratis a cambio de  ganar experiencia, y los consiguió!
 Cuando el negocio creció en escala, puedo contratar a algunos de estos estudiantes para que fueran sus primeros empleados.  La empresa creció, se transformó y se convirtió en una de las más reconocidas en Washington DC.  
Studio Grafik Studio Grafik websiteha provisto de soluciones creativas en el norte de Virginia, Maryland y Washington D.C por más de 25 años ya.  La  firma ha desarrollado productos y servicios de comunicación por la que  ha sido premiada, para varias firmas privadas, ONG´s y asociaciones  internacionales varias.
 Al  consultarle cómo logró ser tan exitosa, dar el salto y crecer, ella  abiertamente atribuye su éxito a “amar profundamente lo que hacía” y ser  una buena vendedora. 
 Explica que ella no sabía nada de cómo manejar un negocio pero se fue entrenando conforme lo fue necesitando en el camino.  Financieramente  dice que para despegar o dar el salto le ayudó tomar una segunda  hipoteca sobre la pequeña casa que había heredado de su esposo.
 Después  de que sus hijos salieron de la universidad, y luego de 20 años de  haber iniciado el negocio, decidió venderlo a sus empleados.  Hoy  su hija es médico y su hijo tiene un PhD en Geología y Karin es una  mujer plena, feliz, estable financieramente y para los que se la  imaginan en un retiro en su casa contando historias plácidamente  mientras descansa, les cuento que su vida sigue teniendo emoción, pasión  y cambio.
Hoy  viaja recorriendo el mundo, sigue amando lo que hace porque sigue  diseñando y enseñando a mujeres pobres en el mundo cómo incorporar  diferentes diseños, colores, texturas, a sus técnicas tradicionales para  que logren ingresar a los mercados internacionales.
 Se volvió a casar pero no por necesidad financiera, sino por amor.  Su  esposo la acompaña en algunos de sus viajes hoy y le alegra las tardes y  noches que según cuenta son lo más difícil en las condiciones  inhóspitas en las que ella viaja.  “En  las ocasiones que visitó Guatemala por ejemplo”—me comentaba Karin –  “no tener teléfono, televisión, ni luz, lo hace a uno sentirse muy solo.  La soledad es terrible al final del día.  Hace  calor y los zancudos se lo comen a uno, y el cansancio del día es  fuerte, sobre todo porque para acceder a las comunidades en las que  trabajamos a veces hay que caminar mucho, escalar.  Es un trabajo físicamente demandante.  Al final del día estoy cansada y sin energías para nada.  Pero poder compartir, conversar y sentirme acompañada al final de la jornada con alguien que amo, ¡es reconfortante!
 Ella  creó “Egi Development” (significa una brillante idea en alemán) y ahí  ella mezcla sus diseños creativos e ideas que la hicieron tan exitosa  con su generosidad y profundo deseo de ayudar y trascender a través de  las manos de otras mujeres, que como ella alguna vez lo fue, muchas  veces son jefas de familia, mamá y papá a la vez.
 Terminamos la entrevista abruptamente porque iniciaba la sesión del congreso.  Ella terminó su historia con la siguiente anécdota.  
 Fíjese  que estando en Africa, una mujer me extendió la mano con un porta vasos  que había elaborado y que era bastante rudimentario y sencillo.  La  mujer me miró a los ojos y me dijo: “Gracias porque gracias a usted soy  alguien, soy esto, y la mujer agitaba en la mano enseñándole  a Karin su porta vasos.” 
 Karin  no entendió muy bien lo que la mujer quería decir contestando, que ella  pensaba que el porta vasos no la definía, que antes de elaborarlo era  una mamá y una esposa.  
 La mujer después de oír a Karin, movía la cabeza con un no rotundo:  “no, yo no soy casada, yo soy viuda”.  “Pero antes de conocerla yo no era nada, ahora soy esto”.  
Karin no sale de su asombro y decide contestarle: “Yo también soy viuda, somos iguales”.  Y ambas sonríen con una mirada de profunda complicidad.
 Lo  que Karin no supo como compartir con la mujer africana pero para mi es  evidente, es que ambas tienen en común además de la viudez y la  maternidad.  Ambas están unidas por la seguridad y felicidad que se genera en ellas mismas a través de su proceso de autodefinición creativa.
 Para  Karin su creatividad y trabajo la convirtieron en un instrumento de  cambio, de mejora de sustento en la vida de su propia familia y en la  vida de las familias de las mujeres que toca hoy en día.  Y a través de ese proceso ella es y ha sido feliz y se siente realizada.  
 La  africana, en su difícil realidad tan distante aparentemente a la de  Karin, en esos minutos en que sostiene en sus propias manos el fruto de  su trabajo, siente el poder que éste le da.  Es  dueña de su destino, y como Karin, siente la fuerza interior para  lograr sus sueños porque siente que tiene el destino en control de sus  propias manos.  Y en eso, no hay distancia, como seres humanos.
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